HOMILÍA EN EL DOMINGO DE RAMOS – 2014

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos:

1.- La liturgia del Domingo de Ramos es como una síntesis de cuanto vamos a celebrar durante la Semana santa. Contemplamos hoy a Jesucristo entrando en Jerusalén sobre una cabalgadura que había mandado traerle. Iba acompañado por quienes le conocían como hombre bueno, como un profeta, o incluso como el Mesías que había de venir, como el Hijo de David que merecía ser aclamado en las alturas. No podía ser de otro modo. Era necesario que sus discípulos y seguidores le tributaran sentidas alabanzas porque pasó haciendo el bien. Tenían que clamar en su favor los que le reconocían como enviado de Dios.
Pero no todos los que le veían pasar pensaban lo mismo, ni experimentaban esa alegría ante Jesús. Por el contrario, consideraban injustas esas alabanzas, y se sentían molestos ante ellas. Sin embargo, Jesucristo, ante quienes le increpaban para que hiciera callar a la multitud que le vitoreaba, dijo bien claro: “si estos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 40).

2.- ¡Qué mensaje tan claro y tan comprometedor! La Verdad y la luz no pueden quedar ocultas. De algún modo y en algún momento han de brillar porque la humanidad las necesita y Dios así lo quiere. El Señor nos ha dicho que “no se enciende una lámpara para ponerla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa” (Mt. 5, 15). Es una verdadera injusticia privar de ella a nuestros semejantes porque, sin la luz de la verdad, no se puede llegar a descubrir el sentido de la propia existencia, el misterio que nos acoge después de la muerte, y el camino que debemos recorrer para acertar en el peregrinaje por este mundo. Y todo esto es lo que más inquieta a las personas cuando son capaces de reflexionar superando las olas de superficialidad y las avasalladoras prisas por gozar lo que piden los instintos o imponen los arrastres sociales.
           
3.- La realidad de Dios hecho hombre para salvarnos; la bondad del hijo del carpintero, que pasaba por doquier haciendo el bien; ese hombre que, misteriosamente, era Dios al mismo tiempo; ese judío que había proclamado el perdón y había invitado al sincero arrepentimiento; ese nazareno justo que había sido anunciado por Juan Bautista como “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1, 29), no podía pasar desapercibido. Tenía que ser proclamado con gritos de alabanza por quienes habían experimentado su bondad y la fuerza de Dios que actuaba en sus palabras y en sus obras. Por eso nosotros, al procesionar con los ramos en memoria de aquel acontecimiento, hemos cantado también: “¡Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel” (Jn. 12, 13 ).
En el domingo de Ramos se constata claramente la verdad y el sentido de aquellas palabras con que Jesucristo oró al Padre diciendo: “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla” (Lc 10, 21). Sabemos que los sabios, conocedores de la ley y los profetas, no habían sido capaces de ver en Jesucristo al Hijo de Dios.
           
4.- Este hecho y estas palabras encierran para nosotros un importante mensaje, especialmente oportuno en estos momentos. La santa Madre Iglesia, a través de los últimos Papas, y ahora especialmente con la llamada del Papa Francisco, nos urge a realizar la preciosa tarea de la Evangelización. Para ella confía en nosotros, que no somos personas de relevancia social, que no somos los sabios de este mundo, que no tenemos especiales dotes para comunicar nuestra fe y nuestra experiencia de Dios y convencer a quienes nos ven o nos escuchan. Por ello, sorprende constatar que el Señor y la Iglesia confíen en nosotros sabiendo que, a causa de nuestras debilidades y pecados, no somos testigos convincentes de la verdad que predicamos. Sin embargo no debe extrañarnos el haber sido elegidos para llevar al mundo el Evangelio.
Jesucristo no quiere brillantes discursos para dar a conocer la verdad y el amor de Dios. Jesucristo quiere que comuniquemos, con nuestras obras y palabras, la experiencia gozosa de que Dios nos ama a pesar de nuestros pecados. Precisamente porque somos pecadores, se ha hecho hombre y ha entregado su vida como ofrenda agradable al Padre. Su gesto de obediencia fue pleno e incondicional. Por eso, cumpliendo plenamente lo que el Padre le había mandado, acaba con el desastre causado por la desobediencia continua de la humanidad desde Adán y Eva hasta el fin de los tiempos. ¡Qué grande y generosa fue la obediencia de Jesucristo!. Asumió voluntariamente el descrédito, los insultos, las blasfemias y cuanto cayó sobre Él hasta morir clavado en la cruz para pagar por nuestros pecados.

4.- ¿Es posible un comportamiento semejante al que tuvo y tiene Jesucristo con nosotros si no fuera movido por un amor infinito? Ciertamente no. Pero Jesucristo, puesto que er y es Dios verdadero, nos amó y nos ama hasta el extremo (cf. Jn, 13,1).
Tendríamos que preguntarnos: ¿Por qué recurrimos al Señor para que nos favorezca en los proyectos personales, y no acudimos a darle gracias porque es el único que nos ama a pesar de todo? ¿Por qué no le pedimos que nos enseñe y nos ayude a quererle como corresponde? Y, si el hecho de encontrarnos con el maravilloso regalo de ese amor de Dios -que Jesucristo nos manifiesta con su Pasión y con su muerte- nos ayuda a orientar nuestra vida y a recorrer nuestro camino con esperanza, ¿por qué no nos decidimos a darlo a conocer a quienes viven lejos o de espaldas a Dios? Quien vive sin Dios pierde la mayor parte de su vida, no saborea lo más importante de su existencia y de la relación con las personas que les rodean.

5.- El profeta Isaías nos recuerda en la primera lectura de esta Misa algo que deberíamos tener muy presente. Poniendo en labios de Jesús esta oración dice: “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento” (Is. 50, 4). Para que nosotros podamos cumplir con el deber cristiano de manifestar a Jesucristo a quienes no le conocen y, en consecuencia, no pueden sentirse amados como nosotros nos sentimos, tenemos que pedir constantemente al Señor que nos ayude a saber ser apóstoles. Todos necesitamos que Dios nos perdone y nos ayude. Pidamos esta gracia para nuestros semejantes.

6.- Que la contemplación de la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, que vamos a celebrar en estos días de la Semana Grande para los cristianos, nos estimule para que sigamos a Jesucristo correspondiendo a su amor. Y que la vivencia de los Misterios de Cristo sea un punto de partida para que nos lancemos a evangelizar a quienes no conocen, o no conocen bien a Jesucristo. De algún modo somos responsables de que alcancen la libertad interior, la paz del alma, la esperanza en un futuro radicalmente mejor, y la auténtica libertad.
Que la santísima Virgen María, profunda conocedora de Jesucristo, y apóstol de su amor y de su misericordia, nos ayude a vivir estos días como un verdadero regalo de Dios.

QUE ASÍ SEA

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