HOMILÍA DOMINGO I DE CUARESMA

Día 1 de Marzo de 2009


1. Celebramos hoy el Domingo Primero de Cuaresma. En la oración inicial de la Misa, hemos pedido al Señor, avanzar en la inteligencia del Misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud.

Es imposible vivir el Misterio de Cristo, que significa gozarnos de contemplar, admirar, agradecer y seguir el Amor infinito de Dios manifestado en Jesucristo, si no nos percatamos de lo que significa ese misterio, si no avanzamos en la inteligencia, en el conocimiento de lo que significa y supone para nosotros ese misterio.

2. Percatarnos de lo que significa ese misterio de Cristo requiere de nosotros:

- un esfuerzo por conocerlo doctrinalmente; esto es, aprender bien quién es Jesucristo y cuál ha sido su obra en el mundo en favor de los hombres. Este esfuerzo requiere la voluntad de formar nuestra inteligencia mediante la lectura y escucha, atenta y religiosa, de la Palabra de Dios y de la enseñanza de la Iglesia, lectura y escucha bien programada y bien asimilada. Dicha tarea nos exige darle un lugar en nuestra vida y, de modo especial en este tiempo de Cuaresma. De ahí que la Iglesia ofrezca actividades múltiples en los días que preceden a la Semana Santa y en los días de la misma Semana grande de los cristianos. En ellos abundan conferencias, retiros, jornadas, actos de piedad , predicación, etc.

Percatarnos de lo que significa y supone el Misterio de Cristo, requiere también

- un esfuerzo por experimentar el amor de Dios en su cercanía a nosotros. Ello implica destacar y acentuar, reservar y defender un tiempo para la meditación, para la oración, para acercarse a Dios en los Sacramentos y para valorar interiormente lo que hemos podido experimentar como obra del Señor en nuestro favor. Tengamos en cuenta que toda la creación y toda la Redención, la fundación de la Iglesia y la revelación completa, son obras del Señor a favor nuestro.

Con todo ello, el Señor nos prepara un lugar de vida, nos enseña el camino de nuestro peregrinar sobre la tierra, nos manifiesta su voluntad de perdonarnos y de estimular nuestro ánimo y nuestra esperanza para avanzar por el camino de la vida.

3. Por eso, el tiempo de Cuaresma es tiempo especialmente propicio para vivir los Sacramentos, preparando adecuadamente su recepción, agradeciendo al Señor sus dones, y procurando nuestra progresiva disposición a intimar con él. El Señor nos busca, nos espera y nos acoge con toda paciencia. Así nos lo manifiesta la segunda de las lecturas que hemos escuchado hoy. Nos llega a través de san Pedro que nos dice: “Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios” (1Pe 3, 18)

Esa muerte de Cristo repercute eficazmente sobre nosotros mediante el Bautismo. Es san Pablo quien nos lo explica: “Quienes con Cristo habéis sido sepultados en su muerte por el Bautismo, con él habéis resucitado a una vida nueva” (Col 2,12)

Por ese motivo, la Cuaresma ha sido en la Iglesia, desde el principio, el tiempo de preparación para el Bautismo, que se recibía en Pascua. Esa es la razón por la que, en la medida de lo posible, no se administran el Bautismo y la Confirmación durante la Cuaresma. Ambos son sacramentos de la Iniciación Cristiana. Ambos son sacramentos íntimamente relacionados entre sí por los que el aspirante se integra en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, Reino de salvación. Por estos sacramentos actúa, de modo profundamente renovador en nosotros, el Espíritu de Dios. De ello nos da razón la carta de san Pedro, cuya proclamación hemos escuchado. En ella, haciendo referencia al símbolo del Bautismo que tuvo lugar en el Antiguo Testamento mediante el Diluvio Universal, purificador de la humanidad pecadora, nos dice san Pedro: “Aquello fue un símbolo del Bautismo que actualmente os salva; que no consiste en limpiar de suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de Jesucristo, que llegó al cielo, se le sometieron ángeles, autoridades y poderes, y está a la Derecha de Dios” (1Pe 3, 21-22)

Queridos hermanos y hermanas: estamos en el tiempo oportuno para volvernos completamente hacia Dios, en criterios, pensamientos, actitudes y comportamientos. Este es el tiempo de la salvación. Por eso el Señor, en el santo Evangelio, nos dice hoy por mediación de san Marcos: “Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios; convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15)
Sería un error adentrarnos en la Cuaresma de modo rutinario y sin aprovechar la gracia concreta que el Señor ofrece a cada uno para impulsar nuestro crecimiento humano y sobrenatural.

El crecimiento en la gracia de Dios, en la intimidad y configuración con el Señor no puede andar disociado o separado del crecimiento humano en las virtudes que deben caracterizar la vida individual y social del cristiano. El Señor nos ha llamado a ser luz del mundo y sal de la tierra. Y esto no puede realizarse al margen de nuestro crecimiento integral, de nuestro perfeccionamiento humano, ayudados por la Gracia de Dios que obra en nosotros la trasformación interior y, por tanto, la decisión y el esfuerzo por avanzar en la perfección integral de toda la persona en sus diferentes dimensiones.

La Cuaresma, así entendida, es tiempo de renovación personal por la Gracia de Dios, y tiempo de renovación social por la intervención y el testimonio de los cristianos.

La Cuaresma, así entendida, no puede andar separada de un verdadero programa o propósito de purificación y de renovación personal.

Aprovechemos para ello, la Gracia que el Señor nos ofrece.

Procuremos aprovechar esa gracia viviendo la cercanía de Dios en el seno de la comunidad cristiana, rompiendo todo individualismo indebido y contrario a nuestra condición de miembros vivos del Cuerpo Místico de Cristo que es la Iglesia.

Pidamos a Santísima Virgen María, la gracia de la fidelidad y de la gratitud a Dios por cuanto nos ofrece en la Cuaresma.

QUE ASÍ SEA

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