HOMILÍA EN LA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS POR EL NACIMIENTO DE D. RAFAELITO

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes,

            Queridos feligreses miembros de la Vida Consagrada y seglares participantes en esta celebración litúrgica:

            Celebramos hoy la Sagrada Eucaristía con la mirada y la fe puestas en el Misterio de nuestra redención. Este Misterio se actualiza en el espacio y en el tiempo en que se celebra cada Eucaristía, siendo el mismo acontecimiento que, de una vez para siempre, consumó Nuestro Señor Jesucristo muriendo en la Cruz y resucitando al tercer día. Este Misterio, que es el de nuestra redención, tiene, pues, como protagonista siempre a Jesucristo. Él obra a través de la Iglesia que es su Cuerpo místico del que Cristo mismo es el fundador y la cabeza.

 En la Cruz, el Señor se hizo propiciación por nuestros pecados; asumió ante el Padre Dios nuestra representación, puesto que era verdadero Dios y verdadero hombre; y, en ese misterioso gesto de amor infinito, reconstruyó nuestra relación con Dios rota por el pecado de Adán y Eva. Por el pecado de nuestros primeros padres, que llamamos pecado original, habíamos quedado separados de la fuente de la Vida, que es Dios, y, por tanto, abandonados a la muerte espiritual que es la consecuencia inevitable de todo pecado grave.

Toda vez que participamos en la Eucaristía, nuestra mente ha de orientarse hacia Dios dándole gracias por la obra de la redención universal consumada por Jesucristo. Y, al mismo tiempo, unidos al Señor en su amor por nosotros y movidos por su ejemplo, debemos asumir la parte que nos corresponda a cada uno en el deber de procurar la salvación de nuestro prójimo.

Esta reflexión sobre nuestra responsabilidad apostólica, es la que nos anima a dar gracias a Dios por contar entre nosotros con hermanos en la fe sacerdotes, religiosos y seglares que han sido en su vida un verdadero testimonio de entrega en favor de la salvación de los hermanos. Entre ellos, muy cercano en el tiempo y conocido por muchos que todavía viven, recordamos la figura y la memoria de la entrega apostólica del Sacerdote, popular y cariñosamente, llamado D. Rafaelito. Por eso, al celebrar el centenario de su nacimiento, queremos dar gracias a Dios que lo llamó, lo ungió y lo envió como pastor de las almas en nuestra Iglesia particular.

Es muy importante que sepamos valorar y agradecer como un don de Dios todo cuanto hemos recibido, bien sea enriqueciéndonos con cualidades y oportunidades personales, bien sea ofreciéndonos el ejemplo, el estímulo y la ayuda de las personas que ha puesto a nuestro lado y de cuyo ejemplo de virtudes hemos podido aprender. Por eso, lejos de cualquier intento de tributar culto a D. Rafaelito, sobre cuya santidad no se ha manifestado la santa Madre Iglesia, es correcto, y en cierto modo un deber, elevar al Señor un himno de gratitud por el bien que este presbítero ha hecho a tantas personas mediante el ejercicio de su ministerio sacerdotal. Y, como agradecimiento a quien fue un regalo del Señor para los fieles de nuestra Iglesia particular, no debemos olvidarnos de pedir al Señor que derrame su infinita misericordia sobre el alma de este sacerdote ejemplar para que disfrute de la bienaventuranza eterna.

El amor al que Jesucristo nos invita hoy en el santo Evangelio, ha de motivarnos a tomar ejemplo de Jesucristo, de quien aprendió tanto D. Rafaelito. Movidos por el deseo de vivir en ese amor debemos renovar ante el Señor nuestra decisión de serle fieles y de cumplir con nuestra misión apostólica. Para ello es importante que pidamos al Señor firmeza en la fe, fortaleza en el ánimo, espíritu de superación, y generosidad en la entrega.

Pongamos a la Santísima Virgen María como intercesora para que presente nuestra gratitud y nuestra súplica ante el trono de Dios nuestro Señor. Y pidámosle que, como madre solícita, nos acompañe siempre con su tutela amorosa.

 QUE ASÍ SEA

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