HOMILÍA DEL DOMINGO Iº DE ADVIENTO, CICLO A

Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente,

Queridos hermanos religiosas, seminaristas y demás seglares reunidos en este sagrado Templo para celebrar los Misterios del Señor:

Es muy importante considerar cual ha sido la petición que hemos elevado al Señor al comenzar esta acción litúrgica. Unido a la plegaria de toda la Iglesia, he suplicado al Señor que avive en nosotros el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene.

Esta oración supone que en todos nosotros existe el deseo de Dios, la necesidad de redención y de acercamiento al Señor. Y, al mismo tiempo, esta plegaria manifiesta al Señor nuestro reconocimiento de que, por diversas circunstancias, esa conciencia de nuestra necesidad de Dios y el deseo consiguiente de su venida, del encuentro personal y comunitario con Él, no tiene todo el vigor que debería. Por eso le pedimos que lo avive.

Reconocemos la debilidad de nuestra fe, y orando así, manifestamos también al Señor, que nos consideramos insuficientes para despertar la conciencia de nuestra necesidad de Dios y para avivar el consiguiente deseo de su venida. Por eso recurrimos a Él, que lo obra todo en todos, pidiendo que sea Dios mismo quien nos ayude a adquirir lo que necesitamos para ser coherentes con la fe recibida en el Bautismo.

Estamos llamados a cultivar y desarrollar esa fe hasta hacer de nuestra vida un auténtico y claro testimonio de la fidelidad a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, manifestado en Cristo nuestro Salvador.

La voluntad de vivir en el deseo de Dios, de su cercanía, de compartir su intimidad y de gozar de su gracia, es y debe ser la actitud permanente del cristiano en el Adviento. Este tiempo litúrgico simboliza nuestra vida en su dimensión peregrinante hacia la cuna de Belén, hacia la manifestación del amor infinito de Dios, hacia la reconstrucción del acceso a Dios y a la recuperación de nuestro diálogo con el Señor. Sólo desde es primer encuentro con el Señor podemos avanzar hacia el encuentro definitivo en la gloria a la que aspiramos.

La primera respuesta a la oración de la Iglesia, que hacemos nuestra en el primer Domingo de Adviento, está en la profecía de Isaías que anuncia la venida del Señor como un acontecimiento verdaderamente prometedor y lleno de ventajas para la humanidad que le reciba.

En verdad, al pedir a Dios que aumente el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene, hemos dicho también a Dios cual era la intención última de nuestra plegaria: “para que colocados un día a su derecha, merezcamos poseer el reino eterno”. Lo que Isaías nos anuncia es, precisamente, ese doble momento en que el encuentro con Cristo durante nuestro peregrinar sobre la tierra, nos abrirá a la preparación para el encuentro definitivo en la gloria, en el cielo, en la eternidad.

En primer lugar nos dice el profeta que “El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas” (Is 2,3). En segundo lugar nos describe la paz definitiva, en la que no habrá destellos de pecado ni obras de las tinieblas urdidas por la debilidad humana.

Ante la consideración de esta profecía, cuyo primer cumplimiento forma parte ya de nuestra historia, porque hemos sido bautizados en la gracia redentora del Hijo de Dios hecho hombre, nuestra vivencia interior debe ser la que nos pide S. Pablo en la segunda lectura, diciéndonos: “Daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando empezamos a creer” (Rom. 13, 11). Y la actitud consiguiente, por coherencia, como decisión firme inspirada en la obra del Señor y apoyada en su promesa, debería ser, según nos dice S. Pablo también hoy: “dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con la armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad” (Rom. 13, 12).

A estas actitudes, que requieren un proceso de conversión, una decisión de entrega, y una lucha mantenida y esperanzada en la victoria final, el Señor, que ya nos ha visitado en su primera venida, nos urge a emprender el camino con prontitud, porque no sabemos ni el día ni la hora del segundo y definitivo encuentro con el Padre: “Estad bien preparados, -nos dice hoy en el Evangelio- porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del Hombre” (Mt. 24, 44).

Estas urgencias no han de ponernos nerviosos, ni deben motivar una pesimista desconfianza de llegar a tiempo en el cumplimiento de la tarea que nos concierne. Al contrario, igual que hemos pedido a Dios que avive el deseo de salir a su encuentro, así también debemos pedirle que nos conceda serenidad, empeño y esperanza en recorrer el camino que nos conduce hacia su encuentro definitivo.

La Santísima Virgen María, que hizo de sí misma espacio de encuentro de Cristo con el mundo, y la primera criatura que se encontró definitivamente con el Señor con cuerpo y alma en los cielos, nos ayude a orar y a preparar el camino del Señor durante el Adviento, a vivir la próxima
Navidad como un verdadero encuentro con Cristo y como el inicio de una andadura en íntima cercanía con el Señor que es el camino hacia el definitivo encuentro con Dios.

QUE ASÍ SEA.

No hay comentarios: