HOMILÍA EN EL DOMINGO DE RAMOS - 2013

Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diáconos asistentes,

Queridos hermanos y hermanas miembros de la Vida Consagrada y seglares:

1.- Los santos Evangelios nos presentan a Jesucristo en su profunda y misteriosa realidad: es Dios y hombre verdadero. En el curso de su vida entre nosotros, Jesucristo, asumiendo plenamente la condición humana, en todo menos en el pecado, nos enseñó a conocernos y a saber cuál debería ser nuestro estilo de vida, el horizonte hacia el que dirigirnos, y las actitudes y comportamientos personales y sociales, humanos y sobrenaturales. Por eso, en Jesucristo debemos ver al maestro y al ejemplo indefectible para nuestra forma de pensar y de vivir.
El testimonio de fidelidad absoluta a la condición humana y a su realidad divina llega no solo a lo que podríamos llamar actitudes y comportamientos, sino que nos muestra, simultáneamente, las circunstancias y problemas con  los que podemos encontrarnos en la sociedad, y cuál debe ser nuestra reacción ante ellos.

2.- Hoy, Domingo de Ramos, el santo Evangelio nos presenta distintas facetas de Jesucristo. Una de ellas es la relación de autoridad y confianza que tenía, simultáneamente, con la gente que le seguía. Envió a dos discípulos para que le trajeran un  borrico que estaba atado y que nadie había montado todavía. Y les advierte que, si alguien les llama la atención, le digan simplemente: “el Señor lo necesita”.

Jesucristo se manifestaba ante sus contemporáneos y conocidos con toda sencillez, con todo amor, con toda humildad y en actitud de servicio. Pero, junto a todo ello, mantenía y ejercía su identidad como el enviado del Padre, como el Señor de cielos y tierra, como el que tenía palabras de vida eterna, como el que tenía poder sobre la vida, sobre los diablos y sobre la naturaleza. Mantener la unidad en todo este conjunto de aspectos no era nada fácil. Más bien se constituía en motivo de sorpresa, de extrañeza e incluso de sospecha respecto de qué sería en verdad ese nazareno.

3.- Me parece importante destacar el hecho de que Jesucristo no oculta su condición divina, aunque no todos la percibían. No todos sabían entender el fondo de sus palabras y de sus acciones ordinarias y milagrosas. Para unos era más que un profeta, y para otros obraba con el poder de Belcebú. Por unos era aplaudido, y por otros era maliciosamente vigilado. Ante esta realidad claramente manifestada en el Evangelio podemos preguntarnos:¿No es esa la realidad con que nos encontramos, también muchas veces, en nuestra vida real? ¿No es ese conjunto de reacciones contradictorias ante nuestras palabras y comportamientos lo que nos produce zozobra, disgusto e incluso oscuridad a la hora de orientarnos en las acciones que trascienden más allá de nosotros y cuyas interpretaciones no podemos prefver ni dominar? Este problema se presenta a los matrimonios en su relación mutua, a los padres respecto de los hijos, a los gobernantes ante los ciudadanos, a los sacerdotes ante sus feligreses y extraños, etc.

4.- En el Domingo de Ramos, que hoy estamos celebrando, las multitudes aclamaron a Jesucristo, le glorificaron con sus alabanzas y, tratándole como Rey, ponían sus mantos en el suelo por donde iba a pasar, para que le sirvieran de alfombra en su camino hacia Jerusalén.

Jesucristo, manifestó que era justo y necesario que las gentes le reconocieran y le aclamaran como el Mesías, como el enviado de Dios para salvar al Pueblo de Israel. Por eso, cuando los que le seguían cargados de envidia le quisieron corregir haciéndole responsable de semejantes honores que ellos no querían admitir porque les molestaban, Jesús les hizo callar diciéndoles:  “Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras” (Lc. 19, 40).

5.- Cuando se nos ocurre pensar que le aclamaban los que habían visto sus milagros y escuchado sus atrayentes enseñanzas, nos viene a la mente que fueron las multitudes quienes pidieron luego su muerte gritando: “Crucifícale”. No es improbable que entre quienes pedían su muerte hubiera gentes que habían comido en la multiplicación de los panes y los peces; que le habían visto resucitar muertos o curar lisiados. Lo que ocurre es que las multitudes tienen grave peligro de convertirse en masas fácilmente dominables y manipulables. De ello tenemos experiencia en los inesperados cambios que experimentan personas concretas cuando el ambiente les arrastra, en los movimientos populares tan manipulados muchas veces, y en los cambios generalizados de conducta según mandan las influencias sociales bien pensadas y ejercidas por quienes buscan sus intereses más que el servicio a la verdad, a la justicia y a la paz.

6.- Con todo lo que nos enseña hoy el santo Evangelio, bien podemos hacer un sincero examen de conciencia procurando analizar nuestros comportamientos, las actitudes que los motivan y las razones que nos llevan a adoptar esas actitudes y a mantener esas intenciones. No perdamos de vista que la criatura humana es voluble: tan capaz de hacer el bien, como de torcer inesperadamente su comportamiento hacia formas lejanas a la verdad, a la justicia, al amor  y a la paz, aunque sea esto lo que constantemente esté pidiendo y hasta exigiendo a los otros en sus manifestaciones sociales.

El santo Evangelio de hoy nos ayuda a revisarnos interiormente con sinceridad, con humildad y con valentía, buscando el camino recto, la verdadera fuente de la ayuda que necesitamos (que no está en el apoyo social), y lo que debemos y podemos hacer para que otros no caigan en el error que nosotros podemos haber superado.

Para alcanzar esto, es muy importante que aprendamos a vencer el miedo al “qué dirán”; que fundamentemos nuestros criterios en el mensaje de Jesucristo; y que seamos apóstoles de la verdadera libertad. La verdadera libertad nada tiene que ver con que nos dejen tranquilos y con que no se metan con nosotros. La verdadera libertad está en saber elegir siempre el bien, orientados por la verdad y ayudados por el ejemplo y por la gracia de Jesucristo.

7.-Al iniciar la gran semana de los cristianos, la Semana santa, asomándonos al misterio de la redención, que es obra de la verdad y del amor, y que nos conduce a la salvación, hagamos un esfuerzo por analizar y reorientar los móviles de nuestra forma de pensar y de actuar como cristianos en relación con Dios, con  el prójimo, con  la sociedad, con  la Iglesia, con la familia, etc.                        

QUE ASÍ SEA

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