HOMILÍA EN EL PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente,
Queridos hermanos miembros de la Vida Consagrada y fieles seglares:


Hemos comenzado la Santa Cuaresma. La Identidad de este tiempo queda claramente manifiesta en el testimonio de Jesucristo y en las palabras con que nos convoca a una dedicación, que es imprescindible en nuestra vida cristiana: la conversión, el conocimiento y progresivo acercamiento a Jesucristo nuestro salvador.

1.- Jesucristo, antes de iniciar su vida pública, se retira al desierto. Allí experimenta las dificultades con que toda persona humana se encuentra inevitablemente en su vida ordinaria: debilidad personal, tentaciones diabólicas, incomodidades constantes, etc.

Atravesando esa situación, libremente elegida por él, Jesucristo nos ofrece el testimonio de que su encarnación no fue parcial sino total. En todo se hizo semejante al hombre menos en el pecado (Hb. 4, 15). Por tanto, Jesucristo nos enseña a ser hombres cabales. Él es el modelo por excelencia de lo que debe ser el hombre si mantiene su coherencia con su identidad original.

Jesucristo no sucumbió a las tentaciones del diablo, pero no escapó de ellas. Las tentaciones no son efecto del pecado previamente cometido. Adán Y Eva fueron tentados antes de cometer su primer pecado. Por tanto, ante las tentaciones nosotros no tenemos la excusa de estar expuestos a ellas exclusivamente como consecuencia de haber nacido con la herencia del pecado original. Recordemos que, si habíamos heredado el pecado original sin responsabilidad propia, también fuimos liberados de él sin méritos propios gracias al Bautismo. Es más: el texto evangélico nos dice que la estancia de Jesucristo en el desierto no fue el efecto de una decisión arbitraria por su parte: “El Espíritu empujó a Jesús al desierto” (Mc. 1, 12). La situación de prueba en que vivimos es propia de la naturaleza que compartimos.

En los planes de Dios está el que las criaturas humanas atraviesen momentos de prueba. No podía ser de otro modo. La debilidad, las limitaciones, las consiguientes incomodidades y hasta las molestias que nos llegan del prójimo son consecuencia de las limitaciones humana propia de nuestra condición de criaturas. No es necesario que haya móviles pecaminosos en quienes interfieren en nuestra vida causando incomodidades y molestias. Basta con que sus limitaciones les impidan ver con claridad y actuar con la precisión que caracteriza a la virtud. ¡Cuántas cosas, que causan molestias e incluso adversidades entre personas, son fruto de la ignorancia no culpable y hasta de la buena intención!

La lección es bien clara y sencilla. Estamos llamados a tomar conciencia de la condición propia y ajena, y a asumir la responsabilidad de afrontar los diversos trances con espíritu de superación. Esto es una actitud necesaria para imitar a Jesucristo. Él, como único Maestro, es para nosotros camino, verdad y vida. (cf. Jn. 14, 6).

2.- Una vez aprendida esta lección, es muy oportuno que nos preguntemos ¿por qué nos habla el Señor de estas cosas cuando estamos celebrando el primer Domingo de Cuaresma? La respuesta es muy sencilla: La Cuaresma es imagen de nuestra vida. Nuestro peregrinar sobre la tierra debe seguir un camino ascendente, y por eso incómodo y duro, hacia la resurrección final. Solo después de ella gozaremos de la vida eterna, feliz y gloriosa junto a Dios en los cielos. Esa es la promesa del Señor. Esa es la razón de nuestra esperanza que da sentido a nuestros días buenos y malos.

En ese camino desde nuestra condición terrena, limitada, contingente y pecadora, hacia la condición inmortal, gloriosa y feliz, que nos ha sido prometida por el Señor, cuentan, de modo muy condicionante, nuestras reacciones ante los hechos que nos llegan desde fuera de nosotros y en los que nos vemos implicados. Pero también cuentan nuestras actitudes, intenciones, luchas, claudicaciones e infidelidades. Por todo ello, cuando el Señor nos llama a recorrer el camino de la vida hacia la unión plena con él en los cielos, nos advierte acerca de los peligros que pueden llegarnos, y sobre la forma de comportarnos en cada momento si queremos de verdad caminar con acierto hacia el fin prometido.

La primera forma de predicación de Jesucristo, para enseñarnos el camino hacia la vida y la forma de recorrerlo, es su ejemplo. Jesucristo asumió el desierto y sus consecuencias; y, en ese trance, nos dice el Evangelio, que “los ángeles le servían” (Mc. 1, 13). También a nosotros nos asiste la ayuda de Dios en los momentos de prueba. Así lo afirma el mismo Jesucristo: “Si alguien está agobiado que venga a mí, porque mi yugo es suave y mi carga es ligera” (Mt. 11, 28-30) . Y, en otro momento nos dice: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá” (Mt. 7, 7). Esa es la razón por la que la Iglesia pone hoy en nuestros labios las palabras del salmo con las que nos hemos dirigido a Dios haciendo un acto de fe: “Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad, para los que guardan tu alianza” (Sal. 24). Y, hecha esta profesión de fe, hemos recurrido a Dios para que sea nuestro maestro y nuestro auxilio: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame porque tú eres mi Dios y salvador” (Sal, 24).

A la luz de estas enseñanzas, podemos concluir fácilmente que la Cuaresma es un tiempo en el que debe ocuparnos la mirada hacia nuestro interior. Esta mirada, oportunamente orientada, ha de ir descubriéndonos cómo reaccionamos ante nuestra propia condición limitada, ante las incomodidades y pruebas que nos impone nuestra contingencia, y ante las tentaciones por las que el diablo quiere conducirnos a la infidelidad.

Al mismo tiempo, la Cuaresma nos invita a tener en cuenta la raíz de nuestra condición de criaturas, de seres redimidos y llamados a la relación personal con Dios como hijos adoptivos suyos. Por tanto, la Cuaresma también nos invita a conocer más a Dios, sus planes y sus enseñanzas. Por eso, en la oración inicial de la Misa hemos elevado nuestra mente a Dios pidiéndole que nos conceda “avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud” (Orac. Colecta). Nuestra condición de criaturas está esencialmente vinculada al Misterio de Dios creador y redentor. Avanzar en el conocimiento de Cristo es condición para vivir en plenitud nuestra condición y nuestra vocación. A ello nos convoca la Cuaresma cada año.

Esta es la dedicación que nos pide el Señor al comenzar la cuaresma. Jesucristo la resume en estas palabras: “Convertíos y creed en la Buena Noticia” (Mc. 1, 15).

Pidamos al Señor que nos ayude a permanecer atentos a su ejemplo y a sus enseñanzas, de modo que la gracia de esta nueva oportunidad de conversión y santificación, que es para nosotros es esta nueva Cuaresma, sea bien aprovechada por cada uno con gratitud y esperanza.

QUE ASÍ SEA

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