HOMILÍA EN EL DOMINGO IIº DE ADVIENTO CICLO A.

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente,
Queridos hermanos y hermanas todos, religiosas, seminaristas y seglares:

1.- En este domingo, segundo del tiempo preparatorio a la Navidad, la Iglesia nos invita a considerar el carácter decisivo que tiene, para nuestra vida cristiana, la escucha atenta y religiosa de la palabra de Dios.

Tanto durante el Adviento, como durante nuestra vida de la que son signo estos días prenavideños, nuestra actitud fundamental debe ser la esperanza.

Esperamos porque Dios nos ha hecho una promesa y la ha convertido en alianza sellada con su sangre. Según esta promesa aguardamos con plena confianza la venida del Señor que nos ha de llevar al triunfo total sobre el pecado y la muerte. Esta venida final no es separable de la primera venida en la Navidad original, cuando el Hijo de Dios, hecho hombre en las purísimas entrañas de la Santísima Virgen María, nació como un niño, sencillo y humilde, en un pobre establo de Belén.
La venida como Niño en la primera Navidad constituía el inicio de la redención. Y la segunda y definitiva venida de Cristo será la manifestación plena de la redención porque en ella se manifestará, victoriosa, la divinidad de Cristo, juez poderoso de vivos y muertos, rey supremo y eterno que, por su amor infinito, vuelca su misericordia sin límites sobre quienes le acogieron y procuraron servirle.

2.- Pues bien, para nuestra adecuada preparación al encuentro con Cristo, ahora sacramentalmente a partir de su Encarnación, y luego directamente en la vida eterna, necesitamos la palabra de Dios. Ella nos enseña quien es Dios y cómo se comporta con nosotros, cual es su voluntad en beneficio de todos los que le buscan, y cual es su paciencia tomando siempre la iniciativa de acercarse a nosotros. El Señor no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (cf--)..

Sin conocer la palabra de Dios no podemos acercarnos a Él con libertad y esperanza. Por eso nos dice hoy S. Pablo: “Todas las antiguas Escrituras se escribieron para nuestra enseñanza, de modo que entre nuestra paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza” (Rom. 15, 4).

Prestar atención a las Escrituras, a la palabra de Dios escrita, que nos abre cauces para llegar al Señor, es tarea que nos facilita la santa Madre Iglesia. De modo que sin atender a la que es nuestra Madre y Maestra, no alcanzaremos a saber qué nos dice, en verdad, el Señor en las misma Escrituras. Jesucristo ha confiado su palabra a su Iglesia y, mediante la asistencia del Espíritu Santo, le ha garantizado la integridad y veracidad en la transmisión del mensaje divino. Por eso ha dicho con toda claridad, refiriéndose a los Apóstoles de quienes son sucesores los Obispos en comunión con el Papa: “Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros recibe, a mí me recibe”(--).

3.- La palabra de Dios, proclamada por la Iglesia, nos llama a la conversión interior, que es el fundamento y la condición imprescindible para que cambien nuestros comportamientos personales y sociales. Esta era la predicación de Juan Bautista, el precursor de Jesucristo. Su grito, su consejo, su llamada era: “Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos” (Mt. 3, 1).

La conversión implica un cambio de mentalidad por el que los criterios humanos dejen paso a los criterios evangélicos. La palabra de Dios nos transmite los puntos de vista y los criterios de Jesucristo. Esto no significa la mutilación intelectual del hombre, sino su crecimiento gracias a la educación que nos ofrece la palabra de Dios ampliando nuestras perspectivas desde la sabiduría divina, que es algo distinto y muy superior a la ciencia humana. De ahí la trascendental importancia que tiene para el cristiano la formación seria y profunda, absolutamente accesible a todos por los medios al alcance de cada uno.

4.- La formación, fundamentada en la palabra de Dios y ofrecida a nosotros por la Iglesia en tantos momentos y formas, no debe ser mirada como una simple obligación. Entonces se convertiría en una pesada carga. Es urgente que descubramos la radical necesidad que de ella tenemos no sólo para el ejercicio del apostolado, sino para la misma orientación de la propia vida. Si la consideramos así, como es en verdad, entonces se convertirá en un quehacer ilusionado al que dedicaremos el esfuerzo necesario con entusiasmo y esperanza.

La llamada a la conversión de que nos habla S. Juan Bautista en el Evangelio de hoy, equivale a la preparación de los caminos del Señor por los que ha de llegar el encuentro personal con Dios. Encuentro que se dará en el seno de la Iglesia, hogar de los cristianos y morada de Dios con los hombres, significada en el espacio sagrado del Templo.

La conversión con la que preparamos los caminos del Señor, requiere ese conocimiento de Jesucristo por el que le reconozcamos y recibamos como el Señor del Universo. Como nos dice simbólicamente S, Juan Bautista, Él tiene el bieldo en la mano para aventar la parva y juzgar sobre el trigo y la paja. Mensaje éste muy urgente para nosotros en los tiempos que corren, porque las ideologías y las tendencias instintivas van favoreciendo el alejamiento de Dios, de forma que destaque la autonomía y la suficiencia del hombre, satisfecho con sus descubrimientos y con el espejismo de un futuro exclusivamente humano y universalmente feliz.

5.- Cada vez que el hombre da un paso alejándose de Dios, avanza hacia su deshumanización. De tal forma, que caminando de espaldas a Dios el hombre se dirige hacia su propia desestabilización y hacia su muerte. Realidad que estamos viendo muy claramente en nuestra sociedad a través de los medios de comunicación. Ellos nos dan noticia de egoísmos que causan las injustas diferencias sociales, el hambre, las guerras, el terrorismo, las distintas formas de violencia y de marginación, la muerte injustificada de inocentes, etc.

No basta apoyar la propia conducta tantas veces desenfocada apelando a que uno es religioso o que pertenece a ésta o a aquella religión que tiene a Dios como punto de referencia. Esto puede ser, y lo es en muchos casos, una forma de autoengaño que se prepara amoldando la supuesta religión a las propias conveniencias desde los propios puntos de vista subjetivos. Por eso, S. Juan Bautista dice a quienes le escuchaban: “No os hagáis ilusiones pensando: pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras” (Mt. 3--).

6.- Ante las exigencias que lleva consigo la preparación de la venida del Señor, que esperamos sacramentalmente en la Navidad y que culminará definitivamente al fin de nuestros días, la santa Madre Iglesia pone en labios del sacerdote, en la oración inicial de la Misa, estas palabras: “Señor todopoderoso, rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo”

Pidamos a la Santísima Virgen María, Señora del Adviento y madre de la esperanza, porque fue elegida para acercarnos a Cristo, que interceda por nosotros y nos alcance la gracia de la escucha atenta y religiosa de la palabra de Dios, de la sincera conversión, y del encuentro verdadero con el Señor que viene a salvarnos.


QUE ASÍ SEA.

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