HOMILÍA DEL DOMINGO III DE CUARESMA - 2011

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y Diácono asistente,

Queridos miembros de la Vida Consagrada,

Asociación de Antiguos Alumnos de los Colegios de la Guardia Civil,

Queridos hermanos y hermanas seglares participantes en esta Eucaristía,

Grupos participantes en defensa de la Vida desde su concepción hasta su muerte natural, que celebrabais hoy con la Iglesia la Jornada propia:

A medida que avanza la Cuaresma, la palabra de Dios va manifestándonos con diversos hechos la magnitud del amor de Dios a todos y a cada uno de nosotros, y la terquedad con que, muchas veces, respondemos a ese amor solícito y paciente.

Hoy nos presenta dos escenas verdaderamente significativas. La primera tiene lugar en el desierto durante el camino del Pueblo de Israel hacia la tierra prometida.

Es curioso comprobar que los Israelitas, esclavizados en Egipto y oprimidos por la sobrecarga de trabajos ímprobos, una vez liberados milagrosamente por Dios, se revuelven contra Él. La causa de ese proceder claramente injusto entonces y ahora está en que las circunstancias del camino les resultaban adversas. Lo más grave de esta actitud está en que llegaron y se llega a pensar que Dios es capaz de provocar situaciones adversas para hacernos morir o sufrir innecesariamente. Este pensamiento está muy lejos del conocimiento de Dios y de la fe en su voluntad salvífica universal.

Los israelitas habían presenciado las plagas con que el Señor quería presionar al Faraón para que dejara salir a su Pueblo. Nosotros hemos presenciado acciones del Señor igualmente prodigiosas y favorables a nosotros. Sabemos que Dios envió a su Hijo unigénito para que viviera entre nosotros dándonos a conocer el amor infinito que Dios nos tiene a todos y a cada uno. Obra ésta que realizó Jesucristo plenamente sufriendo y muriendo en la cruz por nosotros. Sin embargo, acostumbrados a gozar la protección incondicional de Dios, no solo olvidamos que esa protección es un regalo inmerecido, sino que llegamos a considerarlo como un derecho propio. Y, cuando creemos que nos falta, sin preguntarnos qué quiere decirnos o proponernos Dios con esa situación aparentemente desafortunada, nos consideramos con razón para protestar. No ocurre así cuando nos comportamos mal con Dios. Entonces suplicamos su perdón olvidando que es un derecho de Dios ser obedecido y reverenciado; y que nuestro comportamiento contrario nos aparta del Señor que, a pesar de todo, no deja de amarnos, de ofrecernos sus dones, y de procurar que volvamos al buen camino.

Es muy importante que reflexionemos sobre estos comportamientos porque nada tienen que ver con la conducta propia de un cristiano. Es necesario que, cuando nos encontremos actuando de ese modo tan incoherente e ingrato para con Dios, creador y salvador nuestro, y que nos acompaña y tutela siempre con su divina Providencia, seamos capaces de reconocer nuestro error, pedir perdón humildemente, y asumir el compromiso de reconducir nuestras actitudes y comportamientos.

La segunda escena, pone también en evidencia la necesidad de nuestra conversión para tratar a Dios como se merece. Tiene lugar en Samaría y en el marco de un diálogo entre Jesús y una mujer samaritana cuando ésta iba a sacar agua del pozo. El Señor pide, humildemente, agua a la Samaritana. Esta mujer, enrocada en lo que supone que son sus derechos como pueblo, desprecia a Jesucristo porque le considera judío. Los judíos y los samaritanos no se trataban. Y, en lugar de valorar la humildad de Jesús que le pedía un poco de agua pasando por encima de enemistades entre pueblos, le echa en cara ofensivamente que se excede insensatamente como judío al dirigirse a ella.

La samaritana, olvidando que Dios es Dios de todos, y que nos convoca a ser y a comportarnos como hermanos, niega el agua a Jesucristo. Y justifica su lamentable negativa aduciendo que es absurdo y atrevido que un judío pida agua a una samaritana. El Señor, en cambio, la va conduciendo pacientemente hacia una reflexión que la sitúe ante la verdad del Mesías y ante la situación de su propia vida. Con ello la samaritana comprenderá que, frente al supuesto derecho de negar el agua a un judío, Jesucristo ejerce el servicio del amor, y se esfuerza por conducirla hacia la verdad. Es más; Jesucristo, pasado un tiempo, y lejos de ceder a las rencillas entre pueblos, llegará a poner a un samaritano como ejemplo del mejor comportamiento con el transeúnte que había sido despojado de todo, malherido en el camino y abandonado por todos los que pasaban a su lado; entre ellos había Judíos.

Es lo de siempre: los que han recibido bienes del Señor los consideran un derecho propio y no un don a compartir. En cambio, cuando uno vive conscientemente cualquier forma de escasez, se queja de que no se le ayude. Y arguye que los bienes son de todos y para todos los que los necesiten.

En esta Jornada dedicada a la defensa de la vida en todos sus momentos y situaciones, debemos dar gracias a Dios por haber sido elegidos como destinatarios de este bien, que es plataforma necesaria para recibir tantos otros bienes como el Señor nos ha ido concediendo a lo largo de nuestros días.

Este día es propicio, también, para que pidamos perdón a Dios por las ocasiones en que, considerándonos propietarios y dueños de la vida, recibida del Señor como regalo, la hayamos podido malgastar, la hayamos dejado de cultivar y defender, y la hayamos menospreciado en los demás de un modo u otro.

Hagamos el firme propósito de defender, cultivar y agradecer el don de la vida, y ser apóstoles de su defensa y cuidado desde el primer momento de su concepción hasta su muerte natural.

Están entre nosotros los antiguos alumnos de los Colegios de la Guardia Civil. Nos unimos a ellos en la celebración del sexagésimo segundo año de la Asociación que los reúne, y damos gracias a Dios por la ya larga vida de su Asociación. Les encomendamos al Señor para que bendiga la andadura de los Colegios de la Guardia Civil y acompañe siempre a sus alumnos.

La Cuaresma es una oportunidad que nos brinda el Señor a través de la Iglesia para que meditemos en los dones recibidos de Dios, para que sepamos agradecérselos como auténticos regalos, para que nos decidamos a ponerlos al servicio de quienes puedan necesitarlos, y para que reconozcamos que todo cuanto nos ocurre es querido o permitido por Dios para nuestro bien. Sólo así podremos vivir con gozo y gratitud la celebración de los misterios del Señor en la próxima Semana Santa.

Pidamos al Señor esta gracia por intercesión de la Santísima Virgen María, que siempre supo aceptar la voluntad de Dios y darle gracias poniéndose enteramente a su disposición como sierva incondicional suya.

QUE ASÍ SEA

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