Queridos hermanos sacerdotes
concelebrantes,
Autoridades…
Asociación de santa Eulalia,
Hermanas y hermanos todos, religiosos
y seglares:
1.- Felicito muy sinceramente a
cuantos gozan del patronazgo de la Virgen y Mártir Santa Eulalia, que en su más
tierna juventud, fue un testimonio indiscutible de amor a Dios sobre todas las
cosas.
Mi felicitación es debida, sobre
todo, al hecho de que esta Santa, de alma grande y cuerpo joven, aún viviendo y
muriendo en el siglo III, tiene plena actualidad y valor modélico en los
tiempos y circunstancias en que vivimos.
Santa Eulalia fue consciente de los
dones recibidos de Dios y consideró su misma vida y todas las demás
posibilidades que llevaba consigo como un regalo cuyo uso debía ser la gloria,
la alabanza y el servicio a Dios como
correspondencia al amor infinito que Él nos tiene.
2.- Los avances técnicos y
científicos, y los beneficiosos efectos que tienen en la vida del hombre y de
la sociedad, pueden provocar en nosotros dos reacciones. Una, dar gracias a
Dios que nos ha hecho capaces de semejantes cualidades y avances. Esta debe ser
la actitud del cristiano consciente, según el ejemplo de santa Eulalia. Otra,
enorgullecerse, olvidando que la raíz de todo nuestro crecimiento está en Dios.
Y, no pudiendo soportar que Dios esté por encima del hombre y que a Él se deba
todo lo que las personas somos y tenemos, volver la espalda a Dios olvidando
que sigue existiendo como Dios aunque no se le vea y no se crea en Él. Una vez
más es oportuno recordar el mensaje de los últimos Papas en el que se nos
repite que el hombre que vuelve su espalda a Dios se deshumaniza; y que la
sociedad que vive sin Dios es el mejor caldo de cultivo para la infelicidad del
hombre y para el cultivo de toda clase de egoísmos, violencias, sinsabores y
carencias. No hace falta discurrir mucho para entender esto. Lo estamos
comprobando por experiencia propia y por las noticias que nos llegan, cada día,
a través de los medios de comunicación social.
3.- No solo por la atención y la
gloria que Dios merece de nuestra parte, sino también por el bien del hombre,
es urgente que reflexionemos acerca de la fe con que miramos, escuchamos y
seguimos a Dios. Él nos ha hablado con toda claridad y de modo asequible por
medio de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre.
El Papa Benedicto XVI, en la
convocatoria al Año de la Fe, nos dice: “En esta perspectiva, al Año de la
Fe es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único
salvador del mundo” (PF. 6). Y nos da la razón de ello, añadiendo: “Gracias
a la fe esta vida nueva plasma toda la existencia humana en la novedad radical
de la resurrección” (PF. 6). Esto es: gracias a la fe podemos conocer la
verdad de Dios, la verdad del hombre, y la verdad de la relación de Dios con el
hombre, que es relación de amor infinito y de salvación plena. Por eso, gracias
a la fe, la vida del hombre rompe las murallas de una vida abocada a la
oscuridad de nuestra limitada inteligencia, y comienza a vislumbrar la grandeza
de una vida que no acaba, de una resurrección final que nos abre a la eternidad
feliz.
4.- Por la fuerza de esta verdad el
Año de la Fe nos ha de ayudar a reconocer los beneficios espirituales y
materiales que constantemente recibimos de Dios, gracias a los cuales, nuestra
vida tiene sentido, gozamos de una esperanza que no defrauda, y podemos llenar
el vacío de nuestro corazón que tiende al infinito, lo sepamos o no.
Después de este reconocimiento, cuya
fuerza puede y debe crecer cada día mediante la purificación y cultivo de la
fe, el cristiano ha de sentirse responsable, cada uno a su modo, de que este
inmenso regalo de la fe llegue a sus hermanos que no gozan de ella y que viven
en la oscuridad que esta carencia comporta. En este sentido nos dice el Papa: “La
Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en
camino para rescatar a los hombres del desierto (la vida sin Dios es un
desierto) y conducirlos al lugar de la vida, y la vida en plenitud” (PF.
2).
5.- Santa Eulalia, aprovechando la
luz de la fe y la gracia de Dios, que por la fe percibía y sabía aprovechar, venció
el peligro de hacer de su vida un desierto por la infidelidad a Dios, e hizo de
su vida un auténtico vergel; y, con su testimonio de amor a Dios sobre todas
las cosas, se convirtió en un auténtico apóstol cuyo testimonio atraviesa las fronteras de los tiempos sin
perder en nada su actualidad y su fuerza. Ella nos enseña a elevar a Dios
nuestra plegaria de alabanza y gratitud, con las palabras del libro del
Eclesiástico que acabamos de escuchar: “Te alabo, mi Dios y salvador, te doy
gracias, Dios de mi padre. Contaré tu fama, refugio de mi vida, porque me has
salvado de la muerte, detuviste mi cuerpo ante la fosa, libraste mis pies de
las garras del abismo, me salvaste del látigo de la lengua calumniosa, de los
labios que se pervierten con la mentira, estuviste conmigo frente a mis
rivales” (Eclo. 51, 1).
6.- Es abundante la experiencia de la
protección divina en nuestra vida, sobre todo cuando la percibimos en momentos
de especial dificultad. Por eso, no solo abunda la súplica a Dios para que nos
salve de un peligro, de una enfermedad o de la muerte, sino que también se oyen
con frecuencia expresiones como esta: “Nunca daré bastantes gracias a Dios
porque me libró de aquel trance, o por aquella gracia que me concedió”. O
esta otra expresión popular: “Era de Dios que esto ocurriera así”. Estas
expresiones de nuestro lenguaje popular, traducen a nuestro tiempo las palabras
del Salmo interleccional: “Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa
del cazador. Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte cuando nos
asaltaban los hombres, nos habrían tragado vivos…nos habrían arrollado las
aguas” (Sal. 123).
7.- La palabra de Dios nos ofrece,
también hoy, el programa de vida del que nos dio testimonio santa Eulalia. Nos
dice a través de san Pablo: “Es doctrina segura: Si morimos con él,
viviremos con él. Si perseveramos, reinaremos con él” (2 Tim. 2 8?).
Santa Eulalia, guiada por la fe,
viviendo con plena entrega al Señor, y permaneciendo firme en su fidelidad,
consiguió ser una de las vírgenes prudentes de que nos habla hoy el Evangelio.
Por eso entró en la gloria con el Esposo del alma que es Jesucristo, y disfruta
de las bodas celestiales por toda la eternidad.
8.- Pidamos al Señor, por intercesión
de santa Eulalia, patrona de Mérida y de los jóvenes de nuestra Archidiócesis,
que nos ayude a mirar a Dios y al mundo con ojos de fe; y a vivir movidos por
el amor y la gratitud a Dios, que es el móvil para que amemos debidamente al
prójimo.
QUE ASÍ SEA
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