Queridos
hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos
miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos:
1.- En el Domingo segundo de
Adviento, la Santa Madre Iglesia, conducida por el Espíritu Santo, nos invita
de nuevo a la conversión personal para recibir al Señor. Nunca somos dignos del
todo para encontrarnos con Dios. Por eso es Él quien procura llamarnos y
ayudarnos para que hagamos de nuestra vida un digno escenario en el que podamos
gozar de la experiencia de Dios. Siempre será nuestra necesidad y, por tanto
nuestro deber, avanzar en el conocimiento del Señor y en la fidelidad a la
vocación para la que nos ha elegido.
2.- Para los contemporáneos de
Jesucristo, prepararse a recibir al
Mesías redentor constituía una tarea importantísima de cada uno y del pueblo
entero de Israel. Este acontecimiento había sido anunciado constantemente por
los profetas como el cumplimiento de la promesa de salvación, hecha directamente
por Dios, después del pecado de Adán y Eva. La Navidad anunciada por el Ángel a
los Pastores fue la primera y, consiguientemente, el acontecimiento deseado y
esperado por el Pueblo de Israel a través de los siglos.
No todos los grupos integrados en el
Pueblo de la Promesa tenían el mismo concepto del Mesías que había de venir.
Por tanto, no todos lo esperaban ni se preparaban de la misma forma para
recibirle. Sin embargo no faltaron quienes entendieron bien los mensajes de los
Profetas y centraron su atención en prepararse interiormente para recibir al
Mesías en espíritu y en verdad. A ellos se refiere la Sagrada Escritura
mostrándolo como el grupo fiel que forma el Pueblo de Israel no según la carne
sino según el espíritu. Estos eran los que esperaban al Mesías que redimiría al
Israel de todos sus pecados.
3.- Al celebrar cada año la Navidad,
es necesario que nos preguntemos si podríamos formar parte de ese resto fiel de
Israel, o si esperamos la Navidad como una fiesta religiosa de relieve eclesial
y social, pero no relacionada con el cambio de nuestras actitudes y de nuestros
comportamientos para con el Señor y, consiguientemente, para con el prójimo.
La pregunta a que acabo de referirme
debe interpelar siempre nuestra conciencia. Es tan grande, tan importante, y de
tal trascendencia recibir al Señor que viene a salvarnos, que debemos tomarlo
con total responsabilidad y cuidado. A ello nos invita insistentemente la
Iglesia porque es muy fácil tomar todos estos acontecimientos preferentemente,
o casi solo, como simples costumbres sociales. Sabemos que los acontecimientos religiosos
celebrados de este modo se viven superficialmente y casi solo como actos
meramente externos; por ello, van
paganizándose hasta quedar, en muchos casos, como un recurso fácil para la práctica
de algunos gestos familiares, caritativos y sociales cuya motivación original
es cristiana, aunque para muchos ha
quedado olvidada o muy en segundo plano.
Por eso, en este tiempo de Adviento
es muy importante que pensemos, ante Dios nuestro Señor, si sentimos o no la
necesidad de encontrarnos con Jesucristo, de estar cerca de Él, de escucharle,
de hablarle, de seguirle, de ponernos a su disposición, conscientes de que
nuestra plenitud está en cumplir su santa voluntad.
4.- Hoy, el Santo Evangelio nos
transmite las palabras de Juan el Bautista, precursor de Jesucristo, enviado
por Dios para preparar el camino al Señor. Por eso es el gran maestro que nos
enseña en qué debe consistir nuestra espera del Mesías, la acogida que le
demos, y nuestra unión con Él.
San Juan Bautista recorrió toda la
comarca del Jordán predicando la conversión del corazón, que es donde está el
origen de las buenas y de las malas actitudes e intenciones; y fue convocando a las gentes para que se
arrepintieran de sus pecados. Este debe ser el verdadero espíritu del Aviento.
Como ya predicó el profeta Isaías, S. Juan Bautista invitaba a las gentes a que
prepararan el camino al Señor. Para que todos lo entendieran bien, y siguiendo
el símil del camino transitable para el Mesías que iba a venir, decía: “Allanad los senderos;
elévense los valles, desciendan los motes y colinas; que lo torcido se enderece
y lo escabroso se iguale”(Lc. 3, 56).
5.- Todos sabemos que
los cambios de rasante en las carreteras y en los caminos impiden la visibilidad a distancia. Todos sabemos que
los baches y los badenes hacen peligrar
el tránsito; y todos sabemos que los caminos torcidos hacen más difícil la
circulación. Juan Bautista toma estas palabras de Isaías como expresión
fácilmente inteligible para expresar la necesidad de quitar de nuestra vida lo
que sobra y de poner lo que falta, procurando seguir con rectitud el
mandamiento del Señor.
Lo que sobra son los
pecados, los malos hábitos, los egoísmos que no dan amplia cabida a otro que no
sea uno mismo, el predominio de lo material sobre lo espiritual, de lo terreno
sobre lo celestial, de lo experimentable sensiblemente sobre la aceptación humilde
y creyente del misterio; lo humano sobre lo divino.
Lo que nos falta son
virtudes humanas y cristianas; seguimiento del Señor; generosidad para ponernos
a disposición de quien lo ha dado todo para salvarnos; hábito de oración;
frecuencia de participación en los sacramentos, especialmente en la Penitencia
y en la Eucaristía; ejercicio generoso de la caridad para con el prójimo,
especialmente de los más necesitados
material o espiritualmente; espíritu apostólico, sentido eclesial, etc.
6.- Todo ello
constituye un verdadero programa de vida. No en vano, siendo el Adviento
especialmente propicio para la conversión sincera, este tiempo es, también,
signo de toda nuestra vida. Hasta el último minuto de nuestra existencia
terrena, debemos estar ocupados en procurar mayor fidelidad al Señor y mayor
cercanía e intimidad con Él.
Como el mayor enemigo de
nuestra conversión son los instintos, la presiones sociales y la inclinación a
lo material, a lo sensiblemente agradable, y a huir de lo que resulta misterioso y difícil, la santa
Madre Iglesia nos ha hecho orar hoy, al comenzar la Misa, diciendo: “Señor
todopoderoso, rico en misericordia,
cuando salimos animosos al encuentro de
tu Hijo, no permitas que lo impidan los afanes de este mundo”
7.- Hagamos nuestra la
oración de la Iglesia, y presentémosla ante el Señor por intercesión de la
Santísima Virgen María, Madre de Jesucristo, mujer fuerte, llena de gracia y
fiel en todo al Señor durante su vida
entera.
QUE ASÍ SEA
No hay comentarios:
Publicar un comentario