HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN POR LA VIDA

(Domingo 29 de Marzo de 2014)

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida Consagrada,
Queridos matrimonios y demás miembros de las familias cristianas reunidas en esta celebración:
                                                   
            1.- Cada cristiano, al tomar conciencia de que ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, debe ser, en el mundo, un testimonio  de inmensa gratitud a Dios por el don de la vida.  Esta gratitud ha de tener unas  concreciones claras y permanentes:
La primera de ellas debe ser la constante acción de gracias a Dios por haber sido llamados, desde la nada, a vivir y participar de la inteligencia y del amor de Dios. Por ellos podemos conocer a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; podemos gozar de su amorosa  providencia; podemos alcanzar la plenitud en la santidad que nos da acceso a contemplar la gloria de Dios  en eterna felicidad, alabando a nuestro creador y salvador.
 La segunda conclusión nos exige contar a las gentes cuál es el origen y dignidad  de su realidad como personas creadas por Dios; cuál es la felicidad a la que Dios nos llama y para la que nos capacita por encima de todas las limitaciones humanas y de los conflictos personales y sociales; y cuál es la vocación con que el Señor nos ha distinguido llamándonos a ser testigos  del amor que llena el corazón humano por encima de los meros afectos.
La tercera conclusión a que debemos llegar y en la que debemos comprometer nuestra existencia es la proclamación de la belleza de la vida. Esta proclamación, que tiene muchas formas de realización, es testimonio de que la vida es muestra de la grandeza divina y, por tanto, signo del Señorío de Dios. Es al hombre y a la mujer a quienes Dios encomendó la misión de transmitir la vida y de dominar la tierra que puso a nuestro servicio.

2.- Cuando los cristianos celebramos la Jornada Pro-Vida, no podemos quedarnos proclamando la defensa de quienes han sido engendrados, aunque todavía no han nacido, y de quienes agotan sus existencia terrena en la ancianidad muchas veces humanamente dolorosa e improductiva. Nuestra defensa de la vida, ha de empeñarse incansablemente en proclamar y ayudar a ver que donde hay una semilla de vida personal existe un deber indeclinable de respeto a la persona en ciernes. Esta defensa y cuidado ha de tener mayor alcance y mayor profundidad que la simple reivindicación pública del derecho a la vida.
La ley natural, impresa por Dios en el corazón de toda persona, nos  dice que nadie tiene derecho sobre la vida de otra persona. De ahí nace el quinto mandamiento de la Ley de Dios que nos enseña: No matar.  
Para los cristianos, esta convicción brota del convencimiento de que Dios infunde el alma en el primer momento de la concepción dando la dignidad de persona a quien, aparentemente, no es más que una célula en desarrollo inicial.
Para los no creyentes, el deber de respetar y apoyar la vida desde el primer momento de su concepción, se funda en la misma demostración científica de que, desde el primer momento de la concepción están presentes todas las potencialidades propias de la persona humana que se manifestarán progresivamente a lo largo de su desarrollo desde ese momento.
Las palabras del Ángel a la santísima Virgen anunciándole la maternidad divina dan el nombre de hijo a lo que brotaba ya de la concepción misma por obra del Espíritu Santo: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús” (Lc. 1, 30-31) La concepción que le anuncia el Ángel es la de un hijo, y no la de algo, más o menos vivo, que un día recibirá la condición de persona. En consecuencia, para los cristianos, el aborto es un crimen que la santa Madre Iglesia no puede menos que rechazar. La defensa de la vida, desde el primer instante de su concepción es un deber de todos los que creemos en Dios creador.

3.- Esta defensa de la vida no debe consistir exclusivamente en el establecimiento de unas penas que inevitablemente hay que establecer como signo de la gravedad del crimen y como elemento disuasorio. La defensa de la vida por parte del cristiano ha de llegar a  procurar unas leyes justas que, además de la defensa del no nacido, del anciano y del  enfermo, ha de cuidar la justa atención a la familia, la educación de niños, jóvenes y adultos y la provisión de medios para que todos entiendan el valor de la vida cuyo respeto merece todo esfuerzo personal, social, político y económico. Esto compromete a cada persona , a las instituciones sociales y al Estado. La defensa de la vida no puede valorarse ni establecerse desde perspectivas ideológicas con pretensiones de progreso, ni de proclamaciones subjetivistas de derechos humanos, ni de concesiones razonables desde sentimientos de compasión.
 Ante las dificultades que acompañan a esta compleja y difícil tarea de la defensa de la vida en una sociedad que vive de espaldas a Dios y abocada a la búsqueda de un bienestar material e insaciable, el cristiano ha de mantener sus convicciones, su temple y su esperanza porque el  Señor está con nosotros. Así nos lo manifiesta la Palabra de Dios en el Salmo interleccional que hemos recitado:  “El Señor es mi Pastor, nada  me falta…Me guía por el sendero justo por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras nada temo, porque tú vas conmigo: Tu vara y tui cayado me sosiegan” (Salmo 22).

4.- Ante los problemas que comportan la distintas circunstancias en que debemos defender la vida, es imprescindible el ejercicio de la paciencia y de la misericordia. La acogida y la ayuda personal a los afectados, especialísimamente a la madre, en momentos de tanta trascendencia y de tanta oscuridad, exigen poner siempre, en primer lugar el apoyo espiritual y material, el necesario acompañamiento según las circunstancias de cada caso, y la oración por los implicados de una forma u otra.
Jesucristo nos ha dicho:  “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn. 14, 6>). Él es el principio de la vida y la referencia de todas las defensas que deban intentarse correctamente. Quien,  movido por la fe, confiesa y proclama a Jesucristo, fuente y cumbre de toda vida, no puede olvidar que, entre las ayudas necesarias para vencer o superar las tentaciones contra la vida, una, la más importante, es ofrecer el conocimiento de Jesucristo, aunque a simple vista parezca imposible o carente de las condiciones básicas de toda evangelización. Sin embargo, no es justo someter a Jesucristo al juego de probabilidades que cada uno podamos considerar en cada momento. Habrá que poner toda nuestra esperanza en que Jesucristo puede manifestarse del modo más sorprendente si ponemos los medios adecuados o posibles. Sólo así  seremos fieles a la vocación de ministros de Jesucristo que somos desde el Bautismo. Sólo así corresponderemos a la confianza que el Señor ha puesto en nosotros manifestándonos que desea necesitarnos para llevar a cabo su obra en el mundo.

5.- Pidamos a la santísima Virgen María, Madre por excelencia, y que engendró a quien  es el autor y la fuente de toda vida, que nos ayude en los esfuerzos por conseguir el respeto, cuidado y promoción de la vida, y la atención a las personas en todos los momentos de su vida.


            QUE ASÍ SEA

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