HOMILÍA EN LA FIESTA DE SANTA EULALIA

Mérida, 10 de Diciembre de 2011

Querido señor Cura y hermanos sacerdotes concelebrantes,

Queridos miembros de la Asociación de Santa Eulalia,

Hermanas y hermanos todos:

En el día de hoy celebramos un acontecimiento harto sorprendente para buena parte de nuestra sociedad: el martirio que sufrió la joven Santa Eulalia por defender su fe y su virginidad.

1.- Corren tiempos en que la campaña bien orquestada en contra de la fe cristiana y a favor de un laicismo militante y contrario a la acción de la Iglesia, va dando de sí actuaciones de todo tipo, incluso no ajenas a los ámbitos gubernamentales, que atentan contra los principios que deben regir la vida cristiana. Se pretende que la fe en Jesucristo quede recluida en la intimidad de las personas, y que no se manifieste socialmente en criterios y actitudes que incidan en la vida pública. Parece que es consigna acusar de injustas intromisiones, contrarias al progreso y a la libertad, la palabra de la Iglesia respecto de temas tan relacionados con lo más fundamental para la vida de la sociedad, como son, por ejemplo, la educación, el matrimonio y la familia que nace de él y en él se fortalece. Lo más curioso de esta corriente es que, por una parte, está condicionando fuertemente el criterio diluido en la mente y en la conducta de las masas, generalmente abandonadas a las influencias sociales, sin más reflexión. Y, por otra parte, todo ello se procura difundir con un título que, a la vista de las actuaciones que le siguen, no sabemos si hace reír o llorar. Ese título es la defensa a ultranza de las libertades y de los derechos humanos. Parece que algunos creen que la libertad y los derechos fundamentales pueden ser definidos por las leyes estatales, cuando son anteriores a ellas. Las leyes pueden regular los comportamientos humanos en relación con lo que va inherente a la misma naturaleza humana.

¿Es que, en una sociedad que pretende manifestarse como avanzada, amiga del progreso, defensora de las libertades y de los derechos humanos, puede confundirse la libertad con el abandono incondicional a los instintos, sin más norma que la propia satisfacción, y sin más límites que el propio disgusto o la propia incomodidad, aunque ello atente a la mismo derecho a la vida?

2.- Queridos hermanos en la fe de Jesucristo, y devotos de Santa Eulalia: No quiero extenderme reflexionando ahora sobre los conceptos de libertad y sobre lo que son, en verdad, los derechos humanos. Pero, para convencernos del error de la forma de pensar, de actuar y de educar tan extendida en nuestro tiempo como consecuencia de las corrientes referidas, bastaría con mirar la situación de tantos y tantos jóvenes y matrimonios cercanos a nosotros. Parece que, en unos y en otros, se pone la referencia única en un supuesto derecho de cada individuo. Por experiencia sabemos que este criterio está en la raíz de las crisis sociales de todo orden.

Si entráramos en el corazón de los jóvenes que están influidos por ello descubriríamos muy pronto una profunda decepción que les lleva, muy pronto, a estar de vuelta de casi todo, y desarmados para enfrentarse con la vida que, por cierto, se les pone cada vez más difícil. Y, si nos paramos a observar el curso que siguen tantos y tantos matrimonios en crisis o en proceso de separación, cuyo número va creciendo lamentablemente, observaremos idéntica insatisfacción y una progresiva inseguridad personal respecto del futuro por estar atados al fugaz presente. La esclavitud que ata al presente pretende garantizar la felicidad en los disfrutes que no trascienden el momento. Y el espíritu humano ha sido creado por Dios para el infinito.

Por este camino, podrá haber más o menos riqueza material y más o menos progreso científico, pero la persona humana quedará encerrada en la oscuridad del sinsentido, de la insipidez espiritual y de la decepción vital; y quedará enajenada por una permanente ansiedad. Semejante situación fomenta el egoísmo, las conductas sinuosas y hasta la violencia.

