HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DE LA VIGILIA PASCUAL (2010)

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente,

Queridos hermanos todos, seminaristas, religiosas y seglares:

1.- El gozo que la Iglesia ha proclamado en el Pregón Pascual, es el gozo interior que invade el alma creyente al contemplar la resurrección de Jesucristo nuestro Señor, vencedor del pecado y de la muerte.

Puede que ese gozo no llegue a conmover nuestros sentimientos. En verdad, el gozo que se percibe por la fe, no es necesariamente emotivo, sino interior, sereno y permanente. Es el gozo que sigue al convencimiento de que hemos sido salvados; y de que, a pesar de nuestros pecados pasados, presentes y posiblemente futuros, el triunfo de Cristo nos asegura la vida eterna siempre que anide en nosotros el propósito firme de una constante conversión. Es más: la Resurrección de Jesucristo potencia en nosotros el ánimo de permanecer en espíritu de conversión.

2.- La Resurrección de Jesucristo es, pues, la razón que da consistencia a nuestra fe, y el hecho que afianza en nosotros la esperanza contra toda esperanza. La resurrección de Jesucristo da sentido a la Iglesia, y la capacita desde ese momento, para transmitir el mensaje evangélico con la certeza de ver cumplida la promesa de Cristo. Con su resurrección, Cristo nuestro salvador garantiza la veracidad de su predicación, y manifiesta el sentido salvífico de su muerte en la Cruz. Por eso, la Santa Madre Iglesia canta: “En verdad es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios invisible, al Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo” (Pregón P.).

Es Jesucristo quien ha logrado, con su entrega obediente e incondicional al Padre que le envió para salvarnos, que la muerte se convierta en fuente de vida; que la pasión sea sacrificio que llegue a la presencia del Padre como ofrenda de suave olor; y que el sinsentido de una vida abocada a la muerte definitiva por el pecado, se convierta en escenario donde cumplamos con fidelidad a Dios, el papel que con su vocación, ha señalado para cada uno.

3.- Ante semejante maravilla, obrada por el amor misericordioso de Dios, no podemos menos que exclamar con himnos de acción de gracias, unidos a toda la Iglesia. En esta noche santa, clara como el día, el Nuevo Pueblo de Dios proclama, con grandísima alegría, que la diestra del Señor es poderosa. La diestra del Señor es excelsa, porque ha convertido en piedra angular a la piedra que desecharon los pretenciosos arquitectos desconocedores de los planes escondidos desde los siglos en Dios. La piedra angular, que es Jesucristo resucitado y glorioso, sostiene la vida entera de los que creen en Él; y la orienta hacia la eternidad feliz junto a la Santísima Trinidad.

La Luz de Cristo, significada en el Cirio Pascual, presidirá las acciones litúrgicas a lo largo del tiempo Pascual, y acompañará durante el Bautismo a quienes acceden a recibir las aguas de la purificación y de la incorporación a la Iglesia como hijos adoptivos de Dios. San Pablo nos enseña que “Por el Bautismo fuimos incorporados con Cristo en la muerte, `para que así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria de su Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rom, 6, 3-4). Por eso tiene tanta importancia el rito bautismal en esta solemne vigilia.

4.- Este es el día en que los catecúmenos accedían al sacramento del Bautismo. Este es el día en que todos renovamos, haciéndolas nuestras, las promesas que, responsabilizándose de nuestra educación cristiana, hicieron por nosotros quienes pidieron para nosotros el Bautismo.

Al acercarnos a la Sagrada Eucaristía, fuente y cumbre de la vida cristiana y de la fuerza salvadora de todos los sacramentos, pidamos al Señor permanecer fieles a las promesas bautismales que hemos renovado.

Supliquemos al Padre de las Misericordias que mantenga vivo en nosotros el ánimo de conversión para ser capaces de morir con Cristo cada día y abrirnos a la vida nueva que él inauguró con su muerte y resurrección.

Demos gracias al Señor porque en la reiteración de los tiempos litúrgicos nos permite meditar los Misterios del Señor, celebrar su muerte y resurrección, y gozar de la alegría de la Pascua que nos anuncia que también nosotros resucitaremos.

Y, al acercarnos a recibir en la sagrada Comunión el Cuerpo glorioso de Cristo, muerto y resucitado, invoquemos de su infinita bondad la gracia de vivir con Él en la tierra, para gozar de su eterna compañía en los cielos.

QUE ASÍ SEA

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