HOMILÍA DOMINGO II DE CUARESMA

Día 8 de Marzo de 2009

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Hermanas y hermanos todos:

1.- En el tiempo de Cuaresma, el Señor nos va indicando con toda claridad y con gran elegancia, cual debe ser nuestra relación con Él, y cual ha de ser la orientación de nuestra vida para alcanzar la plenitud tanto en la dimensión humana como en la sobrenatural. Ambas dimensiones van unidas porque en el cristiano, es incoherente el desarrollo parcial o desequilibrado de la personalidad. Tanto la dimensión humana como la sobrenatural van siempre unidas; ambas integran, en cada uno de nosotros, la obra del Creador, y constituyen aspectos o dimensiones inseparables de la misma realidad personal.

2.- En ese proceso cuaresmal por el que el Señor nos va enseñando el camino de nuestra plenitud integral, y la consiguiente conversión personal para alcanzarla, la palabra de Dios nos enseña hoy lo que significa la confianza plena en Dios y nos invita a vivir en ella.

Esa confianza para ser plena y correcta, debe fundarse en la seguridad de que Dios está con nosotros. Y que está con nosotros no como espectador de nuestra vida, o como testigo y juez de ella, sino como verdadero aval nuestro ante el Padre, dando la cara por cada uno de nosotros, cargando con nuestros pecados y procurando gratuitamente nuestra salvación. Sabemos todos que Cristo dio su vida por cada uno, sin que nosotros mismos lo hubiéramos pedido.

S. Pablo, habiendo entendido bien este comportamiento del Señor con nosotros, en el que se concreta el cumplimiento de la Nueva y Eterna Alianza sellada con su Sangre, y animado por la inmensa confianza que brota en el corazón por todo ello, nos dice: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rom. 8, 31).

3.- ¿Qué puede significar esta afirmación de S. Pablo si sabemos bien que muchos estuvieron contra Jesús y no cesaron hasta condenarlo absurdamente como blasfemo, siendo él mismo Dios, y como traidor contra su pueblo, él que había venido para que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim 2,4)? El mismo Jesucristo advirtió lo que iban a sufrir sus discípulos predicando el Evangelio y viviendo de acuerdo con el Mensaje de salvación. Les dijo: “Cuidad de vosotros mismos. Os entregarán a los tribunales, seréis azotados en las sinagogas y compareceréis ante gobernadores y reyes por mi causa para dar testimonio ante ellos” (Mc. 13, 9). Y, a todos los que iban a seguir su camino a través de los tiempos, dice: “Surgirán numerosos falsos profetas que engañarán a muchos; y por la maldad creciente se enfriará el amor de la mayoría”. (Mt. 24, 11). ¿No es esto lo que está ocurriendo en nuestro tiempo y en nuestra sociedad? No en vano dijo el Señor: “Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos” (Lc. 10, 3).

Así ocurrió a los primeros cristianos, y así ocurre hoy de modo sorprendente en muchos países. Esto ocurre escandalosamente hoy en la tierra de Jesús y en los lugares donde nacieron las primeras comunidades cristinas de la gentilidad. Esto ocurre en otros países cuyos regímenes ideológicos no quieren aceptar nada ni nadie por encima de la pretendida autonomía y autosuficiencia humana, que sospechan y desean llegue a ser plena y absoluta.

4.- Entonces, si se mantiene la persecución y la adversidad, ¿qué significa que si Dios está con nosotros nadie estará contra nosotros? La respuesta es muy sencilla: quiere decir que si Dios está de nuestra parte y nosotros confiamos en su presencia y en su gracia, nadie podrá reducir plenamente nuestra identidad, nuestras actitudes y comportamientos cristianos, y el testimonio que lógicamente se desprenderá de todo ello ante el mundo. Y todo esto porque, el que cree y confía en el Señor como en su creador y redentor, descubre el sentido profundo y salvífico de cuanto le ocurre; sabe unir la gratitud a las alegrías, porque las entiende venidas de Dios como regalo. Y, cuando sufre desgracias o infortunios. entiende que son ocasiones para unirse a la cruz redentora de Cristo, contribuyendo con ello al perdón de los propios pecados y al sacrificio del Señor con el que ha salvado al mundo.

Esta es una gran verdad de la que debemos penetrarnos completamente, y que puede ser el crisol de nuestra fe.

5.- El proceso de nuestra conversión cuaresmal debe ponernos ante nosotros mismos con esta pregunta radical. Y debe ponernos ante ella con gran sencillez y humildad para alcanzar la respuesta verdadera. La pregunta es esta: ¿Confío siempre en Dios, o sólo cuando compruebo sensiblemente que las circunstancias materiales o terrenas pueden garantizar un buen final a la propia entrega en medio de la prueba y la adversidad?

