HOMILÍA EN EL VIERNES SANTO 2011

Mis queridos hermanos sacerdotes y diáconos asistentes,

Hermanas y hermanos todos, religiosas y seglares:

1.- Acabamos de escuchar el impresionante relato de la Pasión de nuestro Señor Jesucristo. Dice el Profeta, y se comprende al ser proclamado hoy el Evangelio, que “muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano” (Is. 52, 13).”Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado” (Is. 53, 2).

El Arte religioso ha plasmado en todas sus formas esta impactante imagen de Jesús escarnecido y clavado sanguinariamente en la cruz. A través de los tiempos, las imágenes de los grandes maestros han ido ofreciendo a la consideración de los hombres y mujeres el cuadro verdaderamente conmovedor del Dios hecho hombre entregado a manos de la enemistad y del arbitrio de los hombres. El infinitamente poderoso, aparece misteriosamente sometido a la envidia y a la malicia de quienes querían ser más que él. Por ello, no cejaron en su empeño de llevarle a la muerte humillante e ignominiosa como traidor y blasfemo.

2.- Estamos ante la tragedia de siempre. Muchos acusan a Dios, ¡oh paradoja!, porque le consideran incomprensible y demasiado lejano al hombre, despreocupado y cómplice del mal que nos acecha y no entendemos; y como sordo a la llamada de nuestros intereses . Pero, cuando se manifiesta hecho hombre por amor a la humanidad, que estaba herida de muerte por el pecado; cuando se acerca a nosotros humilde, comprensivo, Maestro de bondad, promotor y defensor de la justicia y de la paz, y nos invita a la renovación interior en la verdad y en el amor, entonces le consideran como enemigo del hombre. El mismo profeta lo anuncia con estas palabras: “Lo arrancaron de la tierra de los vivos” (Is. 53, 8).

Ante semejante atrocidad, cuya explicación escapa a cualquier inteligencia recta, la pregunta brota espontánea: ¿Por qué? Y la respuesta nos llega también del profeta Isaías. La causa somos nosotros, los mismos que hacemos la pregunta. Dice el profeta: “Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes” (Is. 53, 5-6), “mi siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos” (Is 53, 11).

3.- Las palabras del profeta, verificadas por la predicación de la Iglesia y por nuestra propia experiencia, constituyen una seria llamada a la penitencia, a unirnos al Señor en este Via-crucis de nuestra redención. Por eso, hoy es un día de penitencia, de ayuno y abstinencia en la tradición católica, un día de meditación, de silencio, de acompañamiento a Cristo muerto en la Cruz y sepultado para librarnos del castigo que merecen nuestros pecados, y para abrirnos las puertas de la vida y de la felicidad junto a Él en la gloria eterna.

4.- Pero esta penitencia y este silencio meditativo, no pueden ir acompañados de tristeza y desconsuelo. El Señor nos ha redimido. Por tanto, el propósito de la enmienda es posible, nuestra renovación interior cuenta con la gracia necesaria por los méritos de Jesucristo, la salvación puede llegarnos, y la gloria eterna es nuestra herencia prometida.

Los que sabemos que Cristo ha resucitado podemos exclamar en humilde súplica al Señor: “A ti, Señor, me acojo: no quede yo nunca defraudado; tú que eres justo ponme a salvo. A tus manos encomiendo mi espíritu; tú, el Dios leal, me librarás” (Sal 30).

5.- Que esta oración nos acompañe y nos introduzca en la celebración de la Pascua de Resurrección.

QUE ASÍ SEA

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