HOMILÍA EN LA MISA CRISMAL – 2013


1.- SALUDO

Mis queridos hermanos sacerdotes y Diáconos, a quienes me siento unido por vínculos sacramentales y por la misión que el Señor nos ha encomendado.

Queridos hermanos y hermanas miembros de la Vida Consagrada, que con vuestros carismas  el Espíritu Santo ha enriquecido a la Iglesia.

Queridos hermanos laicos, cuya presencia hoy aquí significa la reunión del Pueblo de Dios junto a sus pastores.

Queridos Seminaristas, a quienes el Señor ha bendecido con indicios de su llamada al sacerdocio ministerial para el servicio de la evangelización y de la santificación de los hombres.

2.- ME DIRIJO ESPECIALMENTE A LOS PRESBÍTEROS
Aunque dirijo a todos los presentes las palabras de esta homilía, quiero advertir a los fieles asistentes que, por el carácter eminentemente sacerdotal de la celebración que nos reúne, me referiré sobre todo a los Presbíteros y a los Diáconos próximos a recibir el sacramento del Orden en el grado de Presbíteros.

3.- MI PRIMER DESEO EN ESTE DÍA

En primer lugar quiero saludaros, queridos hermanos en el Sacerdocio, expresándoos, como Obispo vuestro, el deseo que S. Juan manifiesta a las Iglesias en las primeras líneas del Apocalipsis: “Gracia y paz a vosotros de parte de Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra” (Apc. 1, 5). En esta celebración, que nos invita a considerar la dignidad del ministerio para el que el Señor nos ha llamado, elevo mi plegaria de alabanza en nombre de todos nosotros a Quien es el origen, el maestro y el valedor de nuestro sacerdocio ministerial, diciendo, también con palabras del Apóstol Juan: “A aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios su Padre. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (Apc. 1, 5-6).

4.- RENOVEMOS LA CONCIENCIA DE NUESTRA IDENTIDAD SACERDOTAL

Queridos hermanos sacerdotes, cuando vamos a renovar las promesas que hicimos con emoción y devoción al recibir el sacramento del Orden sagrado, me parece oportuno renovar la conciencia de nuestra identidad. Hemos recibido la misión de continuar en el tiempo la obra redentora de Jesucristo. Por ello fuimos ungidos y enviados a dar la Buena Noticia a los pobres  y a proclamar el tiempo de gracia del Señor.

5.- EL MUNDO AL QUE HEMOS SIDO ENVIADOS

En las circunstancias culturales y sociales que atravesamos, predominan la frialdad e incluso el alejamiento de la Fe en Jesucristo, y el sufrimiento tanto material como espiritual. La pobreza, la soledad, la decepción y el pesimismo ensombrecen los horizontes de vida y apagan o reducen la luz sin la cual no se puede percibir íntegramente la realidad. Una buena parte de la humanidad, en la que se encuentran muchos bautizados,  vive en el desierto espiritual sin el abrigo de la gracia y sin el sabor del verdadero sentido que tiene el don de la vida. Como decía el Papa Benedicto XVI de feliz memoria, necesitan que nos pongamos en camino para “conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud” (PF. 2).

Las personas que atraviesan esta situación tienden a inclinar la mirada hacia la tierra y no llegan a atisbar el sentido y la riqueza que aporta a nuestra existencia el Misterio de Dios que  nos trasciende. Con ello ven reducida su capacidad para percibir la Luz sobre toda luz, la promesa de salvación, y la esperanza contra toda desesperanza, sin  las cuales la vida humana se agota en la insatisfacción del presente.

6.- DIFICULTAD EN EL EJERCICIO DE NUESTRO MINISTERIO

En esta tesitura nuestro ministerio, dondequiera que lo ejerzamos, se encuentra con la dificultad que nos presenta una aparente contradicción. El ser humano, que sufre el vacío y el nerviosismo del sinsentido, busca con ansiedad la superación de sus carencias e insatisfacciones. Y, confiando en que lo puede encontrar alrededor de sí mismo, se abalanza sobre cuanto se le ofrece en el ámbito de la inmanencia. No ha de extrañarnos, pues, que los Sacerdotes, llamados a ser hombres de Dios y signo suyo en medio del mundo, no nos sintamos comprendidos, ni aceptados,  a veces, incluso por muchos de los bautizados. Ello, en determinados momentos, puede llevarnos a sospechar que nuestro ministerio haya perdido significación para buena parte del mundo que nos rodea y que,  por tanto, somos insignificantes, extraños o incluso contradictorios en la sociedad a la que hemos sido enviados. 

7.- PERO EL HOMBRE DE HOY NOS NECESITA

Sin embargo, considerando en profundidad la situación del hombre de hoy,  y analizando la raíz de su crisis de pensamiento, de convencimientos fundamentales y de su situación en el mundo, descubrimos una radical necesidad de Dios. Sabemos que fuera de Él es imposible que encuentre el sentido positivo de su identidad esencial, de todo lo que les pasa, y de lo que están llamados a ser.

Desde esa perspectiva, queridos hermanos presbíteros, po0demos descubrir que somos más necesarios, incluso, que en otros tiempos y situaciones. Quienes exteriormente nos rechazan  nos dan a entender en ello, paradógica pero realmente, la urgente necesidad de nuestra presencia y de nuestra acción pastoral en el mundo de hoy. Debemos sentirnos para ellos, profetas de la luz y de la liberación.

