HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN PENITENCIAL DEL MIÉRCOLES DE CENIZA

Cuaresma 2011

Badajoz, 9 de marzo de 2011


Queridos hermanos sacerdotes, religiosas y seglares:

La celebración en la que estamos participando, es el pórtico de la Cuaresma.

1. Recibir la Ceniza conociendo su significado, supone la voluntad públicamente expresada de vivir la Cuaresma tal como la Santa Madre Iglesia nos enseña y nos propone.

Vivir la Cuaresma, según la enseñanza de la Iglesia supone asumir, como tarea principal en este tiempo, el compromiso de la propia conversión.

La llamada constante de Dios a su pueblo a través de los profetas es la llamada a la conversión. Nos lo transmite hoy el profeta Joel con estas palabras: “Dice el Señor todopoderoso: convertíos a mí de todo corazón, con ayunos, con llanto, con luto…” (Joel 2, 12).

Las primeras palabras de Jesucristo al iniciar su predicación son también una llamada a la conversión: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15).

2. Que Dios nos invite a la conversión significa que nos considera pecadores. Él lo sabe todo y escruta nuestros corazones. Movido por el amor que nos tiene, y habiéndonos creado para gozar de su vida, no puede consentir que nuestros pasos, siempre libres, discurran por el camino del error y del pecado. Y nos llama a replantear nuestra andadura indicándonos el camino de la verdad y del amor.

El aliciente que nos ofrece para emprender el ejercicio de nuestra conversión está, en primer lugar, en manifestarse como Señor nuestro; y, por tanto, como Quien está capacitado para saber dónde está nuestro lugar en la vida y cuáles deben ser nuestras creencias, nuestras actitudes y nuestros comportamientos en orden a nuestra plenitud y felicidad. El Señor se manifiesta como juez de vivos y muertos. A Él corresponde la decisión última sobre nuestra suerte en la eternidad. Pero Él quiere que esa suerte sea nuestra felicidad eterna de la que fácilmente nos apartamos a causa de nuestros pecados.

3. Pero el señorío de Dios sobre todo lo creado, y sobre el origen y fin de nuestra existencia, no se manifiesta como el duro ejercicio de una autoridad sin alma. Dios es amor, y el amor es compasivo y misericordioso. Por eso, al invitarnos a la conversión, lejos de urgirnos con amenazas, se expresa con la ternura del corazón que sufre si nos pierde. A través del profeta Joel, nos dice: “convertíos al Señor Dios vuestro, porque es compasivo y misericordioso” (Joel 2, 12 ss.).

Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, que el Padre envió al mundo para redimirnos del pecado, puesto que nos ama desde el principio y por encima de nuestra torpezas y pecados, nos dice al considerarnos agobiados por nuestros males: “si alguien está agobiado, que venga a mí y yo lo aliviaré, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28ss.).

4. La llamada a la conversión es la expresión más brillante de la ternura de Dios con nosotros. Ternura que no nace de la debilidad de un corazón blando, sino del amor infinito de Dios, que es capaz de ganar nuestro corazón.

La conversión a Dios es el camino para recuperar nuestra genuina esencia, tantas veces olvidada o ladeada por fuerza de nuestra torpeza. Porque estamos creados por Dios y para Dios. Creados en el Paraíso terrenal y llamados a gozar del Paraíso Celestial.

Nuestra esencia es vivir en el mundo como imagen y semejanza de Dios para transformar el mundo creado por Él, convirtiéndolo en recurso del hombre para dar gloria a Dios. Transformar el mundo nada tiene que ver con destruirlo. Al contrario. Transformar el mundo significa utilizar sus bienes para ejercitar el amor de Dios creador, porque de Él somos imagen y semejanza. Transformar el mundo significa dignificar el mundo tratando con exquisitez la naturaleza y procurando que la sociedad sea el ámbito propicio para el verdadero crecimiento de las personas.

Somos testigos de las corrientes defensoras de esa autonomía del hombre que le lleva a dar la espalda a Dios intentando suplirle o desplazarle. Cuando la persona se olvida de Dios termina, pronto o tarde, no solo olvidándose del hombre, sino también siendo enemigo de los otros hombres y egoísta y despiadado buscador del propio provecho.

5. Cuando esto ocurre entre las personas en el orden individual, nacen las envidias, los rencores, los engaños y mentiras, y hasta el odio que lleva al desprecio y que puede causar la muerte.

Cuando el olvido de la propia realidad, vinculada esencialmente a Dios, se da entre grupos humanos y entre pueblos, las torpezas de unos y de otros llevan a la guerra, a la destrucción, al sometimientos injusto, a las graves diferencias que ocasionan el hambre, la enfermedad y distintas formas de muerte y de exterminio.

Cuando el olvido de Dios nace de una ciega y desviada autovaloración humana, la humanidad se inclina a considerar el progreso como el resultado de sus propios hallazgos o descubrimientos. Entonces los comportamientos pierden la referencia a Dios y la suplantan por el interés egoísta o la búsqueda del bienestar inmediato y material. Esta actitud lleva a perder la referencia, objetiva y cierta, del bien y del mal, y a considerar que todo lo que el hombre puede alcanzar por la ciencia, es bueno en sí, y puede ser utilizado según el propio albedrío. De ahí nace la manipulación criminal de los niños, incluso antes de nacer, de las personas con deficiencias notorias, de los enfermos terminales y de los ancianos y la ya consabida explotación de hallazgos científicos para la guerra y la muerte.

Este criterio, sin referencia a Dios, lleva a paradojas tan serias y preocupantes como las que se perciben cuando en la sociedad se gastan enormes cantidades de dinero creando centros de atención a niños, enfermos y ancianos y, al mismo tiempo, se defiende el aborto y la eutanasia, disfrazados con nombres humanitarios. Al aborto se le llama “interrupción voluntaria del embarazo” para evitar males mayores. Y a la eutanasia se la publicita llamándola “muerte digna”. A la guerra se la pretende justificar como la defensa de las libertades y de los propios derechos ante invasiones de poder, o de intereses ajenos; y el abuso de los pueblos poderosos sobre los pueblos subdesarrollados, se explica como la suerte inevitable de su propia incultura y cerrazón.

6. Queridos hermanos: es necesaria la conversión en todos. Y urge, a la vez, que entendamos, como parte inseparable de la conversión, la voluntad de escuchar a Dios. Él nos habla a través de la Iglesia cuyo magisterio debemos escuchar con atención y reverencia. Nos habla cuando se acerca a nosotros en los Sacramentos. Por eso, en la Cuaresma tiene una importancia especial el Sacramento de la Penitencia o de la Reconciliación con Dios. La Reconciliación con Dios es sinónimo de la reconciliación con la Verdad, con la Justicia, con el amor y con la paz, entendidas como regalo del Señor para cuya consecución el Señor nos pide una responsable colaboración.

Para ir descubriendo todo esto en su profundo y rico significado, necesitamos formación y domino personal. De este modo podremos acercarnos a Dios sin dejarnos llevar por otras llamadas que nos distancian de Él. Por eso, el tiempo de Cuaresma es el tiempo propicio para escuchar la palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia.

Aprovechemos la Cuaresma para avanzar en el camino que nos enseña el Señor a través de su Iglesia.

Hagamos un acto de fe en el amor de Dios y en la santidad de la Iglesia, y pongámonos en sus manos para llegar a convertirnos sinceramente, y a ser apóstoles esforzados y esperanzados de la conversión de nuestro prójimo.


QUE ASÍ SEA

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