HOMILÍA EN LA VIGILIA PASCUAL - 2014

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida Consagrada y fieles laicos que participáis en esta solemne y gozosa celebración litúrgica:

1.- El mensaje que nos transmite el Señor en los misterios que hemos contemplado y celebrado en la Semana Santa, es el que constituye el núcleo fundamental del Evangelio. Por tanto, debe ser, también, el núcleo de toda acción evangelizadora a la que estamos llamados.
A lo largo de los días santos, en los que recorrimos los pasos finales de la acción redentora de Jesucristo, hemos podido comprobar la esperanzadora verdad que nos ofrece la Palabra de Dios: “Tanto amó Dios al mundo, (Jn 3, 16) que le entregó a su propio Hijo Jesucristo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4, 10).

2.- En el Jueves Santo contemplamos y celebramos que Jesucristo es el enviado del Padre para la salvación del mundo; y que vive el mismo amor infinito del Padre hacia sus criaturas los hombres y mujeres de todos los tiempos, de todos los lugares y de todas las razas, representados en la última Cena por los Apóstoles. Así nos lo enseña San Juan: “Jesucristo, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).
En el Viernes Santo, Jesucristo nos manifestó su entrega total por los pecadores, haciendo de su Pasión y muerte el sacrificio agradable al Padre. Con él cumplía la voluntad del Padre, consumaba nuestra redención, e inauguraba el tiempo de nuestra esperanza de salvación.
En el Sábado Santo celebramos la triunfante resurrección de Jesucristo que avala su divinidad y da plena garantía, por ello, a la obra de nuestra redención. El hombre, participando de la muerte de Cristo por el bautismo, nace a la una vida nueva, a la Vida de Dios, que es la Gracia; y, a partir de entonces, encuentra abiertas las puertas del cielo.

            3.- Si este es el núcleo del Evangelio podemos entender que es el único mensaje esperanzador que nos abre a la verdadera alegría, y que nos ayuda a encontrar la paz interior que tanto necesitamos. Por ello, podemos entender que el mensaje del Evangelio es el mensaje de la alegría por excelencia; el mensaje que suscita el gozo en el alma. Este es el motivo por el que el Papa Francisco ha titulado su primera exhortación apostólica con estas palabras: “El gozo del Evangelio”.
Si estamos convencidos de ello, entenderemos que es urgente llevar a cabo la obra de la evangelización. Es más: comprenderemos que evangelizar, dar a conocer a Jesucristo, su amor infinito y su gesta redentora es la obra de caridad más importante que podemos hacer al servicio de nuestros hermanos. Son muchos los que no conocen a Jesucristo y, en consecuencia, ignoran del sentido positivo que Jesucristo da a nuestra existencia y a sus gozos y sus avatares. Son muchos los hermanos que no participan de la esperanza en la vida eterna y feliz. Dios, como nos enseña S. Pablo, es Aquel en quien vivimos, nos movemos y existimos, y lejos del cual nuestra vida se limita lamentable y empobrecedoramente al ámbito de lo terreno, de lo estrictamente humano; y pierde los horizontes de eternidad en felicidad plena.

4.- La santa Madre Iglesia nos enseña que todo lo que somos y tenemos, todo lo que nos rodea y acontece carecería de sentido si Cristo no hubiera muerto y resucitado por nosotros. “¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?”, dice el Pregón pascual.
Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe y todo lo que la vivencia de la fe lleva consigo. Pero Cristo ha resucitado gloriosamente. Por tanto, como canta la Iglesia en esta Noche santa, “Exulten por fin los coros de los Ángeles, exulten las Jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación … Alégrese también nuestra Madre la Iglesia revestida de luz tan brillante” (Pregón Pascual).

5.- Como Cristo ha resucitado, tienen sentido la predicación, los sacramentos, la oración, la piedad popular y, consiguientemente, se hace necesaria la evangelización.
La Palabra de Dios ilumina el camino de nuestra existencia y nos conduce hacia la Vida en la verdad y en la paz.
El Bautismo constituye el gesto de amor de Dios por el que manifiesta su voluntad de hacernos partícipes de la Gracia de la redención. Por eso, San Pablo nos dice que “Los que hemos sido sepultados con Cristo en el Bautismo (se refiere al hecho de sumergirse en las agras bautismales) hemos resucitado también con él a una vida nueva” (Rm 6, 3-4).
Este es el motivo por el que la Vigilia Pascual es el momento adecuado para recibir el Bautismo. Y, por esa misma razón, todos los bautizados, al celebrar la resurrección de Jesucristo, renovamos las promesas bautismales por las que desechamos la relación con el diablo y manifestamos nuestra fe y adhesión a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por la renovación de las promesas bautismales renovamos el compromiso de vivir unidos a Jesucristo nuestro salvador formando parte de la Iglesia de la que somos miembros vivos.
Y toda la riqueza del amor misericordioso de Dios, manifestado en Jesucristo, y que llega a nosotros como indulgencia en la Confesión penitencias, se manifiesta en su plenitud al celebrar la sagrada Eucaristía.

6.- Desde esta noche lucirá en el templo el Cirio Pascual signo de Jesucristo resucitado. Pidamos al Señor, con las palabras del Pregón Pascual que este cirio consagrado en su nombre arda sin apagarse para que su luz venza las oscuridades de nuestra vida.

                        QUE ASÍ SEA

No hay comentarios: