HOMILÍA EN LA FESTIVIDAD DEL CORPUS CHRISTI

Catedral de Badajoz y con-Catedral de Mérida
Domingo 14 de junio de 2009

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos hermanos y hermanas, religiosas y seglares todos:


1.- Hoy es un día en que se unen, en el alma de todo cristiano consciente, un profundo y renovado acto de fe en el Sacrificio y Sacramento de la Eucaristía, y la voluntad de exaltación de este admirable misterio.

La Eucaristía es “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG. 11), “por la que la Iglesia vive y se desarrolla sin cesar” (LG. 26).

En la Eucaristía el Señor “perpetúa por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confía a su esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección, sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual en el que se recibe a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura” SC. 47).

Por todo ello, al comenzar la santa Misa, he pedido al Señor para todos, que “nos conceda venerar de tal modo los sagrados misterios de su Cuerpo y de su Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de su redención” (Orac. Colecta).

2.- La exaltación de la Eucaristía, precedida por la renovación y fortalecimiento de nuestra fe en este inigualable sacramento, nos invita a dar gracias a Dios. Él nos ha elegido y nos ha capacitado para conocer este glorioso misterio; y nos ha llamado a participar en él y de él. Por esta participación consciente y viva podemos intimar con Cristo nuestro redentor y tener parte con él en la gloria.

3.- Es muy estimulante la respuesta de Israel cuando Moisés “contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos” (Ex. 24, 3). Nos dice el texto sagrado, cuya proclamación acabamos de escuchar, que “el pueblo contestó a una: Haremos todo lo que dice el Señor” (ibid).

El Señor nos ha hablado también a nosotros, dándonos un mandato, o encomendándonos la realización de lo que él inauguró en la última Cena. Nos cuenta el Evangelio, que Jesús, después de darles a comer el pan ya convertido en su Cuerpo, dijo a sus Apóstoles: “Haced esto en memoria mía” (Lc, 22, 19). Este mandato no se refiere solo a la acción sacramental de la Consagración eucarística, reservada a quienes han sido constituidos sacerdotes por el sacramento del Orden, sino que tiene en cuenta el acto conjunto en el que Cristo da su Cuerpo vivo que reciben los que le acompañaban habiendo participado en todo el ceremonial de la última Cena. Por tanto, las palabras de Jesús, evocadas a la luz de la narración del libro del Éxodo, son una invitación, una llamada, una muy seria recomendación a participar del Sacramento de la Eucaristía.

4.- La participación eucarística, a la que nos convoca el Señor, tiene unos motivos muy serios que, en definitiva, redundan en nuestro propio bien; porque dice Jesús: “El que come de este pan vivirá para siempre”(Jn. 6, 51).

La Eucaristía, que es fuente de vida para la Iglesia, es fuente y garantía de vida eterna para nosotros, por cuanto que nos une íntimamente con Cristo, según él mismo nos dice: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él” (JN. 6, 56).

Es necesario que reflexionemos acerca del significado de la Eucaristía, y de la acción que realiza en quienes reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor sacramentado, real y glorioso, el mismo que murió por nosotros, resucitó y está sentado a la derecha del Padre, donde ha ido para prepararnos un lugar.

5.- Ciertamente, el sacramento de la Eucaristía es un misterio inefable que desborda nuestras capacidades intelectuales. Pero también es cierto que el Señor nos ha regalado la fe por la que nuestra inteligencia alcanza razonablemente a conocer el contenido del misterio y a entender las palabras con que Jesús nos manifiesta la obra milagrosa y sorprendente que la Eucaristía realiza en nosotros durante nuestro peregrinar sobre la tierra.

Quienes hemos sido enriquecidos con el don de la fe, quienes hemos recibido la enseñanza de la doctrina de la Iglesia, y quienes hemos percibido el testimonio vivo de los cristianos enamorados de la Eucaristía, no podemos entretenernos jugando con dudas, con el deseo de experiencias sensibles en torno a los efectos de este sacramento, ni tenemos derecho a movernos en la rutina o la superficialidad. Es necesario que, coherentemente con la fe recibida, y aprovechando la oportunidad que el Señor nos concede ofreciéndose como alimento de vida y de salvación, aprovechemos la gracia de Dios y procuremos vivir intensamente la participación en la sagrada Eucaristía. Como signo de la importancia definitiva que ella tiene en nuestra vida, la santa Madre Iglesia preceptúa en su primer mandamiento la participación en la santa Misa todos los Domingos y fiestas de obligatoria celebración para los cristianos.

6.- Para que esto sea así, no podemos considerar la Santa Misa como un trámite a cumplir del modo más ligero y agradable, para no caer en responsabilidades espirituales negativas. Para que la Eucaristía llegue a ganar nuestro espíritu y produzca en nosotros los bienes que, en ella, nos ofrece Jesucristo, es muy conveniente asignarle un tiempo adecuado en el Día del Señor.

Es muy necesario prepararnos adecuadamente antes de que se inicie la celebración sagrada.

Es aconsejable, para ello, acudir al Templo con un tiempo suficiente antes de que comience la santa Misa. De este modo es posible disponer el ánimo y preparar el espíritu a la escucha atenta y religiosa de la Palabra de Dios, y a la realización consciente de cuanto nos brindan los ritos de la celebración eucarística.

Es muy oportuno participar periódicamente en el sacramento de la Penitencia para que nuestra alma esté bien dispuesta a la hora de recibir el Cuerpo del Señor.

Todo ello requiere el pequeño esfuerzo que lleva consigo, en esta vida tan ajetreada y veloz, y un
tanto aturdida por los abundantes requerimientos de todo estilo, programar cristianamente el fin de semana. Debemos entender que no basta con cumplir formalmente el precepto. Es imprescindible para nuestro bien, para el respeto a la Sagrada Eucaristía y, sobre todos, para corresponder coherentemente al Señor que nos la ha regalado, valorar y procurar la participación en la Santa Misa como el acto central del Domingo, que podemos celebrar ya desde la tarde del sábado.

7.- Vamos a pasear por las calles a Cristo Sacramentado, cantando alabanzas al Señor de cielos y tierra. Vamos a realizar un acto público y procesional en medio de nuestra ciudad, signo para nosotros del mundo en que vivimos. Coherentemente con ello, debemos estar orgullosos de nuestra condición cristiana y no ocultarla ante nadie por miramientos humanos.

Debemos ser tan generosos como respetuosos en la proclamación del Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, y en la propuesta apostólica del seguimiento del Señor, fuente de vida y de salvación para quienes creemos en él. Que no haya contradicción entre la participación pública en las procesiones cristianas y la retirada o el silencio en cuando las circunstancias requieren nuestra manifestación y defensa de la luz y de la vida que nos ofrece el Señor.

Corren tiempos en que muchos enemigos de la Iglesia han perdido el equilibrio y no escatiman ocasión ni esfuerzo alguno, aunque no les apoye la razón ni la justicia, para presentar una ofensiva constante y sistemática. Nada de ello ha de entorpecer nuestra andadura cristiana y apostólica. Al contrario: debemos orar por ellos porque, en verdad, aunque saben lo que quieren, no alcanzan a valorar en toda su importancia ni lo que hacen ni lo que pretenden deshacer.

Debemos orar por ellos, sobre todo, porque en su ignorancia y en su obcecación, están privándose de los auténticos motivos y medios para alcanzar la felicidad que creen perder acercándose al Señor y siguiendo su Evangelio.

8.- Que la fiesta del Corpus Christi, Jornada especial de Caridad, nos acerque más al amor de Dios y nos ayude a vivir mejor el amor al prójimo, especialmente al prójimo más necesitado.
La crisis económica ocasiona graves necesidades materiales. Pero la crisis educacional y cultural, la crisis personal de fondo, que está en la raíz de todo ello, ocasiona mayores y más peligrosas carencias, no siempre percibidas como necesidades, y que dejan a las personas desposeídas de lo fundamental. A causa de esas carencias no reconocidas llegan a ser tan pobres, que no cuentan ni con los recursos para enfrentarse consigo mismos y resolver su problema interior.

9.- La Santísima Virgen María fue ejemplo de lo que debe ser la recepción y atención del Señor; fue testigo fiel y valiente del Misterio de Cristo, y se comportó siempre como madre solícita atenta a las necesidades del prójimo. Pidámosle que nos ayude a recibir al Señor, a mostrarlo apostólicamente a los demás, y a ser generosos en la atención a las necesidades del prójimo.


QUE ASÍ SEA

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