HOMILÍA EN EL ENCUENTRO DIOCESANO CON RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS

(Domingo, día 5 de Febrero de 2012)


Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,

Queridos hermanos todos, miembros de la Vida Consagrada, cuya fiesta celebramos hoy en fraternidad diocesana,

Queridos fieles laicos que participáis con nosotros en esta Eucaristía:

1.- Nos hemos reunido hoy, convocados por el Señor mediante el precepto dominical, y con motivo de la Jornada mundial dedicada a la Vida Consagrada, para celebrar el triunfo definitivo de Jesucristo nuestro Señor y salvador. Su victoria es nuestra victoria, puesto que Él se ofreció como hostia agradable al Padre para alcanzar la salvación que la humanidad no podía alcanzar, a pesar de que era su mayor necesidad. Su victoria ha de manifestarse a través del testimonio de nuestra vida que debe ser una prueba de que el Señor a vencido al pecado. Nuestra alegría sebe ser grande, y ha de brotar de la constatación de que Dios ha obrado y sigue obrando en nosotros. En verdad, el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres (cf. Sal 125, 3).

Este día, como Día del Señor, y esta celebración, como actualización para nosotros del único sacrificio redentor de Jesucristo, son dos preciosas ocasiones para que demos gracias a Dios. Él busca, por todos los medios y con pleno respeto a la libertad que nos regaló al crearnos, el máximo bien para nosotros. Y ese bien consiste en que participemos de su gracia aquí en la tierra, y de su gloria en el cielo. Podemos estar contentos por ello. Pero el Señor busca, también, que gocemos de esa otra dimensión del mayor bien que consiste en ser testigos de su amor, de su generosidad y de su servicio a los hermanos. En ello radica el sentido de la castidad, de la pobreza y de la obediencia que acompañan, como líneas transversales, la andadura de todo consagrado al Señor.

2.- Sin embargo, la participación de la gracia de Dios y del bien que él procura para nosotros en tanto consagrados, solo puede ser una realidad en cada uno si acudimos cada día, como la primera vez, a la llamada del Señor. Llamada que lleva consigo todo un estilo de vida y el ministerio que viene definido por el carisma propio.

Dios no nos regala su gracia para que actuemos bien de forma automática, sino para que, con esfuerzo y sacrificio, podamos permanecer fieles a su santa voluntad. El regalo de la gracia de Dios nos capacita y compromete a poner en práctica el mandamiento del amor en todas sus dimensiones y aplicaciones. No olvidemos que hemos sido elegidos y enviados para renovar según el Evangelio nuestros ámbitos más próximos; y para trabajar siempre en la construcción de la civilización del amor fundamentado en la Verdad. En ello debemos poner todo nuestro entusiasmo y todos nuestros recursos desde el carisma con que el Espíritu Santo ha enriquecido y caracterizado a cada Institución y, consiguientemente, a cada persona integrada en ella.

3.- El encuentro vocacional con el Señor y con su gracia, y también entre nosotros como miembros de las respectivas Congregaciones, Institutos o Asociaciones, tiene, además, otro elemento que enriquece todavía más nuestra condición de consagrados. Me refiero al inmenso valor de cada carisma fundacional y al estilo de vida que lleva consigo como concreción del servicio generoso a Dios, a la Iglesia y al mundo. Actualizar nuestra conciencia de la propia vocación y carisma, renovar nuestra fidelidad al Señor que nos ha llamado, y dar a conocer a los hermanos en la fe lo que Dios ofrece a la Iglesia y al mundo a través de la Vida Consagrada es el objetivo de esta Jornada mundial que hoy celebramos. El Señor ha querido que su luz llegue al mundo mediante el resplandor de su gracia que el Espíritu Santo ha derramado sobre quienes ha llamado a consagrar su vida plenamente a Dios para el servicio desinteresado a los hermanos. Este gesto cristiano cobra especial valor en estos tiempos en que parece que el hombre tiende a vivir cada vez más desde sí mismo y para sí mismo.

