HOMILÍA EN LAS PRIMERAS VÍSPERAS DE SAN JUAN BAUTISTA - 2011

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,

Queridos miembros de la Vida Consagrada y hermanos seglares todos:

            El Señor está empeñado en nuestra salvación. Y, como nos creó libres, a su imagen y semejanza, hace de su empeño salvador un ofrecimiento constante y respetuoso. El recordado Papa Juan Pablo II decía que Dios no se impone, sino que se ofrece.

            El ofrecimiento que Dios nos hace de la salvación que necesitamos no se reduce a mostrarnos una realidad incomprensible, dada su condición de Misterio divino. El Señor se vale de muy diversos medios para demostrarnos la radical necesidad que tenemos de ser salvados. Para ello, mediante la palabra de quienes hablaban en su nombre como Patriarcas, profetas y apóstoles, nos ha ido presentando la triste suerte de quienes han sido marcados por el pecado quedando bajo el peligro de la tentación del maligno.

            Pero, como el amor de Dios no abandona a sus criaturas en los difíciles trances de su existencia, al tiempo que n os muestra las graves consecuencias del pecado, nos llama y nos ayuda para que decidamos asumir nuestra responsabilidad y emprendamos libremente el camino de la conversión hacia la vida. La Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición de la Santa Madre Iglesia nos dan abundantes muestras de todo ello; y nos muestra con especial fuerza ese mensaje de invitación a la vida y de esperanza en la salvación, aprovechando momentos muy destacados en el curso del Año Litúrgico. De ello son muestra notable los tiempos de Adviento y Navidad, los días de Cuaresma y Semana Santa, y las fiestas de los santos que mantienen una relación singular con nosotros como individuos y como Comunidad.

            La fiesta de S. Juan Bautista, Titular de nuestra Catedral y Patrono de la Ciudad, nos hace oír la llamada del Señor a la conversión y a la vida, precisamente a través de las palabras y del testimonio del más grande entre los nacidos de mujer, como afirma Jesucristo de su primo y precursor.

            La palabra de Dios que hemos escuchado, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos enseña que, en el camino que estamos llamados a recorrer para alcanzar la salvación, Dios toma la iniciativa caminando delante de nosotros. El Señor inicia el camino sacando ”de la descendencia de David un salvador para Israel: Jesús” (Hch. 13, 23). Y, para que estuviéramos advertidos de la venida del Mesías salvador, además del anuncio realizado por los Profetas, envió delante a Juan Bautista como precursor. Él tenía la misión de preparar los caminos del Señor, preparando, a su vez, a quienes tenían que recibir al Mesías.

Juan predicó un bautismo de conversión, invitándonos a llenar los vacíos de nuestra vida cuando carece de Dios, y a que allanemos los obstáculos que puedan entorpecer el avance de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia Dios. Ese es el sentido de la predicación del Bautista. Predicación que mantiene su plena actualidad para nosotros, dado que se refiere al punto central de nuestra vida, a la tarea principal de cuantas nos conciernen.

El anuncio de la salvación hacía crecer el número de los discípulos que seguían a Juan Bautista; así llamado por el Bautismo que predicaba y del que hizo partícipe misteriosamente a Jesucristo mismo, autor de la vida y de la redención. Pero Juan Bautista, tenía muy clara conciencia de que era la voz que grita en el desierto invitando a preparar el camino al Señor, al salvador. No obstante, muchos, al escuchar sus palabras y al contemplar su ejemplar testimonio de vida, le confundían con el salvador. Por ello, Juan tomó con máximo interés advertir que quienes se quedaban en él no pasaban ni la mitad del camino de salvación. Juan insistía ante sus discípulos, que él tenía que menguar y que el Mesías tenía que crecer. Preciosa lección ésta, precisamente en estos tiempos en que tantos esperan ingenua y equivocadamente la salvación, la felicidad, la paz y la libertad como venidos de quienes no pueden ofrecernos nada de ello, porque no gozan del poder, de la sabiduría y de la santidad de Dios. Es más, si no recibimos la gracia que solo Dios puede darnos, difícilmente podremos utilizar acertada y positivamente todo cuanto pueda llegarnos a través de las personas de las que Dios puede valerse como mediaciones legítimas.

La gran lección de Juan Bautista queda bien manifiesta en las palabras que acabamos de escuchar : “Yo no soy quien pensáis; viene uno detrás de mí a quien n o merezco desatarle las sandalias” (Hch. 13, 25).

Pidamos a Juan Bautista, fiel precursor del Señor, que nos ayude a entender la llamada de Dios a la salvación; que n os ayude a conocer el camino interior que debemos preparar para recibir al salvador; que nos ayude a no interponernos entre Dios y quienes le buscan sinceramente; y que nos alcance la gracia de la conversión y de la fidelidad.
                QUE ASÍ SEA

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