DOMINGO SEGUNDO DE CUARESMA

Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes, y diácono asistente,
Queridos hermanos y hermanas, religiosas y seglares:

1.- Ya estamos en el segundo Domingo de Cuaresma. Durante este tiempo debe ocuparnos la preparación personal y comunitaria para celebrar los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección redentoras de Jesucristo nuestro Señor.

Los Misterios de nuestra redención constituyen una llamada a tomarse muy en serio esta vida terrena; una insistencia a desarrollar todas las dimensiones o aspectos que configuran nuestra propia condición. Somos personas creadas por Dios a su imagen y semejanza, y elevadas a la condición de hijos adoptivos suyos por el Bautismo. Y esto nos compromete muy seriamente para no desacreditar nuestra identidad, ni transmitir unos perfiles que no corresponden a la realidad de Dios de quien somos imagen.

Tomarse en serio esta vida, como hijos de Dios creados a su imagen y semejanza, supone, primero, pensar en lo que significa nuestra relación filial con Dios, tanto para conocer en profundidad lo que somos, como para descubrir lo que podemos y debemos llegar a ser, porque estamos llamados y capacitados para ello.

Tomarse en serio esta vida que Dios nos ha dado, supone, en segundo lugar, tener clara conciencia de que el ser cristiano entraña un serio compromiso en la renovación del mundo y de la sociedad. Por ser cristianos estamos llamados por Dios, con toda autoridad, a construir la civilización del amor en el respeto a la vida de los hermanos y en el compromiso de ayudarles en sus necesidades materiales y espirituales.

2.- Cuando miramos al Señor y pensamos en nuestra relación con Él, fácilmente descubrimos la contradicción o la incoherencia que existe entre la grandeza de nuestro origen, de nuestra identidad y de nuestra vocación, que son regalo de Dios, por una parte, y nuestra pequeñez y limitación, e incluso nuestra mezquindad y pecado que dependen de nuestra libre conducta. En verdad, no aprovechamos debidamente los dones y oportunidades que Dios nos brinda para servirle y para intimar con Él siguiendo las enseñanzas de Jesucristo. En consecuencia, descubrimos también, que nos quedamos muy cortos en lo que se refiere a nuestros compromisos evangelizadores y transformadores en el campo de la familia, de la profesión, de las actividades cívicas, políticas, culturales, etc.

Es frecuente que, analizando con sinceridad nuestra conducta en relación con nuestros deberes terrenos y sobrenaturales, descubramos no solo la distancia entre lo que hacemos y lo que deberíamos hacer, sino también las enormes dificultades y adversidades que entorpecen el camino de nuestra fidelidad a Dios y de nuestro deber de ser luz del mundo y sal de la tierra.
Este descubrimiento resulta un tanto desconsolador al descubrir nuestros egoísmos ante el amor de Dios, que no acabamos de entender en toda su riqueza; y cuando percibimos nuestras grandes claudicaciones al enfrentamos con las constantes adversidades que acompañan nuestro caminar sobre la tierra; frente a ellas podemos sentirnos un tanto incapaces muchas veces.

3.- El tiempo de Cuaresma cuyo sentido principal está, como he dicho, en prepararnos a cumplir con nuestra relación con Dios y con los compromisos que de ella se derivan, es, a la vez, un tiempo de gracia. En él nuestro Señor nos brinda grandes lecciones y grandes ayudas para que seamos fieles a su santa voluntad y, por tanto, a nuestra vocación; y así podamos llegar a la plenitud y a la felicidad que, de un modo u otro, anhelamos.

Una de las lecciones que nos llega por su palabra fielmente transmitida por la Iglesia, y una de las grandes ayudas que recibimos de Dios en este tiempo es la invitación razonada a la esperanza contra toda esperanza.

En este Domingo, la llamada a la Esperanza nos llega mediante dos relatos. El primero, tomado del primer libro de la Sagrada Escritura, nos enseña que las promesas del Señor y, consiguientemente, sus mensajes y llamadas, por extraños que parezcan, son plenamente fiables. Tienen su fuente en el mismo amor de Dios. Y sabemos que el amor de Dios, muchas veces de un modo inexplicable, se ha volcado sobre nosotros en tantas y tantas circunstancias. De ello todos tenemos experiencias abundantes. Ante ello, la conclusión es muy clara: si el Señor nos ha ayudado cuando le hemos invocado en momentos de especial dificultad, ¿cómo no nos va a ayudar en aquello que Él mismo nos manda? Nuestro deber será, por una parte, pedirle que fortalezca nuestra débil fe para creer que Dios vela siempre por nosotros. Y, por otra parte, tendremos que implorar su ayuda para ser valientes, coherentes y constantes en el cumplimiento de nuestros deberes y compromisos.

4.- El segundo relato bíblico, tomado del Santo Evangelio según Lucas, nos enseña que las dificultades y adversidades, por grandes que sean, pueden vencerse. Jesucristo, que había anunciado a los Apóstoles su Pasión y Muerte en cruz, alienta en ellos, y también en nosotros, la esperanza en que la obra de Jesucristo no será un fracaso. Para ello manifiesta su gloria divina que vence la muerte con la resurrección, también anunciada, transfigurándose ante unos discípulos quizá debilitados por el miedo a quedar abandonados a la mala suerte de la soledad y del abandono de su Maestro y amigo..

La llamada cuaresmal a la conversión, además de implicar un serio compromiso de renovación interior, por la meditación en la palabra de Dios y por la práctica de la penitencia, es una llamada a la esperanza. Una esperanza basada en la palabra de Dios y en la historia real de la protección divina sobre nosotros, tanto en el perdón de nuestros pecados como en su constante promesa de estar siempre con nosotros. De hecho, así lo manifiesta con todo lo que pone a nuestra disposición a través de su Iglesia, que es su Cuerpo Místico y nuestra Madre en la fe, nuestra maestra en la caridad, y nuestro apoyo en la esperanza.

5.- Pidamos al Señor que nos ayude a entender y aceptar la llamada a la conversión personal y al compromiso fiel en el cumplimiento de nuestros deberes en la Iglesia y en el mundo.

Pidámosle también, que no se apague en nosotros el gozo de la esperanza en el final positivo de todo esfuerzo, si es movido por el deseo de ser fieles al Señor.

Pidámosle finalmente en este Domingo segundo de Cuaresma que nos ayude a alcanzar la plenitud y la gloria eterna que deseamos y esperamos.


QUE ASÍ SEA

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