HOMILÍA EN LA VIGILIA DE PENTECOSTÉS (Año 2011)

INSTITUCIÓN DE MINISTROS EXTRAORDINARIOS DE LA SAGRADA COMUNIÓN

Mis queridos sacerdotes concelebrantes y diáconos asistentes,

Queridos hermanos y hermanas  que  vais a ser enviados como Ministros Extraordinarios de la Comunión,

Queridos fieles cristianos, consagrados y seglares que participáis en esta solemne celebración:

                1.- Demos gracias a Dios que nos ha permitido celebrar  los sagrados misterios  de la Encarnación y de la Redención, llevados a término por Jesucristo nuestro Señor. Ellos constituyen la más elocuente expresión del amor infinito de Dios a la humanidad. Por eso, constituyen un inconmensurable regalo de Dios, y son  la fuente de nuestra esperanza,  y la referencia más certera  para nuestra vida cristiana y para nuestra salvación.

                2.- La celebración  de los misterios de nuestra redención, que comenzaron con la Encarnación,  llegan a su culmen precisamente en la fiesta de Pentecostés. Podemos decir, también, que el camino a seguir por los Apóstoles para llegar a entender y aceptar por la fe la obra de Jesucristo, tiene un momento imprescindible y una condición necesaria, que es la venida del Espíritu santo. Nos lo enseña  el Apóstol Pablo diciendo: “El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad” (Rom. 8, 26).

Es el Espíritu Santo quien nos ayuda a entender el mensaje que el Señor nos ha predicado (cf. Jn. 14, 26). 

Es el Espíritu Santo quien “intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom. 8, 26) porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene (cf. Rom. 8, 26).

                El Espíritu Santo es el compañero inseparable y necesario de nuestro caminar cristiano hacia el encuentro, progresivamente más íntimo, con el Señor, hasta que podamos compartir definitivamente la herencia de los santos en la luz (cf. Col 1, 12).

El Espíritu Santo, acudiendo en nuestra ayuda, nos capacita para conservar y cultivar nuestra esperanza cristiana.

El Espíritu Santo es el que nos ayuda a entender que es deber nuestro y condición para nuestra plenitud, crecer en santidad.

Es el Espíritu Santo quien nos anima a procurar la salvación de  los hermanos. Él es el principio de nuestra santificación y el que nos lanza y nos mantiene decididos a ejercer el apostolado con generosidad y constancia.  

3.- En este Día, en el que celebramos la irrupción del Espíritu Santo  sobre el miedo y la indecisión de los Apóstoles, lanzándoles a ser testigos valientes de Jesucristo y ministros de la Iglesia, el Señor quiere enriquecer a su Iglesia llamando y enviando a unos fieles suyos para que ayuden a los sacerdotes en la misión de acercar la Sagrada Eucaristía a los hermanos en la fe.

Hoy, pues, bajo la acción del Espíritu Santo, y enriquecidos con sus dones, celebramos el amor y la magnanimidad del Señor para con nosotros, siervos inútiles, porque nos manifiesta que vela solícitamente para que a todos pueda llegar el don sacratísimo de la Eucaristía. Y, para ello, elige como ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión, a unas personas que puedan ayudar a los  ministros ordinarios que son siempre los Sacerdotes y los Diáconos.

4.- Para vosotros, queridos hermanos y hermanas, miembros de la Vida Consagrada y seglares, la bendición de la Iglesia y el ministerio que de ella vais a recibir, ha de estimularos a una permanente gratitud al Señor y a un amor cada vez más intenso y filial a la santa Madre Iglesia.

Lejos de sucumbir a toda tentación de sobrada autoestima, y a toda conciencia de superioridad sobre cualquiera de los hermanos y hermanas que gustarían haber sido llamados para prestar este servicio tan vinculado a la acción litúrgica de la Iglesia, debéis sentir la responsabilidad de vincularos más fuertemente al Señor mediante una seria formación doctrinal y cristiana, mediante la práctica asidua de la oración, mediante la devota y frecuente  participación en los sacramentos, y  mediante el esmerado  ejercicio del ministerio que hoy se os encomienda.

