6 de abril de 2014
1.- Mis queridos
hermanos sacerdotes: Vicarios general y episcopales, miembros del Cabildo
Catedral y demás presbíteros concelebrantes.
Mi saludo especial y
muy cordial a quienes habéis venido al frente de vuestras Comunidades
parroquiales de la Vicaría Vegas Bajas-Sierra de S. Pedro, a las que servís en
el Nombre del Señor presidiéndolas en la caridad.
Mi saludo paternal,
como corresponde al Obispo, a todos los fieles que habéis peregrinado a esta
Santa Iglesia Catedral Metropolitana. Con esta peregrinación iniciáis vuestros
trabajos para llevar a cabo la urgente obra de la Evangelización. A ella nos
han llamado con insistencia los últimos Papas. Con vuestra presencia hoy aquí
constituís un bello signo de la unidad de la Iglesia que se hace presente para
todos vosotros en la Diócesis. Ella es la que da sentido a cada una de vuestras
Parroquias; y de ella emanan para todos los fieles cristianos de nuestra
Iglesia Particular las orientaciones que deben presidir todas las acciones
pastorales de las diferentes comunidades cristianas.
2.- Nos hemos reunido
aquí, hoy, para poner ante Dios nuestro propósito de cumplir el mandato de
Jesucristo lanzándonos a predicar el Evangelio allá donde nos encontremos.
Difícil tarea esta que solo podemos llevar a cabo conducidos, sostenidos y
animados por Jesucristo. Él nos ha dicho: “quien
come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6, 56). Nos
reunimos en torno al altar para rememorar el banquete de la última cena del
Señor y comulgar su Cuerpo y Sangre que se entrega por nosotros.
Escuchando la Palabra
del Señor y comiendo el Pan de vida que es su cuerpo sacrificado y glorioso,
todos nos vamos uniendo como los diferentes miembros de un mismo organismo.
Esta es la condición fundamental para ser evangelizadores.
No podemos predicar
la unión con el Señor si no estamos unidos o, al menos, dispuestos a unirnos
unos a otros como una verdadera familia: la familia de los hijos de Dios.
Nuestro Señor Jesucristo. Él, momentos antes de ser entregado a quienes le iban
a crucificar, oró al Padre diciendo: “Padre
que todos sean uno como tú en mí y yo en ti… para que el mundo crea que tú me
has enviado” (Jn 17, 21). La condición para que el mundo crea que hemos
sido enviados por Dios, hecho hombre en Jesucristo, y para que acepten el
mensaje de salvación que deseamos transmitirles mediante la acción
evangelizadora, es que estemos unidos como hermanos. Es muy necesario, que no
vayamos cada uno a su aire, que seamos capaces de compartir lo que tenemos,
tanto si son bienes materiales como si son recursos espirituales o medios para
la acción pastoral.
Es necesario que las
Parroquias colaboren y se ayuden unas a otras para que, entre todos, seamos
capaces ofrecer al prójimo el Evangelio de Jesucristo que nos descubre el
sentido auténtico de la vida y de cuanto en ella n os acontece. Para ello nadie
somos suficientes; nos necesitamos unos a otros: los sacerdotes necesitamos de
los religiosos y de los seglares; los jóvenes necesitan de los mayores; las
familias necesitan de otras familias que viven los mismos problemas y tienen
las mismas necesidades. Nadie podemos afrontar en solitario nuestro propio
deber en la Iglesia y en el mundo.
3.- Los Papas nos han
recordado que quien evangeliza es Jesucristo, a través de la Iglesia que es su
Cuerpo místico. Los cristianos, desde que recibimos el Bautismo, somos miembros
vivos de ese cuerpo espiritual de Jesucristo que llamamos Iglesia. Por la
acción de la Iglesia formamos parte de la gran familia de los hijos de Dios. Jesucristo
nos obsequia con el don de la fe y nos admite como discípulos suyos mediante el
Bautismo que recibimos en la Iglesia. Nos perdona los pecados mediante la
absolución sacramental que recibimos en la Iglesia. Se hace realmente presente
en la Eucaristía por la celebración de la santa Misa que preside el Sacerdote
como ministro de Jesucristo en la Iglesia. Y así ocurre en los demás
Sacramentos. No nos extrañe, pues, que el Señor haya querido necesitarnos para
llevar a cabo la obra de la Evangelización.
