HOMILÍA EN EL DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN

Queridos hermanos sacerdotes y diácono asistente,

Queridos hermanos y hermanas todos, religiosos y seglares:

La santa Madre Iglesia nos anuncia hoy un gozo inmenso, que da sentido y esperanza a nuestra vida en medio de todas las pruebas, adversidades y tribulaciones: “En verdad, ha resucitado el Señor. A Él la gloria y el poder por toda la eternidad” (Intróito de la misa). Por tanto, “este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo” (Salmo).

El motivo fundamental de este gozo está en que, como nos dice S. Pablo, si Cristo ha resucitado, hemos resucitado con él. Cristo se encarnó y bebió el cáliz amargo de su Pasión y muerte, porque obraba en obediencia al Padre que le había enviado a salir fiador por nosotros. Por tanto, una vez aceptada por la fe la gracia de la intervención redentora del Señor, los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, “fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva. Pues si hemos sido incorporados a Él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado” (Rom. 6, 4-6).

Ante semejante regalo de Dios, que nadie sino él podía ofrecernos, la santa Madre Iglesia nos hace una invitación y nos propone una plegaria. Ambas figuran en el himno que hemos recitado al terminar la segunda lectura.

La invitación nos llega con estas palabras: “Ofrezcan los cristianos ofrendas de alabanza a gloria de la Víctima de la Pascua” Eso vamos a hacer uniéndonos a Jesucristo en la ofrenda que de sí mismo hace al Padre y que se actualiza en la Eucaristía tal como aconteció de una vez para siempre en la última Cena. Allí Jesucristo nos brindó el adelanto sacramental de su Muerte y Resurrección. Por tanto, nuestra participación en la Liturgia que estamos celebrando ha de gozar hoy de una atención y de una devoción especialísimas.

La plegaria, que os propone el himno referido, implica nuestro reconocimiento de la realeza de Jesucristo, y, por tanto, nos compromete, al mismo tiempo, a reconocerle siempre como Señor nuestro y de todo lo creado; como el Señor a quien debemos servir sin reticencias ni dobleces. Así nos lo enseña el mismo Jesucristo venciendo al diablo que le tienta como hombre en el desierto: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto” (Mt. 4, 10).

Al mismo tiempo, en esa misma plegaria pedimos a Dios que se apiade de nuestra miseria y de nuestras incoherencias, suplicándole que, por su misericordia, nos haga partícipes de su victoria santa. Así lo hemos recitado: “Rey vencedor, apiádate de la miseria humana y da a tus fieles parte en tu victoria santa”.

Seamos coherentes con los dones recibidos del Señor en la Pascua. Gozosos por haber sido incorporados a Cristo, por el Bautismo, en su Muerte y resurrección, y haber sido hechos hijos adoptivos de Dios y herederos de su gloria, demos gracias constantemente al Señor. Dispongámonos a aprovechar su gracia y seamos testigos fehacientes del triunfo definitivo de Jesucristo, como apóstoles de su redención y testigos de su Resurrección. En ella está la fuente de nuestra esperanza.

QUE ASÍ SEA

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