HOMILÍA EN LA FIESTA DE S. JUAN BAUTISTA (Año 2012)

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y Diácono asistente,
Sr. Alcalde y corporación municipal de nuestra ciudad,
Dignísimas autoridades civiles y militares,
Hermanas y hermanos todos, religiosos y seglares:

S. Juan Bautista es el patrono de nuestra Ciudad y de quienes la habitamos. El patronazgo ante Dios tiene un doble significado en la relación entre el patrono y sus protegidos:

1.- En primer lugar, el patrono es ejemplo de vida cristiana, especialmente adecuado a la realidad de sus beneficiarios. En segundo lugar, es un intercesor ante Dios, un valedor en favor de sus patrocinados.

Un testimonio de S. Juan Bautista que debemos considerar e imitar en estos tiempos es muy sencillo y de gran actualidad. Quien saltó de gozo en las entrañas maternas cuando su madre Sta. Isabel se encontró con María la Madre de Jesucristo, que aún no había nacido, se constituye, por ese gesto que narran el Santo Evangelio(cf. Lc. 1, 41), en lección de nuestras relaciones con Jesucristo nuestro Señor. Lección que viene resaltada, ya en su vida pública, al afirmar que él, presentado por Jesucristo como el mayor entre los nacidos de mujer, no es ante Jesucristo ni siquiera digno de desatarle la correa de la sandalia (cf. Lc. 3, 16).

Jesucristo es, ante todo, el Hijo de Dios. Su amor a los hombres, que él mismo como Dios verdadero había creado, le llevó a compartir su misma naturaleza, su historia, y la suerte de los más débiles, de los más desfavorecidos y de los más humillados. Por su sacrificio en la cruz, Jesucristo es el Redentor del género humano. En consecuencia, merece la mayor admiración y gratitud y, consiguientemente, el mayor respeto y atención de quienes le conocen. “Por eso –dice S. Pablo -- Dios lo exaltó sobre todo, y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al Nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” ( Filp. 2, 9-11).

2.- Esta lección nos lanza una clara pregunta: ¿Cuál es nuestra relación personal con el Señor Jesús? Vivimos en un pueblo de larga y profunda tradición cristiana. Pero corremos el peligro de acostumbrarnos a la grandeza del misterio, y convertir en rutina nuestra postura ante Dios, e incluso hacer compatible la fe cristiana con la tibieza personal.

Cuando ocurre esto, nuestra presencia en la sociedad pierde la fuerza del testimonio; y corremos el peligro de reducir nuestra vinculación esencial con Dios nuestro Señor, a la participación externa en las fiestas religiosas, pobre estela del alma profundamente cristiana de nuestros antepasados.

3.- Para el cristiano, igual que para el auténtico educador, el respeto a Dios, y al prójimo en su variada pluralidad de pensamientos, ideales y formas de vida, no puede entenderse como la aceptación y la propuesta de los mínimos. Por ese camino conseguiríamos el descrédito de la fe que profesamos como cristianos, y la degradación de la persona y de la sociedad valoradas incluso sin referencia a la fe.

En muchos aspectos, por no resolver adecuadamente el problema del respeto a la pluralidad, o por una reacción pendular a situaciones contrarias, estamos llegando a situaciones insostenibles que afectan a la misma dignidad de la persona humana, a las bases de una convivencia respetuosa, a la atención que merecen los más débiles, y al cuidado que todos debemos al bien común. Esta inercia lleva consigo consecuencias paradógicas. Cuando más las libertades de todo género reclamamos, más se conculcan los principios y las normas que regulan la libertad. Tienen que surgir, entonces, más leyes, más acciones y estructuras coercitivas, más control y vigilancia y mayor número y variedad de sanciones. Este camino empuja hacia una estatalización de la sociedad, que es el peor enemigo de las libertades esenciales y de la imprescindible creatividad humana.

