HOMILÍA EN LA FESTIVIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN 2012


Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos seminaristas aspirantes al sagrado ministerio del Diaconado,
Familiares y amigos que les acompañáis,
Queridos miembros de la Vida Consagrada y seglares todos:

1.- El Señor nos bendice con nuevas vocaciones al sacerdocio. Demos gracias al Señor de quien procede todo bien. Haciendo nuestras las palabras de S. Pablo, digamos interiormente: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y celestiales” Ef. 1, 3).

2.- Hemos elegido el día de la Inmaculada Concepción como fecha adecuada para la ordenación de estos dos nuevos Diáconos, porque venimos encomendándonos a la intercesión de la Santísima Virgen María, madre de Jesucristo, Madre de la Iglesia y Madre de los Sacerdotes para que nos alcance del Señor la gracia de saber escuchar y seguir la llamada de aquellos que Él ha elegido para ser sus ministros.

3.- María tuvo al Niño Jesús en sus brazos  y  a su cuidado en los años de la infancia, y luego al ser descendido de la Cruz donde se había entregado hasta la muerte para alcanzarnos la redención. Los nuevos Diáconos tendrán muchas veces al Señor en sus manos para ofrecerlo como pan del cielo y alimento de salvación. Por eso, la Santísima Virgen María será el mejor ejemplo para estos jóvenes, próximos Diáconos, que van a recibir de la Iglesia el ministerio de servir al Altar.

María recibió públicamente las alabanzas de su Hijo Jesucristo porque fue constante en la escucha de la palabra de Dios y en cumplir lo que el Señor nos enseña en ella. Escuchar la palabra de Dios, meditar en su contenido y procurar seguirla como orientación de nuestra vida es fundamental en el cristiano. Tan importante es esto que, a quienes bendecían a su Madre por haberle dado a luz y haberle alimentado a sus pechos, dijo el Señor: “Más bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 27). Vosotros, queridos jóvenes próximos Diáconos, vais a tener, como parte importante de vuestro ministerio, la proclamación de la palabra de  Dios  y la exhortación a los fieles a partir de su mensaje. Esto, que requiere un serio estudio de la Sagrada Escritura, no puede realizarse dignamente si no se la escucha previamente con frecuencia y con espíritu religioso, como hizo la Virgen santísima.  

La Virgen María, llena de Gracia desde su inmaculada Concepción hasta su Asunción a los cielos, es el mejor ejemplo de obediencia y de fidelidad a la voluntad divina, como nos manifestó ya en la Anunciación. Cuando el enviado de Dios le transmitía el encargo de ser Madre de Jesucristo, ella, sorprendida y sintiéndose incapaz, exclamó, como todos sabéis: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 26). Este ejemplo muy aleccionador para todos, ha de ser principalísimo para quienes aspiran a participar del Orden Sacerdotal como  Presbíteros, ministros del Señor y colaboradores del Obispo en el servicio incondicional a la evangelización y santificación del mundo. La obediencia no restringe ni condiciona la libertad, sino que orienta su ejercicio en la línea y en el estilo de  Jesucristo; él firmó su Alianza comprometiéndose para siempre, porque la firmó con su sangre, a una fidelidad eterna en el amor y cuidado del hombre.

4.- Por todo ello, el regalo de Dios que supone para nuestra Iglesia  diocesana poder administrar el sacramento del Orden en la fiesta de la Santísima Virgen María, nos convoca a elevar la mente al Señor dándole gracias y diciéndole, a la vez: “así como a ella la preservaste limpia de toda mancha, guárdanos también a nosotros, por su poderosa intercesión, limpios de todo pecado” (Oración de la Misa). Esto mismo deberéis pedir vosotros, queridos Domingo y Jesús, para que vuestra vida se caracterice por la limpieza de corazón, por la generosa entrega al servicio de la Iglesia, y por un exquisito cuidado en el servicio litúrgico, sobre todo, en la Eucaristía.

