Queridos hermanos sacerdotes
concelebrantes y Diácono asistente,
Sr. Alcalde y corporación municipal
de nuestra ciudad,
Dignísimas autoridades civiles y
militares,
Hermanas y hermanos todos, religiosos
y seglares:
S. Juan Bautista es el patrono de
nuestra Ciudad y de quienes la habitamos. El patronazgo ante Dios tiene un
doble significado en la relación entre el patrono y sus protegidos:
1.- En primer lugar, el patrono es
ejemplo de vida cristiana, especialmente adecuado a la realidad de sus
beneficiarios. En segundo lugar, es un intercesor ante Dios, un valedor en
favor de sus patrocinados.
Un testimonio de S. Juan Bautista que debemos considerar e imitar en estos tiempos es muy sencillo y de gran actualidad. Quien saltó de gozo en las entrañas maternas cuando su madre Sta. Isabel se encontró con María la Madre de Jesucristo, que aún no había nacido, se constituye, por ese gesto que narran el Santo Evangelio(cf. Lc. 1, 41), en lección de nuestras relaciones con Jesucristo nuestro Señor. Lección que viene resaltada, ya en su vida pública, al afirmar que él, presentado por Jesucristo como el mayor entre los nacidos de mujer, no es ante Jesucristo ni siquiera digno de desatarle la correa de la sandalia (cf. Lc. 3, 16).
Jesucristo es, ante todo, el Hijo de
Dios. Su amor a los hombres, que él mismo como Dios verdadero había creado, le
llevó a compartir su misma naturaleza, su historia, y la suerte de los más
débiles, de los más desfavorecidos y de los más humillados. Por su sacrificio
en la cruz, Jesucristo es el Redentor del género humano. En consecuencia,
merece la mayor admiración y gratitud y, consiguientemente, el mayor respeto y
atención de quienes le conocen. “Por eso –dice S. Pablo -- Dios lo exaltó sobre
todo, y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al Nombre de Jesús
toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua
proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” ( Filp. 2, 9-11).
2.- Esta lección nos lanza una clara
pregunta: ¿Cuál es nuestra relación personal con el Señor Jesús? Vivimos en un
pueblo de larga y profunda tradición cristiana. Pero corremos el peligro de
acostumbrarnos a la grandeza del misterio, y convertir en rutina nuestra
postura ante Dios, e incluso hacer compatible la fe cristiana con la tibieza
personal.
Cuando ocurre esto, nuestra presencia
en la sociedad pierde la fuerza del testimonio; y corremos el peligro de
reducir nuestra vinculación esencial con Dios nuestro Señor, a la participación
externa en las fiestas religiosas, pobre estela del alma profundamente
cristiana de nuestros antepasados.
3.- Para el cristiano, igual que para
el auténtico educador, el respeto a Dios, y al prójimo en su variada pluralidad
de pensamientos, ideales y formas de vida, no puede entenderse como la
aceptación y la propuesta de los mínimos. Por ese camino conseguiríamos el
descrédito de la fe que profesamos como cristianos, y la degradación de la
persona y de la sociedad valoradas incluso sin referencia a la fe.
En muchos aspectos, por no resolver
adecuadamente el problema del respeto a la pluralidad, o por una reacción
pendular a situaciones contrarias, estamos llegando a situaciones insostenibles
que afectan a la misma dignidad de la persona humana, a las bases de una
convivencia respetuosa, a la atención que merecen los más débiles, y al cuidado
que todos debemos al bien común. Esta inercia lleva consigo consecuencias
paradógicas. Cuando más las libertades de todo género reclamamos, más se
conculcan los principios y las normas que regulan la libertad. Tienen que
surgir, entonces, más leyes, más acciones y estructuras coercitivas, más
control y vigilancia y mayor número y variedad de sanciones. Este camino empuja
hacia una estatalización de la sociedad, que es el peor enemigo de las
libertades esenciales y de la imprescindible creatividad humana.
