HOMILÍA EN LA FIESTA DE SAN JUAN BAUTISTA -2011-

            Mis queridos hermanos Sacerdotes concelebrantes y Diáconos asistentes,

Dignísimas autoridades civiles y militares,

Queridos miembros de la Vida Consagrada,

Hermanas y hermanos seglares presentes en esta celebración litúrgica:

            1,- La palabra de Dios nos plantea hoy un problema muy importante si lo miramos desde la fe cristiana. Se trata, nada más y nada menos que de discernir quien debe ocupar el centro y la referencia de la vida del hombre y de la sociedad.

2.- Vivimos un tiempo en que el sentir bastante generalizado, las manifestaciones de muchos medios de comunicación, y la que se viene en llamar cultura dominante, insisten sobremanera en el bienestar material y en el mayor disfrute posible; y todo ello teniendo como criterio único de discernimiento el parecer de cada persona y de cada grupo en cada momento. Ese criterio ha llegado a ser, en muchos, el punto de referencia para juzgar acerca del bien y del mal; y, en consecuencia, para proponerlo, a pesar de sus graves y frecuentes errores, como signo de progreso.

Este proceder, que se ha extendido notablemente, es un motivo de preocupación porque está influyendo como factor determinante de leyes y de formas de comportamiento de las que depende la educación y la vida misma de muchas personas.

3.- Está claro que, en lo que se refiere a la libertad de decisión, que constituye un derecho fundamental y un deber de las personas, el hombre se ha erigido en la única referencia. Hay gentes que obedecen a una ideología con tal fidelidad que enajena, a veces, la propia conciencia. Hay quienes toman como referencia el consenso social, de cuya manipulación mediática tenemos pruebas suficientes. Otros quedan al albur del ambiente o de la corriente de pensamiento al uso en cada momento.

Aunque hay mucha gente que piensa y que vive con fe, parece que, en el ambiente y en las voces de los que más gritan, todo se va reduciendo a lo estrictamente humano y terreno, sensible y emocional, material e inmediato. Ámbito éste que, en cuanto se cierra en sí mismo, queda tan reducido que llega a oponerse incluso a la satisfacción material y a la felicidad que tanto anhelaba.

5.- Todo ello nos manifiesta la existencia de una voluntad colectiva y bien manifiesta de apartar a Dios de la vida real, de los centros de interés de las personas, de los criterios que han de trazar las líneas del desarrollo y del crecimiento personal y social. Cuando ocurre esto, el progreso se convierte en un círculo vicioso alrededor el hombre, que no le permite llegar más allá de sí mismo. La persona no encuentra ni puede encontrar sólo en sí misma la satisfacción que busca. Es criatura de Dios y su corazón está abierto al infinito. Por ello. Quien así vive y actúa se ve abocado con frecuencia a la decepción, o al desenfreno en el intento de encontrar dicha satisfacción en el ensayo permanente de “un poco más de lo mismo”. Cuando la gente se orienta por ese camino, que no alcanza más allá de la propia limitación humana, corre el peligro de verse involucrado en una carrera sin freno por la vía del apetito, de lo últimamente descubierto aunque engañosamente prometedor, de lo útil a simple vista, o de lo sensiblemente rentable. Pero da la casualidad de que, lo que tiene visos de una rentabilidad digna de consideración, queda generalmente solo en manos de quienes cuentan con recursos para alcanzarlo; de modo que son ellos los únicos que llegan a disfrutarlo. En ese caso, el prometido y esperado disfrute, corre el peligro de quedar como privilegio de unas oligarquías apoyadas en la fuerza del poder, en la capacidad de egoísmo y de menosprecio de los más débiles, del bien común, de la justicia y de la misma sociedad. Para los demás ya no queda más que instalarse en la resignación, en el resentimiento, en la permanente insatisfacción que no alcanzan a superar, o en un peligroso y explicable inconformismo capaz de provocar situaciones de violencia y desorden.