3.- Tampoco es mi deseo extenderme en la enumeración de los males en que, desgraciadamente, podemos irnos instalando bajo la presión de las ideologías que se imponen por el ejercicio de tantas formas de poder dominante en nuestro mundo. Si me limitara a hacer esto, cometería el error de no ser objetivo y de no predicar el Evangelio, que es mi deber ahora; y contribuiría a crear un pesimismo que incapacita para construir nada bueno. Es necesario decir bien claro que hay mucho bien en el mundo. Que hay muchas personas que luchan por la renovación personal y social. Son muchos los que encarnan la virtud con gran ejemplaridad para quienes viven a su alrededor. Y podemos afirmar esto por experiencia. ¿Cuál ha sido el testimonio de las distintas Jornadas Mundiales de la Juventud y las de la familia convocadas por el Papa?

4.- Toda esta reflexión nace del rayo de luz que proyecta sobre el mundo y sobre nuestra vida el testimonio emocionante que nos ha dejado santa Eulalia, a la que cariñosamente llamáis la santita, la mártir. Ella supo seguir el camino de la verdadera libertad; no quiso aceptar ventajismos meramente humanos, ni un bienestar material y social que le hubiera esclavizado bajo el peso de las concupiscencias y de las falsas libertades. Para ella, educada en la fe cristiana, no valía el atractivo de los placeres pasajeros, ajenos al recto criterio de quien desea construir su vida en la verdad. Para ella no valían las falsas teorías sobre la libertad, sobre la felicidad y sobre los derechos humanos. Quien ha gustado la experiencia de Dios, que es el camino, la verdad y la vida, no se deja arrebatar fácilmente por la tentación de otras experiencias tejidas de espaldas a Dios; por el contrario, llega a disfrutar de una sensibilidad que le permite descubrir la verdad, la felicidad y el auténtico goce de la vida, más allá y por detrás de otros atractivos, engaños, embaucadoras teorías y ansiedades instintivas.

¡Qué bien expresa todo esto la primera lectura que hemos escuchado, tomada del Antiguo Testamento: “Te alabo, mi Dios y salvador, te doy gracias, Dios de mi padre, porque me auxiliaste con tu gran misericordia librándome del lazo de los que acechan mi traspié…Me salvaste de múltiples peligros… Recordé la compasión del Señor y su misericordia eterna, que libra a los que se acogen a él y los rescata de todo mal”. ( Eclo, 51, 1-8).

No cabe duda de que santa Eulalia, con el candor de sus pocos años, y con la solidez de una sólida educación cristiana familiar, era una jovencita piadosa, conocedora del mensaje de Jesucristo, según la percepción propia de su edad. Es lógico que invocara frecuentemente la ayuda del Señor para tener luz, fortaleza y esperanza ante las oscuridades, ante las tentaciones y frente a las dificultades. Por todo ello fue más libre que los que deseaban liberarle de lo que consideraban como prejuicios, como represiones y como fidelidades obsesivas a un Dios que ellos no podían manejar, como hacían con sus dioses falsos.

5.- Desde la devota consideración que tenemos a santa Eulalia, nuestra patrona, gustaríamos escuchar milagrosamente de sus labios las mismas palabras que S. Pablo dirige a su discípulo Timoteo, y que hemos escuchado en la segunda lectura: “Tu seguiste paso a paso mi doctrina y mi conducta; mis planes, fe y paciencia, mi amor fraterno y mi aguante en las persecuciones y sufrimientos” (2 Tim. 3, 10-11). Esa es la forma de tener el aceite necesario para que luzca debidamente la lámpara de nuestra alma en el momento del encuentro con Jesucristo. El Señor se hace presente cada día en las pruebas, en las dificultades, en el prójimo más allegado y en los más desposeídos y marginados. Para recibirle adecuadamente, debemos preparar la alcuza del alma con el aceite de la oración, del sacramento de la Penitencia, de la Eucaristía y de la Sagrada Escritura. En todo ello descubrió a Jesucristo santa Eulalia y, con todo ello, salió gozosa y valiente al encuentro del Señor. Podríamos preguntarnos: ¿Cómo andamos nosotros de todo ello?

6.- Pidamos confiadamente a la santita que nos alcance del Señor la luz, la fuerza y la constancia que ella alcanzó aprovechando la gracia de Dios. Y dispongámonos a recibirla participando activamente en la celebración de la Santa Misa.

QUE ASÍ SEA

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