HOMILÍA EN LA VIGILIA PASCUAL 2008

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diáconos asistentes,

Queridos feligreses de la Parroquia de S. Juan Bautista que os unís a esta celebración central de la Diócesis junto al Arzobispo,

Queridos hermanos y hermana todos, religiosas y seglares:

1.- Hemos culminado el proceso pascual. Cristo ha resucitado, y nosotros, llenos de gozo, nos centramos durante esta Noche Santas en la solemne Celebración litúrgica de la victoria plena e irreversible de Jesucristo. En el Viernes Santo lo contemplábamos al Señor como varón de dolores, despreciado y desecho de los hombres, ante quien se vuelve el rostro porque no tenía aspecto humano (Cf. Is.---). Ahora la obra de Dios se manifiesta de forma llamativa y convincente. Para quienes no albergamos desconfianza alguna en el corazón. Cristo ha resucitado y su humanidad, vencedora de la muerte, con los méritos que sólo podía contraer la Persona divina del Hijo de Dios, ha hecho de la humanidad pecadora una nación santa, un reino escogido, un pueblo de su propiedad.(Cf---).

2.- Ya no pertenecemos al error sino a la verdad. Ya no somos esclavos del diablo sino vencedores en la contienda que, resuelta por Cristo, nos abre resuelve definitivamente a la suerte de nuestro futuro optimista en el que heredaremos y nos hace herederos de la Gloria de Dios. Caminar con Cristo será para nosotros la razón de ser de nuestra existencia terrena y la condición celeste y feliz por toda la eternidad.

3.- Desde la resurrección de Cristo cobra sentido nuestra existencia entera: los trabajos y dolores, las ilusiones y esperanzas, la conversión y el sacrificio que comporta. Las inevitables contrariedades que lleva consigo nuestra limitación humana, y el mal uso de la libertad ajena, los diversos logros de cada uno, y de las comunidades cristianas.

Si Cristo ha resucitado tras la muerte, y su trayectoria ha venido señalada desde la Encarnación por el amor infinito de Dios a los hombres y por la voluntad salvífica universal de Dios Padre, quienes confesamos que Jesús es el Señor y hemos procurado configurarnos con Él por el Bautismo, también nosot5ros con Él resucitaremos. La victoria de Cristo es nuestra victoria. La de Cristo es una victoria definitiva La nuestra es potencialmente definitiva, pero deberemos conseguirla con el esfuerzo diario y con la fidelidad a la que nos invita constantemente el Señor y que ha sido el objetivo principal de esta Cuaresma.

Nuestra victoria definitiva no humilla a nadie, como no sea al príncipe de este mundo que nos engañó desde el principio y que sigue engañándonos cada vez que hacemos caso a sus tentaciones. Nuestra victoria es constructiva, como la de Jesucristo. Y será definitiva e irreversible cuando lleguemos al final de nuestro peregrinar sobre la tierra.

4.- Nuestra fidelidad no se alcanza refugiándonos exclusivamente en el Señor, como quien huye de este mundo, sino entregándonos, con la gracia de Dios, a desarrollar cuanto el creador ha puesto en nuestras manos ya y a nuestro cuidado. En este proceso de fidelidad es un deber nuestro y nos corresponde contribuir al progreso humano, tanto en los ámbitos terrenos que nos corresponden por vocación, como en lo espiritual que mira a las relaciones personales y comunitarias con el Señor. No en vano el Señor nos ha dicho: “Vosotros sois la luz del mundo. Vosotros sois la sal de la tierra” (---).

5.- El final que el Señor nos anuncia y para el que nos llama y capacita, va unido al mismo final de Cristo después de su recorrido sobre la tierra. Así lo pide al Padre para nosotros, presentes en sus Apóstoles, durante la oración que siguió a la Última Cena, diciendo: “Padre, quiero que donde esté yo, estén también ello conmigo” (---).

6.- Al instituir la Eucaristía y el sacerdocio, y encargar a los discípulos que hagan lo mismo que él, y que lo hagan en memoria suya, vincula nuestra fidelidad a la fidelidad que debemos vivir en la Iglesia, portadora del Misterio de Cristo y de la Gracia que por él se nos concede, si buscamos a Dios con sincero corazón.

La Iglesia nace de la Eucaristía como sacramento de Cristo Y, a partir de ese momento, es la Iglesia, la que cumpliendo el mandato de Cristo, hace la Eucaristía.

Como la Eucaristía es el sacramento que hace presente el Sacrificio único e irrepetible de Jesucristo, realizado por él en cumplimiento de la voluntad salvífica del Padre, es el acto por el que somos salvados, por el que más nos unimos al Señor, por el que más entrañablemente nos adherimos a la Iglesia. De la Eucaristía, como sacramento del Sacrificio redentor, brota la fuerza de todos los demás sacramentos. La Eucaristía es el, y se constituye en fin último de todos ellos. Sin la Eucaristía no habría Bautismo, ni Confirmación , ni penitencia, ni Matrimonio, ni Santa Unción, ni Orden sacerdotal. Sin Eucaristía no hay salvación. La Eucaristía celebra con toda la fuerza y realidad, lo que anunció como figura el sacrificio del Cordero Pascual con cuya sangre fueron señaladas las puertas de los Israelitas para ser salvados de la muerte de los primogénitos.
Nosotros, al mostrar el Cuerpo de Cristo antes de la Comunión, decimos: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (---)..

7.- Gran bendición la que recibimos de Dios en la Pascua. La llamada del Señor a la conversión al comenzar la Cuaresma, deja paso ahora a esas palabras consoladoras de Jesucristo: ”No temáis rebañíto mío, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino” (---).

La celebración de la Pascua, después de la medianoche del Sábado Santo, constituye un signo de nuestra unión definitiva con el Señor, y adelanta el final de nuestra peregrinación terrena hacia la patria celestial. Y, al mismo tiempo, nos llena de fuerza para conseguir el propósito de fidelidad que Bien merece el Señor y que tanto necesitamos nosotros. Todo ello queda especialmente significado en la renovación de las promesas del Bautismo en las que nos uniremos de inmediato y con gozo, dando muestras a Dios de que reconocemos la grandeza de su gesta redentora, y de que deseamos agradecerla con nuestra conducta en adelante.

Pidamos al Señor que nos una a su ofrenda sacrificial y redentora aceptando nuestra pobre ofrenda como la expresión de nuestra pequeñez y, al mismo tiempo, de nuestra buena voluntad.

Que la Santísima Virgen María, primera criatura redimida con la Sangre de Cristo, y elevada al cielo en cuerpo y alma por los méritos de su Hijo nuestro Señor nos alcance la gracia de la perseverancia, y podamos permanecer fieles hasta el fin de nuestro días.

QUE ASÍ SEA

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