5.- La primera lectura de la palabra de Dios que hemos escuchado nos habla de la responsabilidad que tuvo que asumir la santísima Virgen María debido a la promesa hecha por  Dios a nuestros primeros padres después que pecaron y perdieron la posibilidad de recuperar la amistad con Dios. La Virgen María fue anunciada y comprometida por Dios entonces como quien  debía tomar parte activa en la gesta de pisar la cabeza de la serpiente, símbolo del diablo tentador. Esos eran los planes de Dios.

No podemos ignorar que los planes de Dios nos comprometen a todos, no solo en lo que toca directísimamente a cada uno, como es la fidelidad al Señor, sino también en lo que se refiere al bien del prójimo. Para ello hemos sido hechos apóstoles por el Bautismo y la Confirmación.

Apóstol no es solamente quien predica, sino también quien, imbuido de sincera humildad, da  ejemplo de vida cristiana, o quien ejerce un ministerio en el nombre del Señor para bien de los hermanos necesitados, tanto de bienes espirituales como corporales.

6.- Cada uno de nosotros debe estar siempre dispuesto a romper los planes propios si descubre que Dios lo necesita para un servicio concreto que no había pensado. Ese es el secreto de la fidelidad a la vocación divina.

Todos hemos sido llamados por Dios para desempeñar un servicio en este mundo como miembros vivos de la Iglesia. Dicho servicio, en ocasiones, condiciona toda la vida. Es el caso de la vocación al matrimonio, al sacerdocio o a la Vida Consagrada. Y, en cada una de estas situaciones, el Señor puede llamarnos para que asumamos, además, una responsabilidad determinada que tampoco habíamos planificado como sacerdotes, como esposos o como consagrados. Nuestra responsabilidad está en descubrir la llamada concreta del Señor, sacrificar generosamente los planes personales, dar gracias a Dios porque nos ha dado a conocer su voluntad, que es nuestro camino de plenitud, de santificación y de salvación.

7.- Para descubrir la llamada del Señor es necesario tener el corazón despierto y ágil, bien dispuesto y convencido de que lo que el Señor nos pide, o nos manda, es lo mejor para cada uno de  nosotros. Solo Dios  nos ama infinitamente. Por tanto, nada puede pedirnos que  no sea beneficioso para nosotros, de un modo u otro. Lo cual no significa que cada uno lo veamos como agradable, como compatible con legítimos proyectos de vida concebidos honestamente antes de descubrir la llamada del Señor. Lo que debemos tener muy en cuenta es que a Dios no se le puede hacer esperar; es incorrecto. Más todavía, es perjudicial para nosotros y para quienes tienen que beneficiarse de nuestra generosa aceptación.

8.- Estos pensamientos chocan frontalmente con  la cultura dominante. Desde ella cada uno quiere erigirse en dueño absoluto de sí mismo, de su presente y de su futuro. Cuando se actúa con esta mentalidad, el hombre intenta convertirse en referencia y centro de su existencia y del mundo en que vive. Ese egocentrismo lleva inevitablemente al egoísmo. Y el egoísmo aboca al hombre a la soledad. Quien todo lo quiere para sí y olvida a los demás y, sobre todo, a Dios, se queda en la mayor de las pobrezas: se queda solo consigo mismo; y uno mismo a solas no puede ni soñar en la altura de la dignidad humana, de la trascendencia de la vida, y de la felicidad eterna. Esta situación provoca, en cambio, una profunda tristeza y un incontenible sinsabor que el hombre no puede soportar, y busca vencerlo con lo único que tiene a mano; y eso que tiene a mano sin contar con Dios es muy terreno, limitado y, a la larga, decepcionante; no puede saciar el corazón que tiene hambre de infinito.

9.- El acierto que necesitamos para vivir con paz interior, con esperanza y con una sencilla y verdadera felicidad, no cabe si no lo pedimos a Dios. Por eso, el descubrimiento de la propia vocación depende plenamente de la oración, del acercamiento a Dios por la participación en los sacramentos, y por la escucha de su palabra. Todo ello nos lo facilita el Señor en la santa Misa en la que estamos participando.

Pidamos al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, que nos conceda la gracia de aprovechar debidamente este encuentro con Jesucristo nuestro salvador.

                   QUE ASÍ SEA

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