HOMILÍA EN EL DOMINGO II DE ADVIENTO - Ciclo “c” -2012


Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos:

1.- En el Domingo segundo de Adviento, la Santa Madre Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, nos invita de nuevo a la conversión personal para recibir al Señor. Nunca somos dignos del todo para encontrarnos con Dios. Por eso es Él quien procura llamarnos y ayudarnos para que hagamos de nuestra vida un digno escenario en el que podamos gozar de la experiencia de Dios. Siempre será nuestra necesidad y, por tanto nuestro deber, avanzar en el conocimiento del Señor y en la fidelidad a la vocación para la que nos ha elegido.
           
2.- Para los contemporáneos de Jesucristo,  prepararse a recibir al Mesías redentor constituía una tarea importantísima de cada uno y del pueblo entero de Israel. Este acontecimiento había sido anunciado constantemente por los profetas como el cumplimiento de la promesa de salvación, hecha directamente por Dios, después del pecado de Adán y Eva. La Navidad anunciada por el Ángel a los Pastores fue la primera y, consiguientemente, el acontecimiento deseado y esperado por el Pueblo de Israel a través de los siglos.

No todos los grupos integrados en el Pueblo de la Promesa tenían el mismo concepto del Mesías que había de venir. Por tanto, no todos lo esperaban ni se preparaban de la misma forma para recibirle. Sin embargo no faltaron quienes entendieron bien los mensajes de los Profetas y centraron su atención en prepararse interiormente para recibir al Mesías en espíritu y en verdad. A ellos se refiere la Sagrada Escritura mostrándolo como el grupo fiel que forma el Pueblo de Israel no según la carne sino según el espíritu. Estos eran los que esperaban al Mesías que redimiría al Israel de todos sus pecados.

3.- Al celebrar cada año la Navidad, es necesario que nos preguntemos si podríamos formar parte de ese resto fiel de Israel, o si esperamos la Navidad como una fiesta religiosa de relieve eclesial y social, pero no relacionada con el cambio de nuestras actitudes y de nuestros comportamientos para con el Señor y, consiguientemente, para con el prójimo.

La pregunta a que acabo de referirme debe interpelar siempre nuestra conciencia. Es tan grande, tan importante, y de tal trascendencia recibir al Señor que viene a salvarnos, que debemos tomarlo con total responsabilidad y cuidado. A ello nos invita insistentemente la Iglesia porque es muy fácil tomar todos estos acontecimientos preferentemente, o casi solo, como simples costumbres sociales. Sabemos que los acontecimientos religiosos celebrados de este modo se viven superficialmente y casi solo como actos meramente externos; por ello,  van paganizándose hasta quedar, en muchos casos, como un recurso fácil para la práctica de algunos gestos familiares, caritativos y sociales cuya motivación original es cristiana,  aunque para muchos ha quedado olvidada o muy en segundo plano.

Por eso, en este tiempo de Adviento es muy importante que pensemos, ante Dios nuestro Señor, si sentimos o no la necesidad de encontrarnos con Jesucristo, de estar cerca de Él, de escucharle, de hablarle, de seguirle, de ponernos a su disposición, conscientes de que nuestra plenitud está en cumplir su santa voluntad.
           
4.- Hoy, el Santo Evangelio nos transmite las palabras de Juan el Bautista, precursor de Jesucristo, enviado por Dios para preparar el camino al Señor. Por eso es el gran maestro que nos enseña en qué debe consistir nuestra espera del Mesías, la acogida que le demos, y nuestra unión con Él.

San Juan Bautista recorrió toda la comarca del Jordán predicando la conversión del corazón, que es donde está el origen de las buenas y de las malas actitudes e intenciones; y  fue convocando a las gentes para que se arrepintieran de sus pecados. Este debe ser el verdadero espíritu del Aviento. Como ya predicó el profeta Isaías, S. Juan Bautista invitaba a las gentes a que prepararan el camino al Señor. Para que todos lo entendieran bien, y siguiendo el símil del camino transitable para el Mesías que  iba a venir, decía: “Allanad los senderos; elévense los valles, desciendan los motes y colinas; que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale”(Lc. 3, 56).
           
5.- Todos sabemos que los cambios de rasante en las carreteras y en los caminos impiden  la visibilidad a distancia. Todos sabemos que los baches y los badenes  hacen peligrar el tránsito; y todos sabemos que los caminos torcidos hacen más difícil la circulación. Juan Bautista toma estas palabras de Isaías como expresión fácilmente inteligible para expresar la necesidad de quitar de nuestra vida lo que sobra y de poner lo que falta, procurando seguir con rectitud el mandamiento del Señor.

Lo que sobra son los pecados, los malos hábitos, los egoísmos que no dan amplia cabida a otro que no sea uno mismo, el predominio de lo material sobre lo espiritual, de lo terreno sobre lo celestial, de lo experimentable sensiblemente sobre la aceptación humilde y creyente del misterio; lo humano sobre lo divino.

Lo que nos falta son virtudes humanas y cristianas; seguimiento del Señor; generosidad para ponernos a disposición de quien lo ha dado todo para salvarnos; hábito de oración; frecuencia de participación en los sacramentos, especialmente en la Penitencia y en la Eucaristía; ejercicio generoso de la caridad para con el prójimo, especialmente de  los más necesitados material o espiritualmente; espíritu apostólico, sentido eclesial, etc.
           
6.- Todo ello constituye un verdadero programa de vida. No en vano, siendo el Adviento especialmente propicio para la conversión sincera, este tiempo es, también, signo de toda nuestra vida. Hasta el último minuto de nuestra existencia terrena, debemos estar ocupados en procurar mayor fidelidad al Señor y mayor cercanía  e intimidad con Él.

Como el mayor enemigo de nuestra conversión son los instintos, la presiones sociales y la inclinación a lo material, a lo sensiblemente agradable, y a huir de  lo que resulta misterioso y difícil, la santa Madre Iglesia nos ha hecho orar hoy, al comenzar la Misa, diciendo: “Señor todopoderoso,  rico en misericordia, cuando salimos animosos al encuentro  de tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo”     

7.- Hagamos nuestra la oración de la Iglesia, y presentémosla ante el Señor por intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Jesucristo, mujer fuerte, llena de gracia y fiel  en todo al Señor durante su vida entera.

            QUE ASÍ SEA

No hay comentarios: