HOMILÍA EN LAS I VÍSPERAS DE LA INMACULADA

Queridos hermanos sacerdotes y seminaristas,
queridas Religiosas y personas de vida consagrada,
queridos hermanos y hermanas seglares:

Con el canto solemne del Oficio Divino en la oración de las Vísperas iniciamos la celebración litúrgica de la festividad en la que honramos a la Santísima Virgen considerando el misterio de su Inmaculada Concepción. Ésta es una Fiesta entrañable para los cristianos desde muy antiguo.

La corriente popular, promotora de la defensa de este misterio y de la exaltación a María libre del pecado original, ha tenido tanta fuerza que culminó con la declaración dogmática de la Concepción inmaculada de quien iba a ser la Madre del Hijo de Dios hecho hombre. Nosotros, admirados ante la grandeza de esa criatura en cuya pequeñez se complació el Señor, y por mediación de quien obró grandes maravillas el Todopoderoso cuyo Nombre es Santo, acudimos ante el Señor de las Misericordias y Dios de todo consuelo, y le pedimos la limpieza de corazón que nos permita contemplar un día el rostro del Padre celestial por los siglos sin fin.

Orientados por la palabra de Dios, hacemos un acto de fe en la generosa obra que Dios quiere llevar a término en cada uno de nosotros, como hizo con María Santísima. El texto de la sagrada Escritura que acaba de ser proclamado, nos enseña que Dios obra el bien, sabia y generosamente, en todos los que le aman. Y, cuando podríamos pensar que su obra sigue como una simple respuesta o compensación a nuestro amor primero, su misma palabra nos advierte de que podemos amarle precisamente porque antes Él nos ha elegido y nos ha llamado según sus designios de salvación.

En verdad, si Dios no nos hubiera elegido y llamado de un modo u otro, nadie podría imaginar siquiera su existencia y su bondad, su grandeza y su amor a nosotros. Por tanto, el amor a Dios, que nos corresponde como condición para que su obra salvífica sea eficiente en nosotros, es la respuesta que merece su amorosa iniciativa por la que nos eligió y nos llamó regalándonos el inmenso don de la fe. Por ella podemos reconocerle como Padre, encontrando en Él toda comprensión, toda ayuda y toda la misericordia que necesitan nuestras limitaciones y pecados.
Nosotros no podemos gozar de la inmensa grandeza de alma que es característica singular de María, llena de Gracia desde el primer instante de su concepción. Pero sí que podemos imitar el ejemplo de la Madre de Dios y Madre nuestra, procurando corresponder al amor primero de Dios, a su elección y a su llamada para que caminemos, con su gracia, por esta vida hacia la plenitud y la salvación que él ha preparado para nosotros. Como acabamos de escuchar, “a los que de antemano eligió, también los predestinó para que lleguen a ser conformes con la imagen de su Hijo” (R0. 8, 29).

Conformarnos con la imagen del Hijo de Dios significa asumir como nuestro deber fundamental una clara y constante obediencia a Dios. Esta virtud fue el móvil, la constante y el testimonio por excelencia que Jesucristo nos ha dejado en su Santo Evangelio.

De esa obediencia la santísima Virgen María nos dio un ejemplo que ninguna criatura humana puede superar. Por eso en ella se cumplió lo que S. Pablo sigue diciéndonos en la carta a los Romanos: “a los que llamó, también los justificó” (Rom. 8, 30); esto es, les concedió la gracia necesaria para llegar a la santidad en la riqueza de la virtud; y, luego, alcanzar la salvación definitiva; porque“a los que justificó también los glorificó” (ibdem.).

Demos gracias a Dios porque en la Santísima Virgen María nos ha dado, no solo un ejemplo de vida y una poderosa intercesora como Madre nuestra que es, sino que ha colmado de gloria a la humanidad, y nos ha dado un motivo de constante alegría al sentirnos hijos suyos y beneficiarios de su plenitud de Gracia.

Al celebrar la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, hagamos el propósito de mantenernos en la fidelidad al Señor con una obediencia incondicional a su santa voluntad, y un deseo permanente de corresponder a su amor, porque Él nos amó primero y nos ha llamado a ser partícipes de su gracia en esta vida, y de la felicidad plena junto a Él por toda la eternidad.


QUE ASÍ SEA

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