El descubrimiento de la propia responsabilidad personal y la de la Institución a la que cada uno pertenecemos por vocación de Dios, así como la fuerza necesaria para cumplir nuestra misión, es gracia que nos concede el Espíritu Santo. Él es quien nos muestra el horizonte y el camino para alcanzarlo. Es absolutamente necesario, pues, que invoquemos la gracia del Espíritu para que despierte el corazón y ayude a una respuesta generosa por parte de los que han sido llamados. Convencidos de que todos los carismas suscitados por el Espíritu Santo en la Iglesia son necesarios para que brille en el mundo la luz de Cristo, debemos unirnos todos en la misma plegaria: Envía, Señor, obreros a tu mies. Envía para cada lugar y momento aquellos cuyo estilo sea más necesario. Haz, Señor, que nuestra esperanza no se trunque ante la escasez de vocaciones para la propia Institución. Creemos firmemente que tu infinita sabiduría dirige con acierto la nave de tu Iglesia. Éste es el motivo principal de esta Jornada eclesial dedicada a la Vida Consagrada.

4.- La Vida Consagrada, como vocación de Dios, es una gracia para quien la recibe, y también para la Iglesia en cuyo seno ha nacido, se desarrolla y sirve. Puesto que formamos parte de la misma Iglesia, debemos caer en la cuenta de que es deber personal de cada uno, y de cada una de las Instituciones o grupos en los que estamos insertos, interesarnos por los carismas ajenos y valorarlos como parte del divino mosaico que es la Iglesia. En consecuencia, constituye un deber ineludible de cada uno orar para que, quienes recibieron las diferentes vocaciones, permanezcan firmes en su desarrollo para su propia santificación, para el bien de la Iglesia y para la renovación del mundo.

Es mucho lo que necesita la Iglesia, y mucho lo que el mundo espera de la Iglesia y de cada uno de los cristianos. Por ello, o caminamos unidos afectiva y efectivamente, o seremos, sin querer, la pantalla que impide el paso, ante el mundo, de la luz para cuya difusión nos ha elegido.

5.- En estos días, en que tanto abundan las disensiones y los enfrentamientos, los cristianos estamos especialmente llamados a dar testimonio de unidad y colaboración. Debemos orar por la unidad entre nosotros, tanto en lo esencial como en la necesaria atención a la disciplina de la Iglesia. Solo así daremos gloria a Dios, y seremos testigos de que tenemos un solo Señor, de que nos anima una sola fe, de que nos reúne un solo Bautismo, de que confiamos en un solo Dios y Padre (cf. Ef. 4, 5), y de que la Eucaristía es, para todos nosotros, sacramento de piedad, signo de unidad, y vínculo de caridad por el cual el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera (cf. SC. 47).

6.- Para llevar a cabo la misión que hemos recibido del Señor, sentimos con frecuencia la debilidad de nuestras fuerzas personales y la escasez de hermanos entregados al desarrollo del mismo carisma. Y esto crea el problema adicional que supone la reducción de nuestra presencia en lugares cuyas necesidades conocemos. Sin embargo, no podemos olvidar que Jesucristo llevó a término la mayor acción salvadora, precisamente en los momentos de mayor debilidad: los discípulos le habían abandonado, y había sentido las mayor de las soledades. Por eso exclamó: “Padre, ¿por qué me has abandonado” (Mt. 27,46). En ese momento, Jesucristo nos dio la mayor lección que recogerá y nos transmitirá luego S. Pablo, como hemos escuchado en la segunda lectura: “Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes” (1 Cor. 9, 22-23).

7.- El Santo Evangelio nos manifiesta hoy que el Señor, cuando era requerido por tantas necesidades que le presentaban, se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar (cf. Mc. 1, 35). Aprendamos la lección.

8.- En la oración inicial de la Santa Misa hemos pedido que el Señor vele continuamente sobre su familia, que la proteja y la defienda, ya que sólo en Él hemos puesto nuestra esperanza.

Que la Santísima Virgen María nos ayude a permanecer junto al Señor en humilde y confiada oración.

QUE ASÍ SEA.

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