Esta obra, tan
urgente en nuestra sociedad, porque va perdiendo el sentido religioso, la fe en
Jesucristo y la esperanza en la vida eterna, consiste en procurar, con los
medios al alcance de cada uno de nosotros los cristianos de cada lugar, que
todos lleguen a conocer a Jesucristo, a comprobar que Dios nos ama
infinitamente, a gozar de su gracia y a cumplir con esperanza nuestro deber en
el mundo, poniendo la mirada en la promesa de salvación eterna que Jesucristo
consiguió para todos con su muerte y resurrección
Ahora Jesucristo quiere valerse de las
comunidades cristianas, de los feligreses de las Parroquias para hacer llegar
el mensaje del amor, de la libertad y de la vida a los que se sienten solos,
esclavos de tantas fuerzas que dominan su vida, y que necesitan una palabra de
aliento y de esperanza capaz de iluminar la oscuridad de su existencia y de
abrirles al horizonte una vida feliz y bendita.
4.- Para cumplir el propósito
de evangelizar, que debemos emprender los cristianos unidos entre nosotros,
necesitamos llenarnos de Dios y llenar de vida y de ilusión nuestro espíritu
tantas veces cansado, desorientado y, a veces, incluso dormido. Ese cambio
nuestro solo puede ser obra de Dios. Así nos lo ha manifestado hoy la palabra
del Señor diciendo: “os infundiré mi
espíritu y viviréis” (Ez 37, 14).
Por eso, debemos
unirnos hoy pidiendo ayuda al Señor con las palabras del Salmo que antes hemos
recitado: “Desde lo hondo a ti grito,
Señor; Señor escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica”
(Sal 129, 1-2).
Jesucristo responde
siempre, de una forma u otra, cuando nos dirigimos a él unidos en la oración.
Hoy nos ha dicho, a través de S. Pablo, en la segunda lectura: “El Espíritu del que resucitó a Jesús de
entre los muertos, habita en vosotros” (Rm 8, 11). Por tanto, lo que
depende del Señor para que podamos estar unidos a Él, y para ser capaces de
evangelizar en medio de las inevitables dificultades, ya lo tenemos. El Señor
se pone de nuestra parte y está con nosotros.
Buen momento éste
para recordar que, en verdad, somos templos vivos del Espíritu Santo; que el
Espíritu de Dios habita en nosotros; que, por eso podemos confiar plenamente en
que, a pesar de nuestras debilidades, cobardías, perezas, miedos y tibiezas, el
Espíritu Santo vivificará también nuestro espíritu haciéndonos dóciles a la
voluntad de Dios, a la vocación a la que nos ha llamado, y, por tanto, fuertes
para llevar a cabo la acción evangelizadora en nuestros ambientes. Nuestro
primer objetivo evangelizador ha de ser la propia familia, los amigos y los
compañeros de trabajo y de ocio.
5.- Queridos
hermanos, fieles cristianos de esta Diócesis: vuestro propósito ha de ser, y calculo
que estará siendo, despertar del sueño de la incredulidad a quienes más se
relacionan con nosotros. Estamos llamados a romper la oscuridad de muchos
espíritus acostumbrados a una vida sin Dios o casi sin Dios. Para ello tenemos
que comenzar orando por aquellos a quienes hemos de transmitir el evangelio. Y
esta oración ha de realizarse en la confianza que nos da creer firmemente que
Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf.
1Tim 2, 1-8). Cuando oremos así al Señor, escucharemos en nuestro interior la
respuesta alentadora y estimulante que dio a quienes le comunicaban que su
amigo Lázaro estaba enfermo: “Esta
enfermedad (nosotros podríamos decir hoy: esta situación de oscuridad lejos
de Dios) no acabará en la muerte, sino
que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado
por ella” (Jn 11, 4). Podemos decir también nosotros: para que Dios sea
glorificado por quienes lleguen a conocerle y amarle a través nuestro. ¿No
creéis que esto valle verdaderamente la pena?
Es posible incluso
que alguna vez, al mirar a quienes vemos muchos años alejados de Dios,
pensemos, como quienes sabían que Lázaro llevaba demasiado tiempo muerto: “Señor, ya huele mal porque lleva cuatro
días” (Jn 11, 39). ¿Sabéis cual fue entonces, y cual será para nosotros hoy
la respuesta de Jesucristo? “Yo soy la
resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que
está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26). Con el
Señor lo podemos todo.
Pidamos a la
Santísima Virgen María, la primera evangelizadora, que siempre dirige nuestra
mirada y nuestra atención al Señor, que nos enseñe a evangelizar con amor, con
fidelidad y con esperanza. El que confía en el Señor no será defraudado.
QUE ASÍ SEA.
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