HOMILIA TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

(Domingo 11 de Diciembre de 2011)

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente,

Hermanas y hermanos todos, religiosos y seglares:

1.- Hoy, la Palabra de Dios nos invita a la alegría y a la esperanza. El testimonio de quienes han vivido, antes que nosotros, el interés por el encuentro con Dios, nos consuela y alegra comunicándonos su experiencia con estas palabras: “desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios; porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona o novia que se adorna con sus joyas” (Is 61, 10ss).

La descripción de la alegría que acompaña al encuentro con Dios, corre el peligro de quedarse en pura teoría, o en simple convencionalismo, si no hubo interés verdadero por acercarse al Señor. Sabiendo que la invitación divina a encontrarnos con Dios en Jesucristo nuestro redentor insiste en que nos dispongamos a buscarle y a recibirle, tendríamos que preguntarnos: ¿busco de verdad al Señor, sabiendo que Él toma la iniciativa en buscarme? ¿Con qué interés le busco? ¿Siento verdaderamente la necesidad de encontrarme con Él? ¿En qué aspectos y momentos de mi vida creo que estoy más lejos de Dios y menos interesado en encontrarme con Él?

2.- Nuestro interés por encontrarnos con Jesucristo y gozar de la experiencia de Dios, encuentra el estímulo necesario en su palabra. Hoy, a través del profeta Isaías, pone en labios del Mesías estas esperanzadoras afirmaciones: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido, me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren… para proclamar el año de gracia del Señor” (Is 61, 1ss).

El Señor, a quien esperamos en la Navidad tiene poder para animarnos en el dolor, para estimular nuestro espíritu en momentos de apatía o de tibieza espiritual y para perdonar nuestras faltas, desatinos y pecados. El Señor tiene verdadero poder y verdadero interés en que superemos nuestra mediocridad, en que recuperemos la auténtica actitud cristiana, y en que demos a Dios el lugar que le corresponde en nuestra vida.

La Santísima Virgen María, en su canto de fe y de gratitud a Dios, porque la eligió y la revistió de gracia, es buen testigo de que el Señor actúa en favor nuestro, como nos promete. Basta con que nos manifestemos sinceramente receptivos a la gracia divina.

3.- El Salmo interleccional nos invita hoy a hacer nuestras sus palabras. En ellas aceptamos y proclamamos, como María, que la misericordia de Dios es infinita y llega a sus fieles de generación en generación. Y, por eso, el Señor obra grandes cosas en nosotros. El Señor es capaz de hacernos sentir la necesidad y el ansia de Dios, y de colmar nuestra hambre de bien y nuestro deseo de la verdad, de la libertad y de la felicidad que solo Dios puede concedernos.

Ante este consolador mensaje, solo nos queda “ser constantes en orar”, como nos dice hoy san Pablo en la segunda lectura. Pensar que Jesucristo ha dado su vida por nosotros y que, en su paciencia, nos busca y nos espera para que gocemos de su luz, de su paz y de su promesa, debe movernos a darle gracias ya desde ahora. “En toda ocasión tened la acción de gracias; esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros” (1Tes 5, 16). Y como a la súplica deben acompañarle signos de que pedimos con humildad y sinceridad, debemos hacer el propósito de guardarnos de toda maldad (cf 1 Tes 5, 22) como nos pide, también, san Pablo hoy.

4.- Una de las maldades de las que debemos pedir a Dios que nos libere es precisamente, imitando a san Juan Bautista, no intentar jamás ocupar el lugar de Dios en nuestra vida. El precursor de Jesucristo, nos da ejemplo elocuente de ello diciendo a quienes le preguntaban por su identidad: Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni uno de los profetas” (cf. Jn. 1, 2º-21); “en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia” (Jn 1, 26-27).

Esta actitud ante el Señor que viene a nosotros, es fundamental en el cristiano, no solo para lograr la propia salvación, sino para contribuir a la salvación del mundo. Vivimos tiempos en que el hombre ha ido tomando tal estima de sí mismo, a causa de los avances técnicos y de sus recursos materiales para vivir en el bienestar, que parece desear la desaparición de Dios, o su reclusión en los campos de una intimidad privada y socialmente inoperante. Nosotros, con fe firme y con plena disposición al apostolado, debemos proclamar que Jesús es el Señor para gloria de Dios Padre y para salvación del mundo.

5.- Pidamos al Señor la gracia de ser conscientes de nuestras debilidades, de nuestras faltas y de nuestras pretensiones equivocadas, cuando nos erigimos en referencia del bien y del mal, y nos alejamos de Dios a quien debemos buscar siempre.

Esta actitud ante el Señor es la que el Adviento nos ayuda a conseguir.

Pidamos a la Santísima Virgen María, que interceda por nosotros para que seamos dignos receptores del Señor que viene a nosotros en la Navidad.

QUE ASÍ SEA

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