HOMILÍA EN LAS PRIMERAS VÍSPERAS DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

(Miércoles 7 de Diciembre de 2011)

Muy ilustres miembros del Cabildo Catedral, y demás Sacerdotes,

Queridos seminaristas,

Hermanas y hermanos todos, religiosos y seglares:

1. La primera afirmación de la carta a los Romanos que acabamos de escuchar nos llena de consuelo.

Nos ha dicho el Apóstol en la lectura que acabamos de escuchar: “Sabemos que todo concurre al bien de los que aman a Dios, de los llamados según su designio” (Rom 8, 28).

Esta afirmación de san Pablo, aceptada como palabra de Dios revelada por el Espíritu Santo, nos induce a pensar muy seriamente en nuestros momentos difíciles, en los fracasos, en los errores, en las dificultades y en todos los trances dolorosos que estamos llamados a atravesar. Todo ello parece oponerse a nuestra felicidad y a la paz interior que necesitamos para seguir viviendo con ilusión y acierto. Sin embargo por la palabra proclamada en esta tarde, nos corresponde confiar en Dios nuestro Señor. Debemos creer que Él iluminará nuestra mente para que sepamos entender la dimensión positiva de cuanto nos ocurre. La condición para ello, según las mismas palabras de S. Pablo, es que amemos a Dios; que lo intentemos con todo el corazón. Así lo pide el Señor en las palabras que dirige al Pueblo de Israel: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Deut. 6, 5). Así nos lo enseña Jesucristo, repitiendo las mismas las palabras del Deuteronomio, cuando fue interrogado por un escriba acerca del mandamiento primero de todos. (cf. Mc. 12, 28-29).

2.- Todos los momentos malos, ofrecidos al Señor, con el convencimiento de que, con ello, nos unimos a la Cruz redentora de Jesucristo, se constituyen en esa pequeña cruz personal desde la cual participamos por amor en su obra redentora. De este modo, aún en los momentos más difíciles, damos gloria de Dios y crecemos en santidad. Esto es, alcanzamos el mayor beneficio para nuestra alma, para nuestra vida.

Estamos acostumbramos a pensar que nuestros momentos malos y los trances difíciles son aquellos que nos hacen sufrir a causa de situaciones materiales, afectivas, psicológicas, de salud, de trabajo, etc. Y no solemos pensar que, de esos momentos malos y de esos trances difíciles, también forman parte las oscuridades que nos impiden ver con claridad lo que Dios quiere de nosotros en cada momento, lo que Dios quiere decirnos con su palabra tantas veces misteriosa. De esos momentos difíciles forma parte, también, la lucha interior que tiene lugar en nuestro espíritu por el choque entre lo que creemos que ha de ser nuestra conducta y lo que, al final, somos capaces de hacer. De ello nos hablaba S. Pablo diciendo: “No entiendo mi comportamiento, pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco… Ahora bien, no soy yo quien lo hace, sino el pecado que habita en mí” Rom. 7, 15. 17).

Estas situaciones, y el convencimiento creyente de que todo ello concurre para nuestro bien, son un regalo para nuestro bien, siempre que amemos a Dios y estemos preocupados por amarle cada vez más.

El valor de todo lo que nos ocurre tiene una dimensión salvadora y curte nuestro espíritu, siempre que lo aceptemos a sabiendas de que Dios nos ama, y que ni un solo cabello de nuestra cabeza cae sin su permiso. No olvidemos que hemos sido llamados por Dios según su designio; y que su designio es nuestra salvación. “Yo para eso he venido, para que tengáis vida y vuestra vida permanezca” (Jn 10, 10). “Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim 2, 3-4),

3.- Los cristianos, además, hemos sido escogidos misteriosamente entre todos, y destinados para reproducir la imagen de Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre para redimirnos.

Esta elección y destino han de llenarnos de alegría porque suponen una misteriosa distinción de Dios en favor nuestro. ¿No creéis que el don de haber conocido a Jesucristo y de tener fe para reconocerlo como Mesías Salvador, es un verdadero privilegio? Para entenderlo, basta descubrir el sentido y la esperanza que llenan nuestra vida como consecuencia de haber conocido el mensaje de Jesucristo.

Además de ello, el privilegio de habernos encontrado con Jesucristo, nos da a entender que la elección del Señor en favor nuestro, lleva consigo, también, una misión que no tenemos derecho ni razón para abandonar. Hemos sido enviados para ser luz del mundo y sal de la tierra, para manifestar al prójimo que la plenitud humana y la salvación definitiva son regalo del Señor a quien debemos unirnos con la actitud humilde y confiada que nace del amor. Hemos sido elegidos para conocer a Jesucristo, y enviados para darlo a conocer, para ser apóstoles.

4.- De todo ello es modelo la Santísima Virgen María. Ella proclama la alegría de saberse elegida por Dios, a pesar de su pequeñez y de su humilde condición. Ella no sabía que había sido concebida sin pecado original para ser llena de gracia desde el principio en función de ser Madre del Redentor.

Pero María sí que sabía, por el conocimiento de las Sagradas Escrituras, que el Señor obraba cosas grandes en favor de los hombres y mujeres, y que muchísimas veces, las obraba también a través de ellos. Por eso, la Santísima Virgen, sintiéndose como una mediación libre y obediente para que Dios obrara en favor de la humanidad, proclama: “el Poderoso ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 49). “Hágase en mí según tu palabra” (Lc. 1, 38).

El convencimiento de que había sido enriquecida con tantos dones y privilegios, ayuda a María para que asuma con sentido sobrenatural todas las pruebas que el Señor le enviaría. Ya el Anciano Simeón le anunció que su Hijo sería piedra de tropiezo para muchos, y que una espada atravesaría su corazón. Ella entendió y asumió lo que significaban esas palabras

5.- En estos tiempos difíciles, en que parece que se añaden pruebas y dificultades de mayor grado para mantenernos en la identidad cristiana y para permanecer firmes en misión apostólica, es muy necesario que entendamos el mensaje de la Santísima Virgen. A ella honramos especialmente hoy por su identidad única e irrepetible, puesto que fue inmaculada ya en su Concepción y plenamente fiel en su vida.

Pidámosle que, como Madre amantísima y como ejemplo de fidelidad al Señor, nos ayude a permanecer firmes en la fe y dispuestos a cumplir la vocación de Dios sobre cada uno de nosotros.

QUE ASÍ SEA

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