Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos seminaristas aspirantes al sagrado ministerio
del Diaconado,
Familiares y amigos que les acompañáis,
Queridos miembros de la Vida Consagrada y seglares
todos:
1.- El Señor nos bendice con nuevas vocaciones al
sacerdocio. Demos gracias al Señor de quien procede todo bien. Haciendo
nuestras las palabras de S. Pablo, digamos interiormente: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido en la persona de Cristo con toda clase de bienes espirituales y
celestiales” Ef. 1, 3).
2.- Hemos elegido el día de la Inmaculada Concepción
como fecha adecuada para la ordenación de estos dos nuevos Diáconos, porque venimos
encomendándonos a la intercesión de la Santísima Virgen María, madre de
Jesucristo, Madre de la Iglesia y Madre de los Sacerdotes para que nos alcance
del Señor la gracia de saber escuchar y seguir la llamada de aquellos que Él ha
elegido para ser sus ministros.
3.- María tuvo al Niño Jesús en sus brazos y a su
cuidado en los años de la infancia, y luego al ser descendido de la Cruz donde
se había entregado hasta la muerte para alcanzarnos la redención. Los nuevos
Diáconos tendrán muchas veces al Señor en sus manos para ofrecerlo como pan del
cielo y alimento de salvación. Por eso, la Santísima Virgen María será el mejor
ejemplo para estos jóvenes, próximos Diáconos, que van a recibir de la Iglesia
el ministerio de servir al Altar.
María recibió públicamente las alabanzas de su Hijo
Jesucristo porque fue constante en la escucha de la palabra de Dios y en
cumplir lo que el Señor nos enseña en ella. Escuchar la palabra de Dios,
meditar en su contenido y procurar seguirla como orientación de nuestra vida es
fundamental en el cristiano. Tan importante es esto que, a quienes bendecían a
su Madre por haberle dado a luz y haberle alimentado a sus pechos, dijo el
Señor: “Más bienaventurados los que
escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 11, 27). Vosotros, queridos
jóvenes próximos Diáconos, vais a tener, como parte importante de vuestro
ministerio, la proclamación de la palabra de
Dios y la exhortación a los
fieles a partir de su mensaje. Esto, que requiere un serio estudio de la
Sagrada Escritura, no puede realizarse dignamente si no se la escucha
previamente con frecuencia y con espíritu religioso, como hizo la Virgen
santísima.
La Virgen María, llena de Gracia desde su inmaculada
Concepción hasta su Asunción a los cielos, es el mejor ejemplo de obediencia y
de fidelidad a la voluntad divina, como nos manifestó ya en la Anunciación.
Cuando el enviado de Dios le transmitía el encargo de ser Madre de Jesucristo,
ella, sorprendida y sintiéndose incapaz, exclamó, como todos sabéis: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí
según tu palabra” (Lc 1, 26).
Este ejemplo muy aleccionador para todos, ha de ser principalísimo para quienes
aspiran a participar del Orden Sacerdotal como
Presbíteros, ministros del Señor y colaboradores del Obispo en el
servicio incondicional a la evangelización y santificación del mundo. La
obediencia no restringe ni condiciona la libertad, sino que orienta su
ejercicio en la línea y en el estilo de
Jesucristo; él firmó su Alianza comprometiéndose para siempre, porque la
firmó con su sangre, a una fidelidad eterna en el amor y cuidado del hombre.
4.- Por todo ello, el regalo de Dios que supone para
nuestra Iglesia diocesana poder
administrar el sacramento del Orden en la fiesta de la Santísima Virgen María,
nos convoca a elevar la mente al Señor dándole gracias y diciéndole, a la vez: “así como a ella la preservaste limpia de
toda mancha, guárdanos también a nosotros, por su poderosa intercesión, limpios
de todo pecado” (Oración de la Misa). Esto mismo deberéis pedir vosotros,
queridos Domingo y Jesús, para que vuestra vida se caracterice por la limpieza
de corazón, por la generosa entrega al servicio de la Iglesia, y por un
exquisito cuidado en el servicio litúrgico, sobre todo, en la Eucaristía.