Hoy contamos con importantes circunstancias y comportamientos ajenos que se oponen a la vida cristiana y a la acción pastoral apostólica. ¿Cuál es nuestra postura? ¿Esperar o exigir que lleguen las condiciones favorables para tomar en serio las exigencias evangélicas? ¿Sentirse excusado de poner el alma y la esperanza en la gracia de Dios mientras no parezca humanamente viable lo que no es obra humana sino divina; lo que no es obra nuestra sino de Dios a través nuestro?

6.- Debemos afianzar nuestra fe en que nadie podrá amordazar la palabra de Dios definitivamente, ni interrumpir su obra salvadora. A nosotros corresponde proclamar esta gran verdad, creyendo firmemente que es Dios mismo quien está empeñado en llevar a término la evangelización hasta lograr la redención universal.

Abraham fue probado hasta el fondo. Tenía que sacrificar a su hijo, y no adujo como excusa ni siquiera las entrañas de padre, la paradoja de que Isaac era su único hijo y la única esperanza para ser padre de una multitud inmensa como las estrellas del cielo y las arenas del mar, según la promesa que Dios mismo le había hecho al llamarle para ponerse en camino.

Abraham estaba dispuesto a obedecer a Dios hasta el final; y Dios le demostró que estaba con él y que su promesa no falla. Abraham, con fiando plenamente en Dios, pudo experimentar por sí mismo que la obra del Señor no es imposible aunque en algunos momentos lo parezca; que Dios no nos abandona al absurdo y al fracaso, a la incoherencia y a la banalidad, sino que está de nuestra parte y de parte de la obra bien hecha en su momento, si nosotros confiamos plenamente en él.

7.- ¿Será que entre nosotros flaquea la fe y la confianza plena de pastores y apóstoles? ¿Será que el Señor está apurando la prueba que debemos superar, como la apuró en Abraham hasta que detuvo su brazo levantado ya para sacrificar a su hijo? Ese es el momento preciso en que se manifiesta la verdad de nuestra obediencia y de nuestra confianza en Dios.

Tendremos que meditarlo. Yo creo que en este punto está la respuesta a muchos altibajos y desorientaciones en la vida cristiana, en la acción apostólica y en la constancia pastoral. Y hoy, más que nunca, necesitamos profundidad de fe, firmeza al confiar en Dios, y corazón abierto a la esperanza. Dios no defrauda.

8.- Junto a esta predicación, un tanto exigente y comprometedora, el Señor no cesa de ofrecernos garantías de su compromiso con quienes se comprometen con Él. Dios está atento a la debilidad humana y ofrece su ayuda con largueza y oportunidad. En el Evangelio de hoy nos presenta el hecho de la transfiguración gloriosa de Jesús ante unos discípulos perplejos a causa de la sorpresa que les causaba el anuncio de la pasión y muerte con que había de culminar su obra redentora.

A ojos humanos cabía pensar que la muerte de Cristo iba a terminar con todo lo que les había enseñado y prometido con su predicación. Sin embargo, en los planes de Dios, la muerte de Cristo iba a ser el comienzo y la garantía de la salvación. La Redención de los males causados por la desobediencia de Adán y Eva no podía llevarse a cabo más que por la obediencia plena de Cristo hasta la muerte. Por tanto, esa muerte no iba a ser el fracaso, sino la puerta del éxito. La muerte fue la puerta de la Resurrección. Y la Resurrección fue la garantía de que el sacrificio de Cristo había sido eficaz y de que en consecuencia, la redención se había cumplido.

Queridos hermanos: no podemos menos que plantearnos con toda sinceridad y seriedad por dónde andamos en lo que se refiere a la fe y a la confianza en Dios.

Quizá este quehacer deba ser el primer paso en el camino de nuestra conversión en orden a unirnos a Cristo y en orden a ser en Él y con El, luz del mundo y sal de la tierra.

No dudemos que el mundo necesita hoy testigos claros, fuertes, firmes y coherentes. Eso es lo que directa o indirectamente exigimos a los otros, tanto los pastores, como los educadores, los padres, etc., en la predicación, en la educación y en el apostolado. Tomemos en serio la convicción de que este deber nos toca a todos y cada uno de nosotros. No es solamente una verdad a predicar, sino un compromiso a cumplir.

9.- Pidamos al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen, valentía para hacernos los planteamientos que exige la oportunidad cuaresmal de conversión plena. Confiemos en la gracia del Señor que hace posible en cada uno, aquello que Dios pide a cada uno.

QUE ASÍ SEA

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