5.- El ministerio extraordinario de la sagrada Comunión, oportuna y discretamente ejercido, enriquece a la Iglesia en los recursos necesarios para el maternal cuidado de los fieles; especialmente de los enfermos y ancianos que no disponen de la movilidad necesaria para a cercarse al Templo. Pero os vincula a una seria responsabilidad y a un esfuerzo no siempre fácil. Me refiero al servicio ministerial de la Sagrada Comunión especialísimamente en el Día del Señor, como un acercamiento de los fieles impedidos a la acción litúrgica de la Santa Misa  que ha reunido a los hermanos en torno al Altar del Señor.

La administración de la Sagrada Comunión  a los impedidos no debe someterse a la propia comodidad eligiendo el momento que menos carga supone para cada ministro extraordinario. Eso podría consentirse, de algún modo y no por sistema, cuando el ministro fuera sólo el sacerdote, obligado a atender otras urgencias litúrgicas y pastorales en el mismo día del Señor.

 Tampoco es correcto llevar la Sagrada Comunión “de paso” hacia otros menesteres, o al regresar de ellos. El ministro extraordinario de la sagrada Comunión ha de entender su servicio como una gracia que el Señor le concede para colaborar en la acción santificadora de los  que no se valen por sí mismos. Por tanto, ha de mirar el servicio que se le encomienda, como un derecho, en cierto sentido, de aquellos a quienes debe servir con su ministerio.

6.- El ejercicio del ministerio que hoy recibís, ha de ser vivido como una oportunidad de santificación propia. Llevar al Señor por la calle debe serviros para andar sumergidos en un clima de reflexión, de contemplación y de oración por tantas intenciones como tiene la Iglesia cada día. De ellas debemos hacernos eco, sin menoscabo de las intenciones particulares que nos preocupan, o que otros nos encomiendan.

Del mismo modo, el encuentro con el enfermo o con el anciano, de acuerdo con el Ritual que se os ha entregado, debe propiciar en ellos la disposición adecuada para vivir un momento sagrado en el rincón de la casa o en el lecho del dolor. Ayudar al enfermo en su  preparación personal e inmediata para recibir al Señor Sacramentado,  y a  iniciar la acción de gracias posterior por haber venido a él, son  parte del ministerio; por tanto, merecen todo el cuidado que esté en las manos del ministro.

7.-En lo que se refiere al ejercicio del ministerio extraordinario dentro del templo, es muy oportuna la austeridad, evitando los excesos innecesarios. No es correcto que el Sacerdote esté sentado mientras los ministros extraordinarios reparten la Sagrada Comunión. Este comportamiento del seglar o del religioso o religiosa no sería un testimonio de servicial generosidad, sino una muestra de un aparente juego de ilusiones y comodidades no precisamente ejemplares. La exquisitez, basada en la visión sobrenatural del ministerio, ha de presidir las actitudes y las acciones de los ministros.

8.- Llegados a este momento de la reflexión homilética quiero invitaros a dar gracias al Señor porque os ha llamado y enviado para ser ministros extraordinarios del Sacramento por excelencia de la Redención, del Sacramento por excelencia de la intimidad con Dios; del Sacramento por excelencia que abre a la esperanza la vida de quienes lo reciben;  y que da sentido sobrenatural  a las alegrías y a las penas, a la salud y a la enfermedad, a los éxitos y a los fracasos, a las ilusiones y a los momentos oscuros.

Ante el don que vais a recibir,  os invito a uniros con todos los presentes en la oración que nos brinda el Salmo interleccional: “Bendice, alma mía, al Señor: ¡Dios mío, qué grande eres!... Cuántas son tus obras, Señor, y todas las hiciste con sabiduría” (Sal. 103).
                  QUE ASÍ SEA

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