5.- La primera lectura de la palabra de Dios que hemos
escuchado nos habla de la responsabilidad que tuvo que asumir la santísima
Virgen María debido a la promesa hecha por
Dios a nuestros primeros padres después que pecaron y perdieron la
posibilidad de recuperar la amistad con Dios. La Virgen María fue anunciada y
comprometida por Dios entonces como quien
debía tomar parte activa en la gesta de pisar la cabeza de la serpiente,
símbolo del diablo tentador. Esos eran los planes de Dios.
No podemos ignorar que los planes de Dios nos comprometen
a todos, no solo en lo que toca directísimamente a cada uno, como es la
fidelidad al Señor, sino también en lo que se refiere al bien del prójimo. Para
ello hemos sido hechos apóstoles por el Bautismo y la Confirmación.
Apóstol no es solamente quien predica, sino también
quien, imbuido de sincera humildad, da ejemplo
de vida cristiana, o quien ejerce un ministerio en el nombre del Señor para
bien de los hermanos necesitados, tanto de bienes espirituales como corporales.
6.- Cada uno de nosotros debe estar siempre dispuesto a
romper los planes propios si descubre que Dios lo necesita para un servicio
concreto que no había pensado. Ese es el secreto de la fidelidad a la vocación
divina.
Todos hemos sido llamados por Dios para desempeñar un
servicio en este mundo como miembros vivos de la Iglesia. Dicho servicio, en
ocasiones, condiciona toda la vida. Es el caso de la vocación al matrimonio, al
sacerdocio o a la Vida Consagrada. Y, en cada una de estas situaciones, el
Señor puede llamarnos para que asumamos, además, una responsabilidad
determinada que tampoco habíamos planificado como sacerdotes, como esposos o
como consagrados. Nuestra responsabilidad está en descubrir la llamada concreta
del Señor, sacrificar generosamente los planes personales, dar gracias a Dios
porque nos ha dado a conocer su voluntad, que es nuestro camino de plenitud, de
santificación y de salvación.
7.- Para descubrir la llamada del Señor es necesario
tener el corazón despierto y ágil, bien dispuesto y convencido de que lo que el
Señor nos pide, o nos manda, es lo mejor para cada uno de nosotros. Solo Dios nos ama infinitamente. Por tanto, nada puede
pedirnos que no sea beneficioso para
nosotros, de un modo u otro. Lo cual no significa que cada uno lo veamos como
agradable, como compatible con legítimos proyectos de vida concebidos
honestamente antes de descubrir la llamada del Señor. Lo que debemos tener muy
en cuenta es que a Dios no se le puede hacer esperar; es incorrecto. Más
todavía, es perjudicial para nosotros y para quienes tienen que beneficiarse de
nuestra generosa aceptación.
8.- Estos pensamientos chocan frontalmente con la cultura dominante. Desde ella cada uno
quiere erigirse en dueño absoluto de sí mismo, de su presente y de su futuro.
Cuando se actúa con esta mentalidad, el hombre intenta convertirse en referencia
y centro de su existencia y del mundo en que vive. Ese egocentrismo lleva
inevitablemente al egoísmo. Y el egoísmo aboca al hombre a la soledad. Quien
todo lo quiere para sí y olvida a los demás y, sobre todo, a Dios, se queda en
la mayor de las pobrezas: se queda solo consigo mismo; y uno mismo a solas no
puede ni soñar en la altura de la dignidad humana, de la trascendencia de la
vida, y de la felicidad eterna. Esta situación provoca, en cambio, una profunda
tristeza y un incontenible sinsabor que el hombre no puede soportar, y busca
vencerlo con lo único que tiene a mano; y eso que tiene a mano sin contar con
Dios es muy terreno, limitado y, a la larga, decepcionante; no puede saciar el
corazón que tiene hambre de infinito.
9.- El acierto que necesitamos para vivir con paz
interior, con esperanza y con una sencilla y verdadera felicidad, no cabe si no
lo pedimos a Dios. Por eso, el descubrimiento de la propia vocación depende
plenamente de la oración, del acercamiento a Dios por la participación en los
sacramentos, y por la escucha de su palabra. Todo ello nos lo facilita el Señor
en la santa Misa en la que estamos participando.
Pidamos al Señor, por intercesión de la Santísima
Virgen María, que nos conceda la gracia de aprovechar debidamente este
encuentro con Jesucristo nuestro salvador.
QUE ASÍ SEA
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