8.- LEVANTEMOS EL ÁNIMO Y LA VOZ PARA EVANGELIZAR

Es absolutamente necesario, pues, levantar la voz, con tanto respeto como entusiasmo y constancia, predicando el amor de Dios, acercando las personas a la Luz que es Jesucristo, propiciando la relación sencilla del hombre con el Señor. Sabemos con toda certeza que Dios mismo es quien está interesado por los increyentes y alejados, y que, por suerte para nosotros, es Dios quien toma siempre la iniciativa para propiciar el encuentro con ellos. Recurro con agrado a las palabras del Papa Benedicto XVI en su último mensaje para la Cuaresma: “Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe…El “sí” de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido” (Mensaje para la Cuaresma 2013. 2). Por eso, no podemos cesar en la predicación y en la oración que han de conducir a la experiencia del amor de Dios. La proclamación de la palabra revelada no puede reducirse a la transmisión de unos conceptos, de unos mandatos, o de unas prohibiciones; ni siquiera a recordar los bienes que pueden llegarnos por la práctica de los Sacramentos. Es absolutamente imprescindible que ayudemos a conocer y entender las razones de las que brotan las exigencias interiores de la vida cristiana.

9.- EN EL AÑO DE LA FE

La fe, que no está sometida a la razón, requiere también el apoyo de la razón humana para su cultivo, para su fortalecimiento y para su desarrollo.

La fe brota siempre del conocimiento del amor de Dios cuya noticia, magnitud y estilo se nos manifiesta con toda su fuerza en Jesucristo. Sólo desde el encuentro personal con Él puede fortalecerse la fe. San Juan nos dice: “Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4, 16). El Papa nos lo ha dicho así: “El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor” (o.c. 1).

En este Año de la Fe nos conviene mucho reflexionar personal y comunitariamente acerca de la íntima relación que existe  entre la fe y el amor. La fe, que se despierta al descubrir a Cristo asumiendo la iniciativa de entregarse en sacrificio cruento para salvarnos exclusivamente por amor, suscita nuestro amor a Dios. Desde la experiencia del amor que Dios nos tiene se descubre la urgencia del amor al prójimo. El amor de Dios es la mejor escuela para amar a Dios y a nuestros hermanos, sin reduccionismos ni simples emotividades. Al prójimo debemos amarlo como Jesucristo nos ha amado (cf. Jn. 15, 12). También sobre ello nos dijo Benedicto XVI: “A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término “caridad” a la solidaridad o  a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, “el servicio de la Palabra”. Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana” (o.c. 3).

10.- EL ESPÍRITU DEL SEÑOR ESTÁ SOBRE NOSOTROS

A La luz de estas reflexiones, y teniendo en cuenta nuestra condición de ministros del Señor, podemos y debemos asumir, como dichas también por nosotros,  las palabras con que terminó Jesucristo la lectura del profeta Isaías: “Hoy se cumple esta Escritura (Lc 4, 21). Por nuestro ministerio, hemos sido ungidos y enviados para dar la Buena Noticia a los pobres y para anunciar el tiempo de gracia del Señor.

Nuestra misión consiste en dar gloria a Dios mediante la Liturgia, las acciones piadosas y el recto comportamiento según el Evangelio.  Dar gloria a Dios exige de nosotros fe y amor. El Señor nos llama a ello ayudándonos a entender que, por participar de su mismo y único sacerdocio, también se cumple ahora en nosotros la Escritura.

A través nuestro ha de llegar la Buena Nueva a los pobres y la esperanza a los defraudados y a los pesimistas, a quienes ven cerradas las puertas humanas a la solución de sus problemas, y a los que no saben por qué y para qué viven si se les niega el disfrute de lo que les apetece.

11.- RENOVEMOS LAS PROMESAS SACERDOTALES

Ahora vamos a renovar las promesas que un día hicimos con firmeza emocionada y con entusiasta generosidad. Pongamos en nuestras palabras la fuerza de la fe y del compromiso firme, confiando plenamente en Quien nos ha elegido y enviado, y Quien inicia y lleva a término toda obra buena.

Que nuestra predicación y nuestros  proyectos pastorales no se debiliten por  la inercia de una débil o rutinaria disponibilidad sacerdotal. Que la presión social no llegue a disminuir el entusiasmo de quien se siente llamado y acompañado por Jesucristo. Tomando ejemplo de los Apóstoles pensemos y, si es necesario, digamos:  “¿Es justo ante Dios que os obedezcamos a vosotros más que a él?...Por nuestra parte no podemos menos de contar  lo que hemos visto y oído”(Hch. 4, 19-20).

12.- CON LA PROTECCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Pidamos a la santísima Virgen María, Madre de Jesucristo y Madre nuestra, que nos ayude a ser sinceros y veraces ante Dios nuestro Señor; que nos acompañe en los momentos de oscuridad para que no tropecemos ni caigamos en el camino del constante acercamiento a Jesucristo; que nos dirija para conocer cada vez mejor a su Hijo Jesucristo y podamos cumplir con pulcritud lo que él nos diga.

QUE ASÍ SEA 

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