HOMILÍA EN LA APERTURA DE LOS CENTROS EDUCATIVOS

5 de Octubre de 2007
Badajoz, Catedral.


Misa de Petición por la actividad humana
Témporas de Octubre

Sacerdotes concelebrantes,
Claustro de profesores,
Representación de alumnos y familiares,
Seminaristas.

1. El Señor, a través de la Iglesia, nos enseña hoy el fin último del estudio y del trabajo, cualquiera que sea su estilo y condición.
Nos lo recuerda en el texto de la oración inicial de la Santa Misa.
Según esta plegaria, el estudio y el trabajo del hombre están orientados a perfeccionar cada día el universo creado por Dios.

Es cierto que el fin último de toda acción humana es la gloria de Dios en la que fraguamos nuestra propia santificación. Pero la gloria de Dios no está separada de su santa voluntad. Y esta voluntad, acorde con la perfección de la obra de Dios, no puede quedar ajena a la intención creacional y al plan trazado por su infinita sabiduría, tal como lo manifestó dirigiéndose al hombre en un principio: “creced y multiplicaos y dominad la tierra” (Gn 1, 28)

Procuramos la gloria de Dios cuando hacemos voluntad propia la voluntad de Dios expresada en su palabra, que es camino hacia la Verdad plena, y manifestada en esa concreción tan importante para cada uno que es la propia vocación.

Aportar nuestro esfuerzo al proceso de constante perfeccionamiento del universo creado es tarea en la que se resume todo lo que humana y sobrenaturalmente podemos y debemos hacer en relación con el mundo en que habitamos, con la sociedad a la que pertenecemos y con la misma Iglesia humana y divina, terrena y celestial de la que formamos parte por el Bautismo.

A simple vista podría parecer que las aportaciones valiosas en esta línea son aquellas que dan lugar al progreso científico en cualquiera de los órdenes y campos relacionados con el conocimiento de las capacidades del hombre, con el descubrimiento de las riquezas y potencialidades de la naturaleza, y con las vías de acercamiento, comprensión y pacífica relación entre los pueblos y las personas a lo largo de la historia.

Desde esta perspectiva, difícilmente quedarían integradas en la virtualidad del estudio y el trabajo ordenados al perfeccionamiento del mundo creado, aquellas disciplinas y dedicaciones que no pueden desentrañar satisfactoriamente el objeto de sus indagaciones. Me refiero al conocimiento del misterio de Dios, infinito e impenetrable por el hombre, porque la desproporción entre nuestra inteligencia y el ser y el obrar de Dios es permanentemente infinita.

Por difícil que pueda parecer, cualquier elemento creado es penetrable y dominable aunando esfuerzos y sumando hallazgos y descubrimientos. El Universo creado, el sol, la luna, las estrellas, en todas sus galaxias y constelaciones, no deja de ser una parte de la creación indudablemente inferior al hombre y puesto por Dios en sus manos para su conocimiento y dominio. Dios en cambio, por muchos miles de millones que durara todavía el mundo, siempre seguiría siendo Misterio insondable para nosotros.

¿A qué, pues, considerar hoy las palabras que nos ofrece la oración inicial de la Misa? ¿Aporta algo la teología al dominio de la naturaleza? Los avances de la ciencia son incorporados muy pronto por todos los pueblos de la tierra en este mundo globalizado. En unos casos, la incorporación lleva a la vida, como ocurre con la medicina, la informática, la climatología, la psicología y tantas otras ciencias más que no viene al caso enumerar exhaustivamente. En otros casos, la incorporación de los nuevos conocimientos científicos lleva al abuso, al desorden y a la muerte como ocurre con la manipulación genética, con la influencia subliminal para dominar el alma humana, o con los avances armamentísticos que tantas muertes y mutilaciones producen.

Fácilmente podríamos pensar que los avances filosóficos, especialmente en el campo de la ética, podrían inspirar nuevas legislaciones que ordenasen toda conducta humana, estableciendo normas y controles universales de pronta aplicación.

Sin embargo, bien sabemos que hecha la ley, hecha la trampa. La ley misma, sufre los gravísimos riesgos del sometimiento a intereses políticos y partidistas, como estamos experimentando en nuestros días y en tantos aspectos de verdadera trascendencia para la sociedad y para la dignidad de la persona.

La filosofía y la ética misma, son ciencias humanas que, además de no ser exactas, dependen mucho de unos puntos de partida que no en todos los casos tienen la fuerza de una referencia objetiva. En cualquier caso son discutibles por unos o por otros, incluso cuando todos coinciden en su valor y en su formulación. Baste con citar el caso de la libertad. Es aceptada por todos como un valor fundamental. Pero el concepto y uso subyacente a la palabra es tan plural como que puede haber posturas radicalmente enfrentadas aunque luchen por el mismo fin. ¿No ocurre así cuando la libertad se constituye en motivo de dialéctica familiar entre padres e hijos? Todos sabemos que el concepto cristiano de libertad va unido, paradójicamente, al concepto de obediencia, como el de Vida definitiva está relacionado con el de la muerte y la negación personal. Así nos lo muestra Jesucristo con su doctrina, con su vida, muerte y resurrección.

