Queridos hermanos
sacerdotes concelebrantes,
Queridos miembros de la
Vida Consagrada y fieles laicos que participáis en esta solemne y gozosa
celebración litúrgica:
1.- El mensaje que nos transmite
el Señor en los misterios que hemos contemplado y celebrado en la Semana Santa,
es el que constituye el núcleo fundamental del Evangelio. Por tanto, debe ser,
también, el núcleo de toda acción evangelizadora a la que estamos llamados.
A lo largo de los días
santos, en los que recorrimos los pasos finales de la acción redentora de
Jesucristo, hemos podido comprobar la esperanzadora verdad que nos ofrece la
Palabra de Dios: “Tanto amó Dios al mundo,
(Jn 3, 16) que le entregó a su propio
Hijo Jesucristo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4, 10).
2.- En el Jueves Santo
contemplamos y celebramos que Jesucristo es el enviado del Padre para la
salvación del mundo; y que vive el mismo amor infinito del Padre hacia sus
criaturas los hombres y mujeres de todos los tiempos, de todos los lugares y de
todas las razas, representados en la última Cena por los Apóstoles. Así nos lo
enseña San Juan: “Jesucristo, habiendo
amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,
1).
En el Viernes Santo, Jesucristo
nos manifestó su entrega total por los pecadores, haciendo de su Pasión y
muerte el sacrificio agradable al Padre. Con él cumplía la voluntad del Padre,
consumaba nuestra redención, e inauguraba el tiempo de nuestra esperanza de
salvación.
En el Sábado Santo
celebramos la triunfante resurrección de Jesucristo que avala su divinidad y da
plena garantía, por ello, a la obra de nuestra redención. El hombre,
participando de la muerte de Cristo por el bautismo, nace a la una vida nueva,
a la Vida de Dios, que es la Gracia; y, a partir de entonces, encuentra
abiertas las puertas del cielo.
3.-
Si este es el núcleo del Evangelio podemos entender que es el único mensaje esperanzador
que nos abre a la verdadera alegría, y que nos ayuda a encontrar la paz
interior que tanto necesitamos. Por ello, podemos entender que el mensaje del
Evangelio es el mensaje de la alegría por excelencia; el mensaje que suscita el
gozo en el alma. Este es el motivo por el que el Papa Francisco ha titulado su
primera exhortación apostólica con estas palabras: “El gozo del Evangelio”.
Si estamos convencidos de
ello, entenderemos que es urgente llevar a cabo la obra de la evangelización.
Es más: comprenderemos que evangelizar, dar a conocer a Jesucristo, su amor
infinito y su gesta redentora es la obra de caridad más importante que podemos
hacer al servicio de nuestros hermanos. Son muchos los que no conocen a
Jesucristo y, en consecuencia, ignoran del sentido positivo que Jesucristo da a
nuestra existencia y a sus gozos y sus avatares. Son muchos los hermanos que no
participan de la esperanza en la vida eterna y feliz. Dios, como nos enseña S.
Pablo, es Aquel en quien vivimos, nos movemos y existimos, y lejos del cual
nuestra vida se limita lamentable y empobrecedoramente al ámbito de lo terreno,
de lo estrictamente humano; y pierde los horizontes de eternidad en felicidad
plena.
4.- La santa Madre
Iglesia nos enseña que todo lo que somos y tenemos, todo lo que nos rodea y
acontece carecería de sentido si Cristo no hubiera muerto y resucitado por
nosotros. “¿De qué nos serviría haber
nacido si no hubiéramos sido rescatados?”, dice el Pregón pascual.
Si Cristo no hubiera
resucitado, vana sería nuestra fe y todo lo que la vivencia de la fe lleva
consigo. Pero Cristo ha resucitado gloriosamente. Por tanto, como canta la
Iglesia en esta Noche santa, “Exulten por
fin los coros de los Ángeles, exulten las Jerarquías del cielo, y por la
victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación … Alégrese
también nuestra Madre la Iglesia revestida de luz tan brillante” (Pregón
Pascual).
5.- Como Cristo ha
resucitado, tienen sentido la predicación, los sacramentos, la oración, la piedad
popular y, consiguientemente, se hace necesaria la evangelización.
La Palabra de Dios
ilumina el camino de nuestra existencia y nos conduce hacia la Vida en la
verdad y en la paz.
El Bautismo constituye el
gesto de amor de Dios por el que manifiesta su voluntad de hacernos partícipes
de la Gracia de la redención. Por eso, San Pablo nos dice que “Los que hemos sido sepultados con Cristo en
el Bautismo (se refiere al hecho de sumergirse en las agras bautismales) hemos resucitado también con él a una vida
nueva” (Rm 6, 3-4).
Este es el motivo por el
que la Vigilia Pascual es el momento adecuado para recibir el Bautismo. Y, por
esa misma razón, todos los bautizados, al celebrar la resurrección de
Jesucristo, renovamos las promesas bautismales por las que desechamos la
relación con el diablo y manifestamos nuestra fe y adhesión a Dios Padre, Hijo
y Espíritu Santo. Por la renovación de las promesas bautismales renovamos el
compromiso de vivir unidos a Jesucristo nuestro salvador formando parte de la
Iglesia de la que somos miembros vivos.
Y toda la riqueza del
amor misericordioso de Dios, manifestado en Jesucristo, y que llega a nosotros
como indulgencia en la Confesión penitencias, se manifiesta en su plenitud al
celebrar la sagrada Eucaristía.
6.- Desde esta noche
lucirá en el templo el Cirio Pascual signo de Jesucristo resucitado. Pidamos al
Señor, con las palabras del Pregón Pascual que este cirio consagrado en su
nombre arda sin apagarse para que su luz venza las oscuridades de nuestra vida.
QUE ASÍ SEA
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