HOMILÍA EN EL DOMINGO I DE CUARESMA

                                                9 de marzo de 2014
Peregrinación de la Vicaría primera a la Catedral


1. Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes miembros del Cabildo catedralicio y pastores de las comunidades parroquiales aquí reunidas.
Queridos fieles cristianos religiosos y laicos que llegáis desde las Parroquias de la Ciudad de Badajoz y de los pueblos cercanos. Bienvenidos todos. Os recibo con grandísimo gozo en este lugar sagrado, nuestra Catedral, que es signo de nuestra identidad cristiana como miembros de la Iglesia Diocesana. Por peer4tenecer a ella, pertenecemos a la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

2.- Con vuestra peregrinación para participar en la sagrada Eucaristía, presidida por el Obispo y concelebrada por los presbíteros, expresáis con un bello signo, la decisión de iniciar, con la ayuda de Dios, los pasos orientados al inmenso y apasionante ministerio de la Evangelización. Y expresáis, a la vez, vuestro deseo de vivir y crecer en la comunión eclesial; sin ella no es posible vivir como cristianos ni evangelizar a los hermanos en el seno de la familia y en los distintos ambientes en los que nos movemos ordinariamente.

3.- No podemos evangelizar si no nos dejamos conducir por el Espíritu Santo. Él nos concede el precioso don de la fe que deseamos comunicar. Él obra en nosotros la gracia de la comunión eclesial, que es la unidad en lo esencial, y la buena disposición para colaborar en la tarea pastoral y apostólica junto al obispo.
El obispo ha sido constituido cabeza y pastor de la comunidad diocesana para presidirla en la caridad. Por ello, con la colaboración de los Presbíteros, es el responsable de fomentar y defender entre los bautizados la unión que brota de la fe, que se cultiva con la participación en los sacramentos, y que debe configurar nuestras relaciones personales con los que nos rodean. Sin vivir y cultivar esta misión es imposible o infructuosa la tarea evangelizadora a la que estamos llamados desde el bautismo.
En estos momentos se hace especialmente fuerte esa llamada a evangelizar por la insistencia del Papa Francisco, fiel continuador de la convocatoria que nos hizo el Concilio Vaticano II. Junto a ello, nuestro Plan Diocesano de Pastoral nos urge a tomar especialmente en serio el deber de anunciar el Evangelio con valentía, constancia y esperanza. Y nosotros somos conscientes de que son verdad las palabras de Jesucristo: “Sin mí no podéis hacer nada” (----). Por ello venimos a la casa de la gran familia del Señor a encontrarnos con Jesucristo, nuestro hermano y redentor, y a pedirle que nos acompañe en la tarea que nos encomienda.

4.- Al comenzar la Cuaresma, la Santa Madre Iglesia nos convoca a la conversión interior, a procurar la fidelidad personal y comunitaria a la Palabra y a la acción salvífica de nuestro Señor. Ese es el camino de la conversión para todos y cada uno, que pasa por el dominio de sí mismo. Sólo así daremos lugar en nosotros a la primacía de Dios: origen, camino y fin de nuestra existencia. Unida a esa llamada recibimos con urgencia la convocatoria de la Iglesia a ofrecer a nuestro prójimo más allegado la luz de la fe, el mensaje de salvación, el Evangelio de Jesucristo. En él se nos manifiesta la razón de nuestra existencia y el sentido del vivir cotidiano con sus gozos y tristezas, con sus contrariedades y satisfacciones, con sus oscuridades e ilusiones.
Entender y asumir el deber de la Evangelización como integrante de nuestra conversión cuaresmal supone orientar nuestra preocupación y nuestra acción apostólica al servicio de los que sufren la mayor de las pobrezas, que es la ausencia de Dios. Estar convencidos de ello nos llevará a procurar el mayor beneficio a nuestros hermanos: gozar de la luz y del consuelo de Dios que es amor y que nos ha amado hasta el extremo de dar su vida para que nosotros vivamos.

5.- Hoy la Palabra de Dios nos ofrece las pautas o las condiciones que hacen posible nuestra conversión personal, tan difícil en muchos aspectos. En nuestro mundo, por la influencia de la cultura dominante, cuesta dar a Dios la primacía en los proye4ctos, personales y familiares, en los objetivos profesionales, en las relaciones sociales, y en el respeto a los derechos fundamentales de nuestro prójimo. Cesta vivir mirando y escuchando a Dios de quien venimos, gracias a Quien existimos, y por cuya providencia podemos vivir en la auténtica libertad interior. Quien entiende bien esta gran verdad, podrá entender el error de pretender una vida humana, individual y social, como si Dios no existiera, o como si Dios ocupara nada más que el lugar de un simple ayudante para cubrir las impotencias humanas.

6.- Los requisitos fundamentales de la acción evangelizadora, a la que estamos llamados y urgidos, y las pautas de nuestra propia conversión, van íntimamente unidos.
En primer lugar debemos afirmar nuestra fe, y ser valientes para comunicar la firme convicción personal de que Dios es el creador nuestro y de todo. Él modeló al hombre y a la mujer y les dio el aliento de la vida. Por eso sólo Él es el dueño, y nadie más tiene autoridad moral para privar a nadie de la vida, cualquiera que sea su momento, sus condiciones presentes o su futuro humanamente previsible. Dios nos concedió todo lo que necesitamos para vivir material y espiritualmente, encargándonos de su desarrollo y justa participación. Dios nos ha regalado toda la riqueza de la tierra, toda la luz de su Palabra y el testimonio de su amor infinito manifestado en Jesucristo. Él nos ha enseñado que la verdadera vida se logra y se mantiene permaneciendo fieles a las orientaciones que Él nos da: desde siempre a través de los profetas, y hoy a través de la Iglesia, fiel transmisora de su Palabra y de su gracia.
En segundo lugar, la conversión y la evangelización nos invitan a aceptar que nuestra salvación está en Dios. Después de nuestro pecado, la vida feliz del Paraíso, se convirtió en fuente de vergüenza, de dolor y de búsqueda ansiosa e insaciable de la felicidad perdida. Felicidad, que nadie podemos alcanzar por nosotros mismos, ni siquiera uniéndonos en el empeño. Esa felicidad, que comienza a ser posible con la redención, es obra de Jesucristo, verdadero Dios hecho hombre; es regalo de Dios que constantemente debemos agradecer; es un objetivo a conseguir interiormente, procurando acercarnos a Dios a quien damos la espalda con nuestros pecados.
En tercer lugar, tanto nuestra conversión como la acción evangelizadora nos piden estar muy atentos, por una parte, a la fuerza embaucadora que tiene esa mentira diabólica que es la tentación; y, por otra parte, a nuestras torpezas y debilidades que nos hacen especialmente sensibles e influenciables ante el aparente atractivo del mal y del pecado. El abandono ante la tentación merma nuestra sensibilidad pare percibir y gustar los dones divinos. Por ello quedamos en la humillante situación de los males que nosotros mismos nos causamos con el pecado. Así nos lo manifiesta el evangelio de hoy al narrarnos las tentaciones que sufrió el mismo Jesucristo como hombre, que también era.

7.- El diablo tentó al Señor invitándole a que utilizara el poder sobrenatural que tenía como Dios, para saciar sus apetitos, legítimos en el fondo, puesto que sentía un hambre razonable. Con su respuesta al tentador, Jesucristo nos enseña la pauta de la conversión: “No de solo pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”(Mt. 4, 4). Es decir: hay que dar a Dios la primacía en las decisiones personales. No todo lo que parece legítimo, ni todo lo que está permitido por las leyes humanas es bueno.
Con su respuesta al diablo, el Señor nos da, también, la pauta de la tarea evangelizadora; porque nos recuerda que por querer suplantar a Dios, n os llegaron todos los males. Y que, por tanto, el camino de la vida es el Evangelio: el testimonio y la enseñanza de Jesucristo. Él nos ama infinitamente y n os busca sin cesar para que volvamos a la verdad. Dejándonos conducir por ella, alcanzaremos la paz y la felicidad interior, y avanzaremos por el camino del amor y de la esperanza.
En este momento, procurando nuestra conversión y preparándonos para la acción evangelizadora, debemos repetirnos interiormente las palabras de Jesucristo con las que rechazó al Diablo: “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto” (Mt 4, 10)

8. Pongamos nuestra mirada constantemente en Jesucristo. Él es el camino, la verdad y la vida (cf. Jn, 14, 6) que nos lleva a vivir con sentido y con esperanza. Él es la luz que podemos ofrecer a quienes no conocen el rostro de la verdad, la fuerza del amor, y el gozo de la esperanza.
Que la Santísima Virgen María, que guardaba en su corazón la Palabra de Dios, nos ayude a guardarla y a convertirla en guía de nuestra existencia, y en el mejor servicio de caridad para nuestros hermanos.


 QUE ASÍ SEA.   

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