HOMILIA CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

(Domingo 18 de Diciembre de 2011)

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente,

Hermanas y hermanos todos, religiosos y seglares:

Durante los anteriores Domingos de Adviento, hemos reflexionado sobre lo que significa y sobre lo que requiere el encuentro con Jesucristo que viene a salvarnos.

En este Domingo, la Palabra de Dios nos invita a caer en la cuenta de que ese encuentro le ha costado demasiado al Señor como para ser momentáneo y fugaz. Jesucristo quiere permanecer con nosotros. Somos el objeto de su amor infinito. Ya en el Antiguo Testamento se expresa de modo inconfundible diciendo: “Mis delicias son estar con los hijos de los hombres” (Prov 8, 31).

La permanencia de Dios con nosotros tiene su estilo propio. El Señor no está simplemente junto a nosotros y volcado en amor hacia nosotros, como podría ocurrir entre nosotros los humanos. En verdad, por la Encarnación, Jesucristo puso su tienda, su lugar de habitación entre nosotros; compartía con nosotros los hombres, cultura, religión y sentimientos. Por todo ello, podemos decir que no se limitó a estar cerca de nosotros en la misma tierra, sino que entró en nuestra historia, en nuestra cultura, en el ámbito íntimo de nuestros sentimientos y de nuestras costumbres. Su cercanía humana a nosotros consistió, de modo muy notable, en entrar en nuestra historia en nuestra vida. Pues eso mismo es lo que nos da a entender hoy en la primera lectura hablando del templo que David debía iniciar.

El Señor llega a nosotros para habitar en nosotros. Este misterio nos lo relata san Pablo como experiencia suya, diciéndonos: “Vivo, más no yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2, 20).

Ya desde el Bautismo y, sobre todo en la Confirmación, fuimos hechos templos vivos del Espíritu Santo. Nuestra tarea está en mantener y mejorar constantemente ese templo interior para que sea digno del Señor que viene a compartir con nosotros la intimidad suya, que es el amor, y la nuestra que debe ser también el amor agradecido.

Esa presencia interior del Señor en nosotros debe ser defendida por cada uno como condición insoslayable para permanecer fieles en nuestra condición de cristianos, hijos queridos de Dios. Para ello es imprescindible que caigamos en la cuenta de lo que significa, en verdad, esa presencia interior de Cristo en nosotros.

En primer lugar debemos tener en cuenta que esa presencia no es pasiva, como puede estar un objeto en un templo, dignificándolo notablemente. Esa presencia de Cristo en nosotros es activa y operante a favor nuestro. Así nos lo enseña san Pablo en la segunda lectura, diciéndonos que el Señor puede fortalecernos según el evangelio. Para ello es necesario que queramos y dejemos que obre en nosotros.

Dejar que Cristo obre en nosotros, no consiste tampoco en una actitud pasiva por nuestra parte, permaneciendo inactivos y sin oponernos a su obra. Dejar que Cristo obre en nosotros requiere que estemos constantemente preocupados por colaborar con Él. Dios no se impone, sino que se ofrece. Por ello es deber nuestro manifestarle el debido interés, y llevar a cabo aquello que pueda colaborar a la permanencia y acción del Señor en nosotros. Esto lleva consigo, por una parte, la preocupación por mantener limpia nuestra morada interior, procurar adornarla con la práctica y el crecimiento en las virtudes, y suplicar al Señor que permanezca en nosotros siendo indulgente con nuestras limitaciones y defectos y pecados. Requiere, por tanto, oración y revisión de nuestra conciencia teniendo como referencia la palabra y la luz de Dios. Esta palabra y esta luz nos llegan a través de la Iglesia. Para ello, el mismo Señor conduce a su Iglesia para que nos oriente sin interrupción. Esa orientación nos llega hoy, de modo especialísimo a través del Evangelio de san Lucas al exponernos la actitud de la Virgen María ante el anuncio del Ángel. Esta actitud es de una ejemplar humildad aceptando que pueda ser verdad y bueno aquello que no esperamos, que no entendemos y ante lo cual podemos considerarnos impotentes. “¿Cómo puede ser esto si no conozco varón?” (Lc 1, 34). Pero, ante la respuesta de Dios, en la que se compromete a obrar en la Virgen, lo que la Virgen ve imposible, María responde: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí , según tu palabra” (Lc 1, 38).

Estamos en las vísperas de la Navidad. El Señor ha querido conducirnos por el camino adecuado para recibirle y entender bien lo que significa su permanencia entre nosotros.

A nosotros nos corresponde acoger las enseñanzas y estímulos que hemos recibido a lo largo del Adviento, y procurar que nuestro encuentro con el Señor en la Navidad, sea consciente, vivo, gozoso y eficaz para acercarnos interiormente a Jesucristo y procurar que esta cercanía permanezca y sea fructífera para gloria de Dios, salvación nuestra, y testimonio vivo para quienes buscan a Dios con sincero corazón.

QUE ASÍ SEA

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