HOMILÍA EN LA JORNADA DIOCESANA DE JUVENTUD

(Sábado, 5 de Abril de 2014)
(Misa del Domingo Vº de Cuaresma)

            Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
queridos jóvenes y queridos monitores, catequistas y educadores que les acompañáis:
           
1.- En este momento estamos donde debíamos estar. Todo lo que hemos hecho durante la mañana y todo lo que hay que hacer en la tarde no tendría razón de ser en la Iglesia y en una Jornada Diocesana de Juventud si no fuera inspirado por el Evangelio de Jesucristo, y si no fuera un medio para a cercarnos a Él. Por eso, para el cristiano, la santa Misa, la participación en la Eucaristía, es absolutamente necesaria. Un grupo de cristianos, que habitaban en el norte de África en tiempos de persecución de la Iglesia, al  prohibírseles sus prácticas piadosas, dijeron: “Sin la Eucaristía no podemos vivir”.
            Queridos Jóvenes: yo sé que muchos de vosotros entenderéis estas palabras. Y también sé que otros muchos pensaréis que la Misa resulta un tanto pesada. No os preocupéis por ello de momento. Si no os cerráis al conocimiento del Evangelio, llegaréis un día a decir lo mismo que aquellos cristianos de la Iglesia primitiva: sentiréis un vacío cuando no participéis debidamente en la sagrada Eucaristía.

2.- Ser cristiano es proponerse vivir como Jesucristo nos enseña, porque necesitamos, deseamos y esperamos una felicidad, una paz, un estilo de vida, una sociedad y un mundo totalmente nuevo. Y yo os digo que ese mundo nuevo, que esa felicidad que buscáis, que esa paz que deseáis para todos los pueblos, no es posible mientras se viva lejos de Jesucristo o de espaldas a él.
Estoy convencido de que este mundo os ofrece, os invita y os propone con insistencia cantidad de cosas que os apetecen a primera vista. Pero estoy igualmente convencido de que, cuando habéis experimentado algunas de esas cosas, o cuando habéis experimentado eso que tanto os atraía, no siempre os habéis sentido más felices, no habéis estado más alegres, no os habéis encontrado más libres. Y, si habéis llegado  a sentir de alguna forma algo de esa felicidad o de esa libertad que buscabais, pronto habéis comenzado a sufrir. Unas veces por el miedo a perder lo que habéis encontrado. Otras veces porque vuestra conciencia no se ha quedado tranquila.

3.- En cambio, lo que Jesucristo nos invita a experimentar nos hace felices con esa felicidad que no se sabe describir pero que nos ayuda a vivir con ilusión, con alegría interior, con paz en el alma y con esperanza. Y, además, sabéis muy bien que Jesucristo nunca nos deja solos; y, además, siempre nos promete más felicidad, más paz, más ilusión, más esperanza, y nos ayuda a alcanzarlo. Sabemos que sin Él no podemos alcanzar lo que nos hace felices. Pero también sabemos que Jesucristo ha prometido estar con nosotros hasta el fin de los tiempos. Esa promesa se está cumpliendo. A Jesucristo lo tenemos en la Eucaristía; lo encontramos en ese abrazo de misericordia que es el sacramento de la Penitencia; se acerca a nosotros en  la persona de quienes nos quieren sin interés ninguno y que están a disposición cuando les necesitamos para comunicarles nuestros problemas o para pedirles luz en momentos de oscuridad, muy frecuentes en esta vida, y todavía más en vuestra edad.
           
4.- Queridos jóvenes: os invito a hacer vuestra, con vuestras palabras y a vuestro modo, la oración de la Iglesia con la que hemos comenzado esta celebración: “ Te rogamos, Señor, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo” (Orac. Colecta). 
Si hacemos simplemente lo que nos apetece y cuando nos apetece, lo más que puede ocurrir es que logremos una satisfacción pasajera y que, además, se vuelva contra nosotros cuando descubramos que era equivocada o incorrecta. En cambio, si hacemos lo que Dios quiere,  crecemos como personas y nos capacitamos para ayudar a que otros alcancen la felicidad que nosotros ya hemos comenzado a experimentar. Pensadlo bien y veréis que es cierto lo que os estoy diciendo.
           
5.- ¿Qué ofrece Jesucristo para hacernos tanto bien?. Nos ama infinitamente con un amor que no se rinde ni nos abandona nunca. No olvidemos que a Jesucristo le hemos costado la vida; la entregó por nosotros en la cruz. Con ello manifiesta que es tan grande su interés de que aprovechemos y gocemos de verdad nuestra vida, y  de que disfrutemos de la paz de conciencia que, a pesar de nuestras pequeñas o grandes infidelidades, nos espera siempre con  los brazos abiertos; así los tenía en la cruz. ¿Habéis pensado alguna vez en la paciencia que tiene con nosotros? Nos pasamos la vida haciéndole promesas, pidiéndole ayuda para cumplir los propósitos de enmienda, y volvemos a caer en lo mismo. En el mejor de los casos, avanzamos tan lentamente que, si Jesucristo no nos quisiera más que nadie, nos habría dejado por imposibles. En verdad, pensar en la paciencia que Dios tiene con nosotros es el más grande motivo de consuelo y la mejor ayuda para reemprender el camino con ilusión cada vez que hemos errado el paso.  Gracias a su paciencia, siempre llegamos a tiempo para orientar nuestra vida por el camino de la verdad, de la justicia, del amor, de la paz, de la verdadera libertad y de la alegría que perdura en el corazón aunque pasemos malos momentos. Hoy mismo puede ser ese buen momento. ¿Por qué no?
Por eso debemos repetirnos interiormente las palabras del salmo que hoy hemos recitado: “Del Señor viene la misericordia,  la redención copiosa”. “(Sal. 129).
           
6.- Pero los cristianos no podemos pensar solamente en ordenar nuestra vida y en alcanzar la paz y la felicidad que nos promete el Señor. Tenemos que pensar en quienes no tienen las oportunidades que nosotros hemos tenido para encontrarnos con Jesucristo y poder vivir en paz. Esos no son peores que nosotros. Son sencillamente personas, jóvenes o adultos, que no han tenido las oportunidades que hemos tenido nosotros. Por tanto, al conocerles debemos avivar nuestros buenos sentimientos y nuestra responsabilidad de apóstoles cristianos y decidirnos a darles a conocer a Jesucristo como otros han hecho con nosotros. Si el corazón se os conmovería y correríais a ayudarles al verles malheridos en su cuerpo,  ¿por qué no se os conmueve el corazón al ver su alma herida y su vida en manos de quienes no les pueden beneficiar? No podemos vivir en paz mientras a nuestro lado haya jóvenes que caminan  sin saber a dónde van o  en dónde pueden caer.
           
7.- Queridos jóvenes: la Iglesia espera mucho de vosotros. Quizá los pastores y los educadores no sepamos daros lo que necesitáis en cada momento. No perdáis la esperanza de recibirlo. Rezad por nosotros para que acertemos al acercarnos a vosotros.
             Que la santísima Virgen María, Madre de Jesucristo y Madre nuestra nos ayude a acercarnos a Él y a vivir como Él nos ha enseñado.


            QUE ASÍ SEA.

No hay comentarios: