Homilia en la Apertura de Curso en la Curia

HOMILÍA EN LA APERTURA DE LA CURIA ARZOBISPAL
MEMORIA DE D. AURELIO GRIDILLA
Martes, 9 de Septiembre de 2008



Mis queridos miembros de la Curia diocesana,
Muy queridos esposa, hijos y familiares de nuestro querido D. Aurelio,
miembro, también de este grupo directamente colaborador del Arzobispo en el
quehacer del gobierno pastoral de nuestra Iglesia particular:

1.- Con esta Eucaristía, sacrificio y sacramento de Vida, con el que Cristo nuestro Señor culminó su colaboración en el proyecto salvador universal del Padre, iniciamos una etapa nueva de nuestra labor al servicio del Pueblo de Dios.

Iniciamos el curso del trabajo que nos ha sido encomendado, participando en la misma acción con que Jesucristo quiso hacer presente siempre su obra redentora, como una nueva oportunidad para los hombres. La sagrada Eucaristía perpetúa entre nosotros y para nuestro bien lo que tuvo un inicio en el tiempo, aunque estaba previsto desde los siglos en Dios: la salvación universal. Y dignifica todo cuanto nosotros podemos hacer, unidos al Señor, en el cumplimiento de la vocación con que, también desde los siglos, Cristo ha proyectado su voluntad de plenitud en nosotros y en la Iglesia.

En la Eucaristía, nuestra voluntad se une a la voluntad del Padre, y nuestra vida se configura con la de Cristo, convirtiéndose en camino de la propia salvación, en instrumento de redención para los hermanos, y en valioso medio para la transformación del mundo que estamos llamados a renovar en la verdad, en la justicia, en el amor y en la paz.

Con la Eucaristía, el Salvador se hace presente entre nosotros; el amigo por excelencia se une activamente a quienes le recibimos presentándonos ante el Padre como ofrenda de suave olor; y el Redentor nos convierte en colaboradores suyos para la obra que ninguna otra puede superar: la obra del amor infinito de Dios, en que se manifiesta sobremanera el corazón divino, en la que la cercanía de Dios al hombre realiza el inenarrable misterio de la intimidad con nosotros, y en la que la promesa del Señor se convierte en adelanto, según el mismo Jesucristo nos ha revelado diciendo: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn. 6, 56); “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan vivirá para siempre” (Jn. 6, 51).

La Eucaristía es el acto cumbre de nuestra relación con Dios; es la acción más divina en que podemos cooperar los humanos; es el don más precioso y más preciado con que el Señor nos enriquece en la tierra; es, por tanto, la fuente y la cumbre de cuanto podemos hacer de acuerdo con la voluntad de Dios nuestro Padre, nuestro creador, nuestro redentor y nuestro compañero de camino hacia el abrazo eterno con él que nos quiere más que nosotros podamos querernos a nosotros mismos.

La Eucaristía es, pues, el acto más digno y sublime en el que podemos unirnos al Señor pidiéndole que Él se una a nosotros en el quehacer de cada día, para que nuestros pasos resulten certeros, y para que nuestra vida transcurra según el ritmo sublime de la vida de Dios que se hizo hombre para compartir con nosotros el peregrinar hacia la plenitud.

Por todo ello, la Eucaristía es y debe ser para nosotros el punto de partida para emprender nuestro quehacer ordinario y extraordinario, el apoyo en el curso de nuestro peregrinar, y el momento en que toda nuestra vida se eleva al Padre como signo de gratitud y prenda de la más firme esperanza.

2.-. Hoy celebramos la sagrada Eucaristía como arranque del curso pastoral a cuya realización nos ha llamado el Señor. Ofrecemos este sacrificio de alabanza a Dios y de redención para los hombres, encomendando al Señor el alma de nuestro compañero y querido amigo D. Aurelio Gridilla, que acaba de iniciar su última andadura hacia el Padre después de recorrer, en fidelidad y ejemplar estilo de colaboración eclesial, el curso de su peregrinar terreno.

Demos gracias a Dios que nos permite encontrar entre los fieles, hombres y mujeres que nos estimulan con su ejemplo, nos alientan con su buen hacer, y nos acompañan con su tesón y generosidad. De ello dio clara muestra nuestro hermano Aurelio, cuya salvación eterna confiamos a la misericordiosa Providencia de Dios. Él lo eligió entre nosotros y lo constituyó en cercano testimonio de fe, en referencia de responsabilidad familiar, en apoyo del quehacer eclesial, y en cordial amigo de quienes compartíamos con él una relación personal, de trabajo y de apostolado.
Al elevar nuestros sufragios por su eterno descanso, agradecemos al Señor su magnanimidad para con nosotros, manifestada a través de quienes él ha puesto a nuestro lado como ayuda y ejemplo. Que Dios tenga a en su gloria por siempre a D. Aurelio, colaborador generoso en el
Consejo de Asuntos Económicos de la Archidiócesis.

3.- El Evangelio de hoy nos narra la elección de los Apóstoles. Jesucristo los fue nombrando uno a uno. Nuestra vocación, como la de los Apóstoles, no es colectiva ni anónima; es personal e intransferible. Por eso, la fidelidad a quien nos llama debe ser delicadamente humilde, incondicionalmente obediente, esperanzadamente optimista, serenamente cumplida, y siempre agradecida. Esto es lo que ahora debemos pedir al Señor por intercesión de la Santísima Virgen María, madre nuestra y maestra de fidelidad a Dios por encima de todas las dificultades y obstáculos.

Al acercarnos a recibir el Pan del Cielo, que da vida a los hombres, pongámonos en manos del Señor para que a través nuestro llegue a los hermanos la noticia del Evangelio, el apoyo de la oración y el testimonio de la alegría de ser salvados por el Señor, y de ser constituidos instrumento de salvación para el prójimo.


QUE ASÍ SEA.

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