6.- A este sistema desordenado, inmoral y perjudicial para las personas y para la sociedad, con posibles repercusiones para la humanidad entera, como estamos comprobando en los aconteceres diarios, pretende apuntarse, en principio, mucha gente que no sospecha siquiera las consecuencias de la carrera que esta conducta ha emprendido. No hace falta ir muy lejos ni cavilar en exceso para encontrarnos con elocuentes muestras de lo que acabo de decir. Ahí tenemos la polifacética expresión y las graves y abundantes consecuencias de la llamada crisis económica. Esta crisis, de nefastas consecuencias, que también repercuten en perjuicio de quienes no la promovieron ni la alimentaron, obedece a una larga historia de egocentrismos, de materialismos desenfrenados, de ansias de un bienestar no calculado en sus necesarios límites, de la falta de ética individual y colectiva en muchos casos, y de una deficiente previsión de las consecuencias que podía sufrir una sociedad lanzada hacia delante, sin más criterio que el subjetivo o el ideológico.

7.- En la raíz de los males que sufre la humanidad está siempre una falta de referencia ética y moral bien fundada, capaz de mirar al fondo de las cuestiones y a largo plazo. En la raíz de esos males de grave trascendencia esta el vacío de un verdadero sentido de la solidaridad social y de la justicia global que debe tener en cuenta a todos y no sólo a unos pocos. En el origen de los males que estamos refiriendo falta la consideración integral de la personas y de la sociedad. No se hace justicia cuando se atiende solo a una dimensión del hombre y de la mujer, y a una sola parte de la ordenación social; sobre todo cuando esta dimensión queda centrada en lo material, en lo sentimental, o en el instinto de más poder, de más placer, de más prestigio, o de mayor potencia en la lucha competitiva en la que es tan fácil caer, llegando a justificar lo medios empleados según el valor que cada uno da a sus fines.

8.- Sería injusto e incluso mendaz presentar solamente así la realidad social y humana en general. En medio de los males que acechan y castigan a muchas personas, a muchos grupos sociales y a muchos pueblos, hay muchísimas realidades verdaderamente positivas, ejemplares y esperanzadoras. De ellas van surgiendo iniciativas y obras de probado valor, así como acciones subsidiarias que apuntan caminos de renovación y de recuperación humana y social. Pero la influencia de lo que venimos considerando nos llama a la reflexión acerca de sus causas.

La causa fundamental, por más que muchos pretendan ridiculizarla y menospreciarla, como si fuera una referencia idealista, infantil y anacrónica, es la pretendida marginación de Dios, intentando excluirle de la escena humana y social, educativa, cultural, política, económica, familiar, etc. Esto lleva a confundir la verdad con el retorcimiento de la inteligencia al servicio de los propios intereses personales o de grupo; y a enarbolar la bandera de los derechos en favor de los propios gustos; o a olvidar la medida de los propios derechos, en relación con los deberes y con el respeto a la vida, a la persona, al bien común, y a tantos otros puntos que han de darnos la medida de lo justo y de lo oportuno.

9.- Al afirmar todo lo dicho precisamente en el Templo catedralicio, en un acto sagrado como es la celebración de la Santa Misa, y en ejercicio del ministerio episcopal que me concierne, puede parecer, si no me expreso correctamente, que es doctrina de la Iglesia rechazar el bienestar, coartar la libertad de las personas, recortar los derechos humanos, y limitar el ansia de felicidad; como si los cristianos tuviéramos un modelo de vida basado en una falsa y masoquista interpretación de la Cruz de Jesucristo y de la ascesis que requiere nuestra necesaria y constante conversión. Si esto fuera así, yo estaría traicionando el Evangelio. El Señor nos dice: “yo quiero que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (cfr. 1Tim 2, 4). Y, para evitar posibles interpretaciones de escapismo o desprecio de este mundo, y de negación de un legítimo bienestar de las personas, añade en otro momento: “Buscad el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6, 33). Por tanto, todo lo demás es legítimamente deseable por el hombre que busca el Reino de Dios. Lo que ocurre es que el criterio evangélico, que favorece la vida en plenitud, que propicia el crecimiento integral de la persona y de la sociedad, y que impulsa el verdadero progreso de los pueblos, ha de tener una referencia objetiva con garantías de verdad y de justicia, y con independencia de intereses particulares de cualquier orden. Y esa referencia solo puede ser Dios, manifestado en Jesucristo. Él ha compartido con nosotros la historia, ha tenido que afrontar los avatares sociales, y ha sufrido y corregido valientemente las ideologías, los excesos de poder, y la capacidad humana de tergiversar la verdad cuando las personas son arrastradas por la fuerza de una influencia social sometida a los intereses de unos pocos.

