APERTURA DE CURSO DE LOS CENTROS EDUCATIVOS DE LA ARCHIDIÓCESIS

HOMILÍA EN LA APERTURA DE CURSO DE
LOS CENTROS EDUCATIVOS DE LA ARCHIDIÓCESIS



-Mis queridos hermanos en el episcopado y presbíteros concelebrantes,
-Miembros del Claustro de profesores del Instituto Superior de Ciencias Religiosas, de la Provincia eclesiástica de Mérida-Badajoz,
-Queridos Rector y educadores del Seminario Metropolitano de Badajoz,
-Queridos profesores del Centro de Estudios teológicos y de las Escuelas de fundamentos cristianos,
-Alumnos antiguos y actuales de estos Centros educativos de la Ilgesia,
-Hermanas y hermanos todos:


Abrimos el Curso académico 2008-2009 en el mismo día en que la Iglesia
celebra la memoria litúrgica de los Santos Ángeles custodios. Me parece una feliz coincidencia. La fe nos ayuda a entenderla como un elocuente signo que Dios nos ofrece por el amor infinito con que nos distingue.

Los Ángeles, creados por Dios para cantar eternamente la alabanza a la Santísima Trinidad, y para ocuparse con diligente prontitud en su santo servicio, constituyen una referencia muy certera y una ayuda muy válida para el curso de nuestra vida.

Hemos sido creados para amar y servir a Dios en esta vida, y para verle y gozarle en la otra, cantándole himnos de alabanza por toda la eternidad gloriosa. Compartimos, pues, con los Ángeles, el origen y la vocación fundamental y definitiva.

Dios es la razón de nuestra existencia, y la verdad según la que debemos orientar nuestra vida. Por consiguiente, guiados por la fe, y estimulados por la fuerza que nos infunde el Espíritu Santo, nosotros, como los Ángeles, queremos poner en Dios nuestra mirada, nuestra intención, nuestra confianza y nuestra dedicación de por vida. En este empeño nos ayudan ellos mismos respetando con exquisito cuidado nuestra libertad, y asistiéndonos con la delicada y constante ayuda trazada por el amor que Dios nos tiene.

Los Ángeles están viendo siempre en el cielo el rostro del Padre celestial (cf. Mt. 18, 10). La visión angélica es la contemplación permanente de la Verdad plena. Sus pasos, pues, son acertados. La custodia que nos ofrecen es garantía de perfección. Su constancia en el cuidado de cada uno de nosotros, nos recuerda la paciencia de Dios que “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim. 2, 4).

Orientación a la Verdad de Dios, y ayuda para caminar en la voluntad del Señor, son, pues, los dones que la divina Providencia nos ofrece mediante el testimonio y la custodia de los santos Ángeles.

Las actividades de los Centros educativos, cuyo nuevo curso inauguramos hoy, tienen como fin último, también, acercarnos a la Verdad, y ayudarnos a descubrir en esa Verdad que todo lo trasciende y todo lo ilumina, el camino por el que debe discurrir nuestra vida. Estamos llamados a alcanzar la plenitud que tiene su impulso y su garantía en la voluntad amorosa de Dios nuestro Padre.

Considerando todo esto a la luz de la fe, llegamos fácilmente a la conclusión de que la fiesta de los Santos Ángeles Custodios es una feliz coincidencia que la mano providente de Dios ha procurado. Así podremos entender mejor que la alabanza a Dios está íntimamente unida a la contemplación de la verdad y al seguimiento de la voluntad del Señor.

Las lecciones prácticas que hoy nos ofrece la sagrada Liturgia son muy claras y sencillas. Primera: es necesario unir la alabanza a Dios y la búsqueda esforzada y paciente de la Verdad para encauzar nuestra vida por los caminos que indica la voluntad del Señor. Y, segunda: es necesario empeñarse en la contemplación de la verdad de Dios para sentirse razonablemente atraído por la propuesta de plenitud y de santidad que el Señor nos hace. Él nos manifiesta su santa voluntad mediante la propuesta vocacional que dirige a cada uno de nosotros.

Queridos hermanos todos: buscar la verdad equivale a buscar a Dios que se ha manifestado en Jesucristo. Él mismo ha dicho de sí: “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14, 6). Procurar acertadamente la plenitud es lo mismo que pretender la santidad.

Buscar la verdad y procurar la plenitud, que son gracia de Dios, requieren de nosotros una dedicación paciente, constante y confiada a la contemplación del misterio del amor divino. Es ese amor de Dios el que obra en nosotros, misteriosamente, el testimonio vivo de la verdad y el atractivo hacia la santidad. De la atención que le prestemos depende la paz interior que supone sentirse buscado, acogido y acompañado por el mismo Dios a quien buscamos y cuyo misterio de verdad y de amor deseamos desentrañar cada día.

Los Santos ángeles Custodios nos ofrecen, de parte de Dios, ejemplo y ayuda para el camino que nos proponemos recorrer. Por eso debemos hacer nuestra la oración inicial de la Misa, pidiendo al Señor “vernos siempre defendidos por su protección y gozar eternamente de su compañía”.

La santísima Virgen María, Madre de todos lo hijos de Dios, y Maestra ejemplar en la atención a los Ángeles y en el dócil seguimiento de las divinas indicaciones que nos transmiten, nos alcance la gracia de ver la luz de Cristo, de sentirnos atraídos por la verdad, de empeñarnos en su búsqueda del bien que de ella deriva, y de entregarnos con plena dedicación al cumplimiento de la voluntad de Dios En su santa voluntad está nuestra plenitud y, por tanto, nuestra santificación.


QUE ASÍ SEA

No hay comentarios: