Jueves 17 de Abril de 2014
Queridos hermanos sacerdotes
concelebrantes,
Queridos miembros de la Vida
Consagrada y fieles laicos que participáis en esta solemne celebración
eucarística:
1.-
Al considerar el riquísimo y trascendental significado del memorial del Señor,
que hoy realiza la Iglesia como parte de la celebración pascual, el alma se
postra ante el Dios de cielos y tierra en profunda y emocionada acción de
gracias; y exclama con las palabras del Salmo: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?”.
Nunca
podremos pagar al Señor el bien que nos viene haciendo desde que nos creó y nos
eligió para ser hijos suyos, cuando murió sacrificado en la cruz para
redimirnos del pecado, cuando nos regaló el inmenso don de la fe y nos hizo
capaces de llamarle ”Padre”, cuando se hizo, en Jesucristo, compañero nuestro
de camino hacia la patria de la que nos habíamos alejado, y cuando puso su
confianza en nuestra débil condición para que le ayudemos en la evangelización
del mundo.
2.- La pregunta, que el
Salmo pone en nuestros labios, y que manifiesta la gran sorpresa que nos causa el
amor de Dios y su comportamiento infinitamente generoso con nosotros,
absolutamente inmerecido por nuestra parte; esa pregunta, nos hace comprender
la insignificancia de nuestras limitadísimas posibilidades ante la inmensidad
de los dones que hemos recibido de de Dios. Sin embargo, la conciencia de
nuestra insuficiencia ante Dios, no borra en nosotros la conciencia de nuestra
deuda con el Señor; por el contrario, sume nuestro espíritu en profunda
reflexión y en ansiosa búsqueda de los recursos disponibles para poner lo que
está de nuestra parte.
En este día rememoramos
que el mismo Señor salió como fiador nuestro en Jesucristo, para saldar la
deuda causada por nuestro pecado. Por la desobediencia a Dios causamos la
ruptura de nuestros vínculos con Él. Pero, como los vínculos de Dios con
nosotros no se habían roto, porque el amor de Dios es infinito e inquebrantable,
Dios mismo nos brinda la respuesta a nuestra pregunta acerca de lo que podemos
hacer para pagar al Señor todo el bien que nos ha hecho. Con ello, serena
nuestro ánimo ante los temores de irreparable ingratitud para con Él. La
respuesta nos la brinda el salmo con estas palabras: “Alzaré la copa de la salvación invocando su nombre” (Salmo 116, 13).
Esa copa es el cáliz de
la Nueva y Eterna Alianza, sellada con la sangre del Cordero inmaculado, con la
sangre del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, con la sangre que
derramó Jesucristo en el sacrificio de la Cruz.
La gratitud al Señor por
todo el bien que nos ha hecho tiene su única expresión adecuada en la
Eucaristía, en la celebración del sacrificio redentor de Jesucristo, Hijo
unigénito del Padre, participando, como corresponde a cada uno, en la
celebración de la única ofrenda agradable y satisfactoria para el Padre.
3.-. Hoy, queridos hermanos, rememoramos la institución de este signo de unidad con Dios y entre nosotros mismos, que es la Eucaristía, porque no hay redención posible sino viviendo en el amor a Dios y al prójimo.
3.-. Hoy, queridos hermanos, rememoramos la institución de este signo de unidad con Dios y entre nosotros mismos, que es la Eucaristía, porque no hay redención posible sino viviendo en el amor a Dios y al prójimo.
Hoy participamos en la
celebración gloriosa del sacrificio redentor que nos reúne en la Iglesia como
vínculo de caridad. Hoy la Iglesia celebra, mediante la acción sagrada del
sacerdocio ministerial, el mismo y único sacrificio de Cristo muerto en la cruz
y resucitado para nuestra salvación.
San Pablo nos garantiza
que la Eucaristía es la acción por excelencia con la que podemos agradar a Dios
haciendo memoria, a la vez, memoria del primer Jueves santo. El Apóstol nos
dice hoy en la segunda lectura: “Yo he
recibido una tradición que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y,
pronunciando la (1 Cor 11, 1-2).
4.- Dios aprecia el
Sacrificio de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, como el único acto
satisfactorio y, al mismo tiempo, como la fuente y culmen de nuestra vida
cristiana. Por él hemos sido salvados. Por él recibimos la fuerza para vencer
la tentación. Por él nos incorporamos a Jesucristo en gozosa intimidad
sobrenatural, como Él mismo nos enseñó diciendo: “El que come mi carene y bebe mi sangre habita en mí y yo en él y yo lo
resucitaré en el último día” (Jn 6, 57).
Además de todo ello, cada
vez que la Iglesia celebra el Sacrificio y Sacramento de la Eucaristía, y cada
vez que participamos en ella y de ella, proclamamos la muerte redentora del
Señor hasta que vuelva. En ella está el núcleo esencial del Evangelio que
estamos llamados a difundir. Por tanto, la condición básica para ser verdaderos
evangelizadores está en nuestra vinculación con Cristo en la Eucaristía.
Viviendo la Eucaristía
entenderemos bien que la evangelización es un servicio de caridad para con
nuestros hermanos alejados o carentes de fe en el Señor Jesús. Y evangelizando,
procuramos para ellos la gracia de que un día puedan participar en el
sacrificio y sacramento redentor que es fuente de vida eterna y pan del
caminante que peregrina tras las huellas del Señor Jesús.
5.- Queridos hermanos:
participemos con fe en esta solemne celebración, pidiendo a Dios, por
intercesión de su Madre santísima la Virgen María, que nos conceda la gracia de
ser fieles a su amor y de mantenernos como entusiastas colaboradores de la Iglesia
en la Evangelización.
QUE ASÍ SEA
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