HOMILÍA EN EL DOMINGO TERCERO DE CUARESMA, 2013



Mis queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diácono asistente, 
queridos hermanos miembros de la Vida Consagrada y seglares todos: 

1.- El Señor se nos presenta hoy como el único Dios, como el ser supremo, como el que es antes que todos y sobre todos. A la pregunta de Moisés, acerca del nombre de quién le anuncia que va a intervenir en la liberación del pueblo de Israel, responde: “soy el que soy”. Esto significa que Él es quien tiene su ser como propio, no recibido. Su existencia no depende de nadie. Para quienes podían entenderlo, esto significaba que era Dios, el único Dios; no uno de los dioses o ídolos que atraían la atención de los paganos y  condicionaban su vida sin garantía de verdad.

2.- La presentación del Dios de Abraham, de Isaac, y de Jacob, el que “es”, no va unida a gestos que puedan causar miedo ni resignada sumisión. No ejerce su poder en beneficio propio ni para sojuzgar a los hombres, sino para liberarles, para salvarles. Aquel que “es” sobre todo, es, por encima de todo, “amor”. Por eso se dirige a Moisés diciéndole que ha conocido la opresión a que está sometido su pueblo elegido y va a bajar a librarlos de los egipcios. 

Nadie le había pedido todavía a Dios que interviniera en la vida del pueblo sojuzgado por los Egipcios. Él es quien toma la iniciativa. El que ama de verdad, siempre toma la iniciativa en favor del ser amado, sin poner como condición la recompensa.

El Papa Benedicto XVI ha sido una muestra clara y ejemplar de seguir el camino señalado por el Señor. Con un gesto de fe y de confianza en Dios ha tomado la iniciativa que consideró como la más adecuada para la vida de la Iglesia, que es la Viña del Señor de la que él se consideró siempre un humilde trabajador. Benedicto XVI ha vivido y testimoniado el convencimiento creyente de que somos necesarios mientras el Señor nos pide un ministerio; pero que no somos imprescindibles. Por tanto, la misma elección del Señor para una misión determinada lleva consigo el deber de considerar honestamente y en su presencia la decisión correcta de permanecer o de abrir el paso a quien Dios ponga en ese lugar. La gran lección del Papa Benedicto XVI ha sido la serenidad, el espíritu de sacrificio, la humildad y la plena confianza en Jesucristo puesta la esperanza en que “en la barca de la Iglesia está siempre Jesucristo”.

Nosotros debemos aprender, a la luz del gesto valiente y difícil de Benedicto XVI, que ninguna institución y ninguna obra  en la que el Señor nos llame a colaborar es nuestra por muy entusiastas y comprometidos que nos encontremos en ella. El ámbito en que debemos cumplir la vocación recibida del Señor no es nuestro; es suyo. Cuando nos llama nos manifiesta que necesita de nuestra colaboración, en un grado u otro, para su desarrollo y para el cumplimiento de sus fines. ¡Qué distinta sería la familia, la sociedad y la misma Iglesia, por ejemplo, si entendiéramos así nuestra vocación!

Puesto que la renuncia del Papa Benedicto XVI al sumo Pontificado en la Iglesia ha sido un  exquisito ejemplo de fidelidad al Señor, fraguada en la oración,  asumida con plena libertad, y vivida con espíritu de entrega y de sacrificio, nos unimos hoy en una plegaria especial. Queremos dar gracias a Dios por el rico servicio que ha propiciado a su Iglesia a través de este Papa; por el ejemplo de humilde amor a la verdad, y por el testimonio de valentía desde la debilidad humana, que es el espacio en que se manifiesta la fuerza de Dios. Al mismo tiempo elevamos con fe nuestra súplica al Señor para que ilumine a Benedicto XVI en su indudable dedicación a la Iglesia desde la nueva situación en que ahora se encuentra. Nuestra plegaria debe incluir, al mismo tiempo, la oración para que dirija la mente y el corazón de los Cardenales que han de elegir al nuevo Papa ya esperado por la cristiandad. 