El mismo Jesucristo ha enseñado a sus Apóstoles que el camino de la virtud es el que lleva a Dios y, por tanto, a la plenitud del hombre creado a su imagen y semejanza. Y nos ha manifestado con palabras y con su testimonio de vida que ese camino debe incluir la atención, el cultivo, el uso y el disfrute ordenado de todo lo terreno. Dios mismo puso en manos del hombre la creación entera encargándole que dominara la tierra. Pero todo ello, está orientado para bien del hombre mismo si el hombre es capaz de disponer de la naturaleza, sin impedir su desarrollo y sin provocar su destrucción. Lo cual no es posible sin una escala de valores, y sin un orden sabio y una referencia permanente que establezcan las prioridades en caso de colisión de intereses. Así nos lo enseña S. Pablo diciéndonos: “Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios” (1 Cor, 3, 23). He aquí el principio de la verdadera ecología humana y cósmica. He aquí el principio del crecimiento, coherente con la identidad del hombre y de la creación.

10.- En el curso de esta exposición homilética, es posible que alguno se haya preguntado: Y todo esto ¿qué tiene que ver con San Juan Bautista? La respuesta es muy sencilla; nos la da la palabra de Dios que acabamos de escuchar.

En primer lugar, S. Juan Bautista, como precursor del Mesías que había de venir, deja bien claro que es necesaria una conversión interior capaz de orientar y regir en la verdad de Dios toda la vida humana. Él predicaba un Bautismo de penitencia, de cambio de vida, de reordenación sobrenatural ofrecida por Dios a través de los profetas, como ahora la hemos recibido nosotros del mismo Jesucristo en el Evangelio.

Juan Bautista, recibe la alabanza del Señor por su servicio a la verdad de Dios como referencia fundamental y como criterio ordenador de su vida. Eso mismo es lo que predicaba a los que le seguían, admirados de sus palabras y de su conducta. Juan Bautista nunca se puso en lugar de Jesucristo, sino que rompió los equívocos nacidos de la admiración que le tenían sus discípulos. Les decía: “Yo no soy quien pensáis, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias” (Hch. 13, 25).

Quien asume la prioridad de Dios como principio y referencia de la vida humana, de la ordenación de la sociedad y de la utilización de la naturaleza, no queda sometido a la versatilidad provocada por intereses momentáneos, por impresiones pasajeras, o por la fuerza de determinados poderes. Por eso Jesucristo dijo de Juan Bautista: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento?...¿A qué salisteis, a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti… En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan Bautista” (Mt. 11, 7-11).

11.- En el día de nuestro patrono, pidamos a Juan Bautista que nos ayude a tomar ejemplo de su palabra y de su vida, tan recta y coherente, que no pudo escapar del martirio provocado por quienes buscaban el éxito fácil y el encubrimiento de sus propias concupiscencias bajo el banderín de los propios derechos.

Que la santísima Virgen María, a la que invocamos también como Patrona bajo el ejemplar título de la soledad, nos ayude a mantener firme el temple cristiano frente a las dificultades sociales. Y ello, aunque ello nos pida salir de nuestras propias comodidades y plantearnos muy seriamente cual es nuestro lugar en la sociedad como testigos de la verdad, del amor, de la justicia y de la paz de Dios nuestro Señor.

            QUE ASÍ SEA.

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