HOMILÍA EN LAS PRIMERAS VÍSPERAS DE PENTECOSTÉS - 2011

Queridos hermanos Sacerdotes y Diáconos,

Queridos miembros de la Vida Consagrada y seglares:

            1.- Esta plegaria litúrgica de la tarde, que conocemos como el canto de Vísperas, inicia la celebración litúrgica de Pentecostés. Toda la fiesta que dedicamos al Espíritu Santo constituye una invitación a hacer un acto de fe en la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Acto de fe por el que también reafirmamos en nosotros la aceptación de cuanto nuestro Señor Jesucristo nos ha enseñado acerca del Espíritu Santo.

Aceptar la existencia del Espíritu Santo y las enseñanzas de Jesucristo acerca de su obra, lleva consigo creer firmemente en que su acción es imprescindible en la Iglesia y en notros. Dios, que es indivisible, obra en la creación, en nosotros, en la Iglesia y en el mundo, de tal forma que las tres divinas Personas quedan implicadas en su singularidad personal tanto como en su común naturaleza divina. Por eso, cuando los cristianos alabamos a Dios por lo que ha hecho en favor nuestro como Padre creador, como Hijo redentor y como Espíritu Santo santificador, entonamos la oración del Gloria en que alabamos a las tres divinas personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es necesario, por tanto, que, al recitar o entonar esta oración de alabanza, tomemos conciencia de lo que decimos;  y, haciendo un acto de fe en el Misterio de la Santísima Trinidad, alabemos y demos gracias a Dios que lo obra todo en todos, y que todo lo ha dispuesto para nuestro bien.

            2.- En la fiesta de Pentecostés se impone una reflexión contemplativa, a partir de la palabra de Dios que nos transmite la Santa Madre Iglesia, fijando nuestra atención, al menos, en algunas de las obras o dones con que el Espíritu Santo nos ayuda y enriquece.

            El Espíritu Santo “da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo;  de modo que si sufrimos con él, seremos también glorificados con él” (Rom. 8, 16-17).

Es la acción del Espíritu Santo la que nos permite entender y valorar la obra de Jesucristo en favor nuestro. Por eso, Jesucristo nos dice que es necesario que él se vaya para enviarnos al Espíritu, “porque cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena” (Jn. 16, 13). Él será “quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho” (Jn. 14, 26).

 3.- Es el Espíritu Santo quien habita en nosotros convirtiéndonos en templos vivos, según nos enseña S. Pablo diciéndonos: “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu de Dios ha bita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el tempo de Dios es santo; y ese templo sois vosotros” (1 Cor.  3, 16-17).

4.- Es el Espíritu Santo quien obra en nuestro interior la conversión, de la misma forma que lo hizo en los Apóstoles cuando estaban reunidos en el cenáculo por miedo a los judíos. Al llegar el Espíritu Santo y actuar en ellos, cambiaron el miedo en valentía y dieron testimonio de Jesucristo con toda claridad (cf. Hch. 2, 15-17).

Es el Espíritu Santo quien nos capacita para dar testimonio de Jesucristo en los momentos difíciles, porque, según nos enseña Jesucristo, “no seréis vosotros los que habléis sino el Espíritu Santo” (Mc. 3, 11). Es, por tanto, el Espíritu Santo quien nos capacita para el apostolado al que Dios nos llama desde el Bautismo: “Recibiréis el Espíritu Santo  que va a venir sobre vosotros -dice el Señor a sus apóstoles- y seréis mis  testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta el confín de la tierra” (Hch. 1, 8).

5.- Es el Espíritu Santo quien santifica los dones del pan y del vino, que presentamos en el ofertorio de la Misa, “de manera que sean para nosotros Cuerpo y Sangre de Jesucristo nuestro Señor”(Ordin. De la Misa), como pide el Sacerdote celebrante al preparar la Consagración.

6.- Es el Espíritu Santo quien hace la unidad de la Iglesia, según pide también el celebrante en la Plegaria Eucarística, diciendo: “Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo”

7.- Por todo ello, nuestra oración litúrgica hoy ha de elevarse al cielo dirigida al Espíritu Santo, como nos invita a hacer la antífona del Magníficat,  pidiéndole que venga a nosotros, que llene nuestros corazones y encienda en nosotros la llama del amor de Dios. Que fortalezca nuestra fe y no ayude a recibir el mensaje de Jesucristo y a serle fieles hasta el fin de nuestros días.
                              QUE ASÍ SEA

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