3.- Hoy la santa Madre Iglesia nos invita a considerar el gesto de Dios tomando la iniciativa para liberar a su Pueblo y de cada uno de sus miembros de la esclavitud de Egipto. Con ello nos muestra su comportamiento con la Iglesia y con cada uno de los cristianos. A la vista de ese gesto de Dios, llevado a cabo para nosotros en Jesucristo nuestro redentor, se nos descubre muy claramente un objetivo de revisión y de conversión personal. Podríamos concretarlo en el ánimo de responder sinceramente a una pregunta muy sencilla: ¿Qué idea tenemos de Dios? ¿Qué es Dios para nosotros? ¿Qué idea tenemos de la Iglesia? ¡Cómo entendemos y vivimos nuestro lugar y nuestra misión en ella? Y para concretar esta pregunta al máximo podríamos añadir esta otra: ¿Cuándo y para qué recurrimos a Dios? ¿Qué hacemos en la Iglesia?

4.- La liberación que Dios obró en favor nuestro con su pasión, muerte y resurrección al hacerse presente en su Hijo Jesucristo nos puso en condiciones de que entendiéramos quién es Dios en verdad y qué nos ofrece realmente para  llamarnos a tenerle en cuenta, para adorarle y glorificarle.

El Señor, con todo lo que asumió cumpliendo la voluntad del Padre, nos manifestó la realidad de Dios. Dios es el creador y salvador del hombre. Dios es Padre amoroso que no puede abandonar a los hijos en nuestra propia perdición, aunque la hayamos causado nosotros mismos. Dios es el único que entiende y ama plenamente al hombre. Por eso no ejerce su justicia convirtiéndonos en reos, a pesar de nuestros pecados, sino como la fuerza divina que nos hace justos, que nos renueva haciéndonos hijos suyos. 

Dios es quien nos llama para que entendamos que tenemos una necesidad imperiosa de salvación. La salvación que Dios nos promete y para la que envía a su Hijo Jesucristo es la liberación de nuestra alma acosada por las tentaciones del diablo y herida por el pecado.  

Esta salvación solo puede ofrecerla Dios. Solo él es quien nos conoce personal y profundamente. Solo él tiene poder sobre el pecado y sobre el diablo. Solo él puede restaurar nuestra relación con él rota por nuestras culpas.

5.- La salvación que nos ofrece el Señor es la liberación interior. Y, para recibirla debidamente, la Santa Madre Iglesia nos ofrece todo un programa cuaresmal. Y, con él, todo un cúmulo de ayudas que debemos aprovechar.
La primera es reconocer, como nos dice el Salmo, que el Señor es compasivo y misericordioso. Por tanto nadie ha de sentir miedo ni reparo al acercarse a Dios. “Él perdona todas nuestras culpas y cura todas nuestras enfermedades espirituales; él rescata nuestra vida de la fosa del pecado y de los malos hábitos que pudiéramos haber contraído. Y todo ello lo realiza en favor nuestro aún a costa de su propia vida. Este es el misterio que celebramos en la Semana Santa y, sobre todo, en la Santa Misa. Por eso, nadie puede considerarse cristiano en verdad si no participa en la Eucaristía el Día del Señor que es cada Domingo.
Para que lo entendamos bien, hoy la Santa Madre Iglesia nos presenta una bella parábola. En ella, el dueño del campo se dirigió a quiénes pretendían medir la maldad de los hombres a partir de una conducta que merecía un severo castigo. 

Y les habló de la higuera que no daba fruto en varios años. Él, poniéndose en lugar del agricultor que la tenía en su viña, ante la petición de cortarla porque no daba fruto, pidió una nueva oportunidad, un año más, en que se aumentaran los cuidados cavando a su alrededor, echando abono y regándola debidamente.

6.- Así es Dios para nosotros. Y esa nueva oportunidad que nos concede ahora puede ser esta Cuaresma. La palabra de Dios, la meditación en los misterios de nuestra redención, el sacramento de la penitencia y el clima de sacrificio y purificación propios de este tiempo, son los cuidados especiales que Dios quiere para que  nos renovemos y lleguemos a dar buenos frutos.

Aprovechémoslos.

Que la Santísima Virgen María dirija y tutele nuestros pasos.

QUE ASÍ SEA 

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