Entonces podemos concluir fácilmente que a las ciencias humanas les falta la aportación definitiva de otra ciencia, también humana como todas las ciencias, pero cuyo ámbito, cuyos apoyos y desarrollos, puedan aportar elementos capaces de ordenar y estimular siempre, de modo positivo, el discurrir histórico de los hombres y los pueblos hacia el auténtico perfeccionamiento del universo creado.

Esa ciencia no puede ser otra que la empeñada en el descubrimiento de la realidad de Dios, de la acción de Dios, de la voluntad de Dios, y de la consiguiente relación entre Dios y la creación, entre los planes de Dios y las capacidades humanas, entre el curso del hombre sobre la tierra y el curso de la irrompible relación entre Dios y el hombre.

Esa ciencia es la teología, auxiliada por tantas otras ciencias que le ayudan a conocer, cada vez con más rigor y certeza, la sagrada revelación en la que Dios se manifiesta al hombre y ofrece al hombre la referencia insuperable para conocerse a sí mismo.

En la oración primera de esta liturgia eucarística, hemos pedido al Señor que nuestro trabajo y afanes resulten siempre provechosos a la familia humana. Y en la primera lectura hemos escuchado la oración de Mardoqueo a favor de su pueblo en grave peligro. Pedía Mardoqueo que se mostrase propicio a su pueblo y convierta el luto en alegría.

El mayor provecho para la familia humana consiste en que nuestra torpeza no interfiera nuestra capacidad de vivir en el bien y en la verdad que traen consigo el buen entendimiento recíproco y la paz.

Por tanto, acercándonos al Señor, por el conocimiento de su Verdad, manifestada en su Palabra, en su obra y en su acción interior en cada uno de nosotros cuando nos abrimos a Él, logramos que todo nuestro ser y nuestro hacer, que todo nuestro estudio y trabajo, contribuyan a vencer los motivos de error y de pecado y a construir un mundo nuevo ordenado según Dios para grandeza del hombre y gloria de nuestro Señor.

Lo que puede esclarecerse desde una reflexión lógica basada en la fe, no siempre se descubre desde otros supuestos ajenos a la revelación. Por eso, el Evangelio ha encontrado siempre enemigos declarados, y opositores de buena voluntad.

En muchas ocasiones, la oposición a la Verdad evangélica en su esencial y riguroso contenido, brota de discursos lógicos basados en apreciaciones confusas o en supuestos fundamentos cristianos equivocados o inexactos. Esto se deja percibir también entre nosotros.

Los tiempos que corren son difíciles; en ellos se manifiestan corrientes de pensamiento y posturas vitales muy plurales y confusas, polémicas y hasta versátiles en lo que a la formulación y a la confesión de la Verdad y a la moral cristiana se refiere. El ambiente estudiadamente laicista que da cabida al concepto de libertad subjetiva y relativista y que aboga a favor de la validez de casi cualquier decisión moral, mientras no rompa lo que en cada momento se estima como el bien común consensuado, provoca una cierta ilusión de conectar la fe con la cultura al uso, y que corre el peligro de ser una conexión simplemente acomodaticia. No olvidemos que, para el pueblo sencillo, abandonado a tantas influencias e intereses, tiene mucha fuerza lo políticamente correcto y lo moralmente consensuado por grupos de presión o de notable influencia popular.

En estas circunstancias, no podemos menos que procurar, por todos los medios posibles, un conocimiento cada vez más profundo, sistemático, teórico y experiencial, de la Verdad de Dios manifestada en Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.

Es necesario que tomemos muy en serio cuanto se refiere a la formación cristiana de nuestros fieles, recurriendo a todos los medios a nuestro alcance.

Es necesario que entendamos y asumamos la urgencia de ampliar y profundizar nuestros conocimientos teológicos como pastores, como catequistas, como educadores, como padres, etc.
Es necesario que lleguemos a descubrir la importancia insustituible de la experiencia de dios que da vida a los conceptos y estimula y sostiene las ansias de penetrar más y más el misterio.
Por eso, en este día, cuando inauguramos el curso académico y la tarea educativa de los Centros Diocesanos, yo quiero hacer mía las palabras de S. Pablo, proclamadas en la segunda lectura: “No dejamos de rezar por vosotros y de pedir que consigáis un conocimiento perfecto de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual. De esta manera, vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo”.

Unámonos, pues, en oración pidiendo al Señor luz para orientar nuestro estudio y nuestro trabajo; tesón para mantener el esfuerzo; esperanza para confiar en el buen resultado de lo que deseamos orientar según la voluntad de Dios; y capacidad de apertura al Señor para que nos conceda el don de sabiduría por la experiencia profunda del encuentro con Jesucristo nuestro hermano, redentor y salvador.

Que la Santísima Virgen María, ejemplo de atención a la palabra de Dios, y de amor a su enseñanza, nos alcance la gracia de tomar una seria decisión a favor de la formación cristiana y de acercamiento al Señor.

Que así sea.

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