HOMILÍA EN LA JORNADA DE FORMACIÓN

DELEGACIÓN EPISCOPAL PARA EL APOSTOLADO SEGLAR

Sábado, 4 de Febrero de 2012

Queridos miembros de movimientos y asociaciones seglares apostólicas:

Me complace compartir con vosotros esta Jornada ya tradicional orientada a la formación de los fieles laicos de nuestra Iglesia diocesana. Me habréis oído afirmar con frecuencia que uno de los problemas mayores de la Iglesia en nuestro tiempo y en nuestra sociedad es la falta de formación a todos los niveles.

La vida familiar, cultural, política, y relacional ha cambiado notablemente en muy poco tiempo. Y sigue en proceso de transformación, llevando a la sociedad y, sobre todo a las nuevas generaciones, al desconocimiento del Evangelio, a la confusión de la doctrina cristiana con criterios ajenos a la enseñanza de Jesucristo transmitida por la Iglesia; y, lo que es peor, empuja hacia una extendida indiferencia que adormece la sensibilidad para valorar y buscar la verdad.

Aunque el mensaje cristiano es permanente, ha cambiado sobremanera el sujeto receptor de ese mensaje. En consecuencia, los transmisores, pastores y apóstoles, debemos plantearnos la urgente necesidad de profundizar en el conocimiento de la verdad a transmitir, para acertar en la transmisión a la que hemos sido enviados. Luego, deberemos atender a los nuevos métodos y a los nuevos lenguajes que solo tienen sentido cuando cultivamos los nuevos bríos que han de fortalecerse en la verdad.

Es necesario un replanteamiento de los supuestos de la formación cristiana (objetivo último y contenidos fundamentales) y de los procedimientos a emplear en ella. El Papa Juan Pablo II decía que la situación en que se encuentra el pueblo cristiano, especialmente en occidente, requiere una nueva evangelización. Ello exige de nosotros, pastores y apóstoles, dedicar un esfuerzo constante a nuestra formación doctrinal y a la configuración con Cristo para ser fieles transmisores de la Buena Nueva que el Señor nos ha permitido conocer, y que nos ha mandado transmitir.

En los tiempos presentes, hay muchos que buscan, de diversos modos y por diversos caminos, el rostro auténtico de Jesucristo, aunque sus manifestaciones den la apariencia de lo contrario. Sin embargo, por estas manifestaciones contrarias a la aceptación de la fe, algunas veces muy crudas y crecientes, se percibe una clara lección que nos llega a través del Evangelio de hoy. San Marcos nos dice que, aunque Jesucristo buscaba en esos momentos un legítimo descanso con sus discípulos, se encontró con una multitud que le dio lástima porque andaban como ovejas sin pastor.

Ante nosotros discurren constantemente personas de todas las edades que dan lástima porque andan como ovejas sin pastor; y que, además, absorbidos por lo terreno e inmediato, no llegan a ser conscientes de su verdadera necesidad. Más todavía: si perciben, allá en el fondo, la necesidad de un apoyo superior a sus propias fuerzas, esperan encontrarlo dando cauce a la superstición, o atendiendo a las adivinaciones y los juegos de azar.

En estas circunstancias resulta verdaderamente difícil hacer oír con atención la palabra de Dios. Por ello, puede flaquear nuestro ánimo, llevándonos a desistir del empeño apostólico, o a pensar que debe discurrir por caminos más acordes con los gustos y criterios de quienes han de escucharlo. Con ello, corremos el peligro de proclamar nuestra versión del Evangelio, en lugar de proclamar el Evangelio que nos transmite fielmente la Santa Madre Iglesia. En consecuencia, tenemos que acentuar la otra dimensión de nuestra necesaria formación permanente. Me refiero a la renovación y crecimiento de nuestra adhesión a la Iglesia y, en ella, al Señor. Unido a ello debemos pedir al Espíritu Santo que acreciente y mantenga en nosotros los bríos apostólicos en medio de todas las dificultades.

Nuestro proceso de formación no puede limitarse al aprendizaje de la doctrina, sino que requiere, además, el contacto personal y directo con el Maestro. A la formación de la mente debe acompañar la formación del espíritu, buscando la configuración con el Señor. Este segundo requisito resulta más abstracto a simple vista porque no consiste en un quehacer conmensurable de inmediato. Este segundo requisito nos orienta hacia la meditación y la contemplación del Misterio de Jesucristo, a la oración asidua y confiada, y a la participación consciente y bien preparada de los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Un buen apóstol no puede reducir su fidelidad al mero cumplimiento de lo preceptuado. Por eso la sagrada Liturgia pone hoy en nuestros labios, estas palabras del Salmo interleccional: “Te busco de todo corazón, no consientas que me desvíe de tus mandamientos” (Sal. 118).

Pidamos a la Santísima Virgen María, Madre de Dios, Madre de la Iglesia y Madre nuestra, que supo escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica, mereciendo la alabanza del Señor, que nos ayude a crecer en la formación integral cristiana, y a trabajar por la proclamación del santo Evangelio.

QUE ASÍ SEA