4.- No tener en cuenta el ejemplo de
S. Juan Bautista en lo concerniente al respeto a Dios y a cuanto Él ha
establecido, al menos como ley natural, lleva a muy serios problemas, por
ejemplo, en el respeto a la dignidad de la persona humana y a sus derechos
inalterables, y en la garantía de las libertades fundamentales.
Debo aclarar aquí y ahora, mi
convencimiento de que la fe en Dios, limpiamente vivida, es la solución de
cuanto está dificultando el desarrollo integral de la persona y el auténtico
progreso de la sociedad. Sin embargo, no propugno una sociedad monolítica ni en
lo religioso ni en lo ideológico. Negando la pluralidad, se niegan las
libertades; y donde faltan éstas, no se puede construir un mundo verdaderamente
libre.
Pero, dada la complejidad y la
dificultad de este objetivo, quiero manifiesto mi preocupación por un diálogo y
por una sincera colaboración de todos y de cada uno, en su propio ámbito más
cercano y en los ámbitos compartidos. Al mismo tiempo, y como consecuencia de
ello, manifiesto que esta colaboración debe guiarse por una referencia objetiva
respecto de la cual se valore el bien y el mal en las conductas personales y en
las normas o directrices sociales.
5.- Esta referencia objetiva y común
debe cifrarse, por lo menos, en la ley natural y no en la visión subjetiva,
tantas veces condicionada por intereses inconfesados que suele ir unida a la
ley del más fuerte. De otro modo no cabrá el verdadero respeto a la vida desde
su concepción hasta su muerte natural; no se resolverá debidamente la
distinción entre el derecho a la libertad de expresión y tantas formas de
calumnia y de difamación pública que nunca encuentran la justa clarificación y
compensación; nunca se acabará la medida de los males por su volumen, olvidando
su entidad ética o moral; y no dejará de constituirse casi en ley aquello que
es difundido por una cultura dominante, fruto muchas veces de intereses no
confesados o de instintos no dominados.
6.- Desde estas consideraciones, no
resulta difícil entender que la llamada crisis actual que estamos atravesando,
y cuyas consecuencias tanto condicionan la atención a las distintas dimensiones
de la personas y de la sociedad, no nacen simplemente de problemas técnicos,
éticos o políticos de incidencia en el orden económico. La crisis tiene sus
raíces en la inteligencia y en el corazón de las personas. Por tanto, la
solución de cuanto nos ocurre debemos buscarla en la purificación y en la recta
promoción de la identidad humana, del concepto de sociedad, de lo que debe
entenderse como derechos humanos, y de cómo debe entenderse lo que cada uno de
ellos significa y comporta.
7.- En el fondo de todo ello hay un
serio problema de educación humana y social en todos los ámbitos y dimensiones
de la persona y de la sociedad. Y el problema así entendido, ha de
considerarse, por encima de todo, como primer objetivo en los caminos de
solución radical y global. Bien entendido que el problema de la educación tiene
en su raíz el problema de la concepción del hombre y de la sociedad; y no puede
reducirse a un simple asunto económico o de estrategia escolar.
El problema está en lo más profundo.
Si no llegamos a ello, lo que pueda resolverse ahora, será una solución
simplemente parcial, aunque llegue a dar otra impresión. Y los problemas
profundos seguirán latentes hasta causar, pronto o tarde, otra manifestación de
alto alcance cuyas consecuencias son imprevisibles.
8.- La imitación de S. Juan Bautista
nos debe llevar a un respeto profundo e incondicional a Dios, a la ley natural
que él mismo grabó en el corazón de toda persona desde su origen, y al respeto
a la libertad de cada uno, sin olvidar la misión apostólica que hemos recibido
de Dios por el Bautismo y la Confirmación.
9.- El asegundo significado del
patronazgo de S. Juan Bautista en favor nuestro es la intercesión de este
hombre tan grande y de este creyente tan riguroso y fiel. Pidámosle hoy que
interceda ante el Señor para que nos conceda la gracia de ver con claridad, de
proponernos con firmeza, y de cumplir con honestidad los principios que han de
orientar nuestra vida personal y social hacia la verdad, hacia la justicia y
hacia la paz.
QUE ASÍ SEA
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