Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
queridos hermanos miembros de la Vida Consagrada y seglares
todos:
1.- Con el primer Domingo de Adviento
que hoy celebramos comienza el Año Litúrgico. Esto es: comienza el ciclo de
tiempo en el que celebramos los Misterios del Señor desde su Encarnación en las
purísimas entrañas de la santísima Virgen María hasta su Ascensión a los
cielos.
2.- Lo primero que debemos considerar
en este momento es el amor que Dios nos tiene. Además de hacerse hombre, en
todo semejante a nosotros menos en el pecado, además de redimirnos con su
pasión y muerte en la cruz, y además de dejarnos su palabra y de quedarse entre
nosotros en el Sacramento de la Eucaristía, nos da constantes oportunidades
para que caigamos en la cuenta de lo que Dios, nuestro creador y redentor,
es para nosotros y quiere de nosotros. La absolución de nuestros pecados en el
sacramento de la Penitencia nos abre, cada vez,
una etapa nueva en el camino de fidelidad que Jesucristo nos ha señalado
y que nosotros necesitamos. El comienzo del año litúrgico es otra oportunidad
para reiniciar, para reemprender o para recorrer con acierto el camino de
nuestra salvación.
Este camino queda bien señalado en la
sagrada Escritura y, sobre todo, en el santo Evangelio. Por eso, durante el
Adviento debemos ocuparnos con interés en la lectura atenta y religiosa de la
Palabra de Dios. Escucharle es necesario para conocerle; conocerle es
imprescindible para seguirle; y seguirle es condición básica para gozar de la paz interior, de la
esperanza en su promesa de salvación, y de la felicidad eterna cuando Él nos
llame definitivamente junto a sí.
Es necesario y urgente que abramos
nuestra vida al apostolado para dar a conocer a Dios. Solo quien le conoce le
busca con nueva intensidad. Y, a medida que le va conociendo siente mayores
ansias de acercarse a Él. Y así va recorriendo el camino hacia la
identificación con Cristo que es la meta de nuestro peregrinar humano en la fe.
Además de todo ello, la santa Madre
Iglesia, en la que obra constantemente Jesucristo nuestro Señor, que es su
fundador y cabeza, se preocupa de orientarnos con su predicación y con el
contenido de las celebraciones litúrgicas.
3.- Hoy, brindándonos una oportunidad
nueva y exquisitamente cuidada, nos invita a orar en el comienzo de la Santa Misa.
Y nos sugiere que pidamos a Dios Padre, junto con el Sacerdote, que avive en nosotros el deseo
de salir al encuentro de Cristo.
No nos dice que le busquemos, sino
que salgamos a su encuentro. Como estamos preparándonos para la Navidad, en la
que Jesucristo viene a nosotros nacido en un portal de Belén, basta con que
salgamos a su encuentro. Si Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre no viene
a nosotros, nunca llegaríamos a él. Nuestros pecados van separándonos de Dios.
Y el diablo procura que no percibamos esta distancia como una auténtica
desgracia, sino que, llevados de influencias contrarias al espíritu religioso y
cristiano, y debilitados por nuestras limitaciones y pecados, lleguemos a
sospechar que el seguimiento de Jesucristo es una carga pesada y requiere un
esfuerzo casi imposible. Por eso, aunque no abandonemos plenamente nuestra
referencia al Señor y a su evangelio, y aunque no renunciemos a nuestra
condición de miembros de la Iglesia, tenemos el peligro de caer en la tibieza y
en la rutina, o que terminemos queriendo hacer un cristianismo a nuestra
medida.
4.- Sabedora de ello, la Santa Madre
Iglesia, al invitarnos hoy a salir al encuentro de Jesucristo que viene,
insiste en que debemos ir acompañados de las buenas obras, y no con las manos
vacías. Una buena obra es el propósito de conversión al que el Papa nos invita
especialmente cuando nos convoca a la celebración del Año de la Fe. A esa
conversión somos invitados cada vez que
participamos en la celebración de la santa Misa cuando el sacerdote nos
dice: “para celebrar dignamente estos
sagrados Misterios, reconozcamos humildemente nuestros pecados”.
La buena obra que es el propósito de
conversión abre la puerta al ejercicio de otras obras buenas que no podemos
aplazar, como son: la formación cristiana, la escucha y la lectura reposada de
la palabra de Dios, la oración, el ejercicio de la caridad con el prójimo,
especialmente con el más necesitado, entre otras.
Salir al encuentro de Jesucristo
acompañados de las buenas obras no significa hacer un recibimiento digno al
Señor y luego quedar libres. Las buenas
obras son la condición imprescindible para permanecer junto a Él en esta vida y
poder verle y gozarle en la eternidad feliz.
El Papa Benedicto XVI nos ha dicho
repetidas veces que los que se apartan de Dios y le dan la espalda al programar
su vida, terminan perdiendo la auténtica idea de sí mismos e ignorando el
sentido de la vida; terminan sin conocerse, sin entenderse y sin saber caminar
por el mundo. Quien no conoce a Dios no puede conocerse a sí mismo, porque
somos imagen y semejanza de Dios.nos
5.- La necesidad de permanecer y
caminar unidos a Dios no es una novedad que nos ha enseñado Jesucristo. El profeta
Jeremías nos anuncia que la verdadera necesidad de vivir con sentido se sacia
solo estando junto al Señor, recibiéndole y siguiéndole. “Suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en
la tierra”(Jer. 33, 15). Por eso, el salmo interleccional nos ha hecho
repetir: “A ti, Señor, levanto mi alma. Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme
en tus sendas”(Sal. 24).
Termino mis palabras uniéndome al
deseo de San Pablo: “Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos,
lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente; para que
cuando Jesús nuestro Señor vuelva acompañado de sus santos, os presentéis
santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre” (1 Tes 12-13).
6.- Pidamos a la Santísima Virgen,
maestra en la escucha de la palabra de Dios y ejemplo en su seguimiento, que
nos alcance la gracia de acercarnos al Señor saliéndole al encuentro en las
distintas circunstancias y momentos en que se acerca a nosotros. Ese es el cometido del Adviento que
hoy hemos iniciado en el marco del Año de la Fe.
QUE ASÍ SEA
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