4.- No tener en cuenta el ejemplo de S. Juan Bautista en lo concerniente al respeto a Dios y a cuanto Él ha establecido, al menos como ley natural, lleva a muy serios problemas, por ejemplo, en el respeto a la dignidad de la persona humana y a sus derechos inalterables, y en la garantía de las libertades fundamentales.
Debo aclarar aquí y ahora, mi convencimiento de que la fe en Dios, limpiamente vivida, es la solución de cuanto está dificultando el desarrollo integral de la persona y el auténtico progreso de la sociedad. Sin embargo, no propugno una sociedad monolítica ni en lo religioso ni en lo ideológico. Negando la pluralidad, se niegan las libertades; y donde faltan éstas, no se puede construir un mundo verdaderamente libre.

Pero, dada la complejidad y la dificultad de este objetivo, quiero manifiesto mi preocupación por un diálogo y por una sincera colaboración de todos y de cada uno, en su propio ámbito más cercano y en los ámbitos compartidos. Al mismo tiempo, y como consecuencia de ello, manifiesto que esta colaboración debe guiarse por una referencia objetiva respecto de la cual se valore el bien y el mal en las conductas personales y en las normas o directrices sociales.

5.- Esta referencia objetiva y común debe cifrarse, por lo menos, en la ley natural y no en la visión subjetiva, tantas veces condicionada por intereses inconfesados que suele ir unida a la ley del más fuerte. De otro modo no cabrá el verdadero respeto a la vida desde su concepción hasta su muerte natural; no se resolverá debidamente la distinción entre el derecho a la libertad de expresión y tantas formas de calumnia y de difamación pública que nunca encuentran la justa clarificación y compensación; nunca se acabará la medida de los males por su volumen, olvidando su entidad ética o moral; y no dejará de constituirse casi en ley aquello que es difundido por una cultura dominante, fruto muchas veces de intereses no confesados o de instintos no dominados.

6.- Desde estas consideraciones, no resulta difícil entender que la llamada crisis actual que estamos atravesando, y cuyas consecuencias tanto condicionan la atención a las distintas dimensiones de la personas y de la sociedad, no nacen simplemente de problemas técnicos, éticos o políticos de incidencia en el orden económico. La crisis tiene sus raíces en la inteligencia y en el corazón de las personas. Por tanto, la solución de cuanto nos ocurre debemos buscarla en la purificación y en la recta promoción de la identidad humana, del concepto de sociedad, de lo que debe entenderse como derechos humanos, y de cómo debe entenderse lo que cada uno de ellos significa y comporta.

7.- En el fondo de todo ello hay un serio problema de educación humana y social en todos los ámbitos y dimensiones de la persona y de la sociedad. Y el problema así entendido, ha de considerarse, por encima de todo, como primer objetivo en los caminos de solución radical y global. Bien entendido que el problema de la educación tiene en su raíz el problema de la concepción del hombre y de la sociedad; y no puede reducirse a un simple asunto económico o de estrategia escolar.

El problema está en lo más profundo. Si no llegamos a ello, lo que pueda resolverse ahora, será una solución simplemente parcial, aunque llegue a dar otra impresión. Y los problemas profundos seguirán latentes hasta causar, pronto o tarde, otra manifestación de alto alcance cuyas consecuencias son imprevisibles.

8.- La imitación de S. Juan Bautista nos debe llevar a un respeto profundo e incondicional a Dios, a la ley natural que él mismo grabó en el corazón de toda persona desde su origen, y al respeto a la libertad de cada uno, sin olvidar la misión apostólica que hemos recibido de Dios por el Bautismo y la Confirmación.

9.- El asegundo significado del patronazgo de S. Juan Bautista en favor nuestro es la intercesión de este hombre tan grande y de este creyente tan riguroso y fiel. Pidámosle hoy que interceda ante el Señor para que nos conceda la gracia de ver con claridad, de proponernos con firmeza, y de cumplir con honestidad los principios que han de orientar nuestra vida personal y social hacia la verdad, hacia la justicia y hacia la paz.

           QUE ASÍ SEA


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