Queridos
miembros de la Vida Consagrada,
queridos seminaristas y
seglares todos:
1.- En la liturgia del
Jueves Santo celebrábamos ayer la enseñanza que, sobre el amor fraterno, daba
Jesucristo con sus palabras y con su ejemplo.
Como la gracia más importante con que el Señor
muestra su amor a la humanidad pecadora es la redención, el perdón de los
pecados, Jesucristo nos dio en las
últimas Cenas un signo de su amor mediante la purificación corporal: lavó los
pies a sus discípulos.
Como el pecado había roto
el acceso del hombre a Dios, Jesucristo explicó a sus discípulos el gesto externo
del lavatorio de los pies, dándoles a entender que la purificación interior es
imprescindible para mantener la relación
con Dios. Por eso dice a S. Pedro, que
se manifestaba reacio a dejarse lavar los pies nada menos que por su Maestro y Señor: “Si no
te lavo los pies, no tienes nada que ver conmigo” (Jn. 13, 8).
2.- Hoy, en la Liturgia
que nos congrega, celebramos el gesto
definitivo en el que Dios nos da
a entender hasta donde llega su amor incondicional a los hombres. Nuestra
atención y nuestra plegaria se centran en la muerte sacrificial de Jesucristo.
En ella se demuestra fehacientemente la
verdad de las palabras de S. Juan: “Tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que crea en él
no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3, 16).
3.- La cruz de
Jesucristo, convertida en altar para el sacrificio propiciatorio elevado al
Padre como ofrenda de suave olor, es, al mismos tiempo, el patíbulo del pecado
y de la muerte. Por eso S. Pablo, contemplando la victoria del amor de Dios
manifestado en Jesucristo, exclama: “La
muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria?
¿Dónde está, muerte, tu aguijón?” (1 Cor. 15, 55). La piedad popular,
expresión de la fe sencilla de los cristianos, canta en un antiquísimo himno a
la Cruz: “¡Dulce árbol donde la Vida
empieza con un peso tan dulce en su corteza!...Al Dios de los designios de la
historia, que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza; al que en Cruz devuelve la
esperanza de toda salvación, honor y gloria” (Himno Viernes Santo).
4.- El pueblo creyente elevará hoy una sentida oración por
todos sin excepción, entendiendo, como nos ha recordado el Papa Francisco, que
todos, creyentes o no, somos hijos de Dios, y todos merecen una sincera oración
para que el Señor conceda a cada uno la gracia que necesita. Así daremos
testimonio de que hemos aprendido la lección de amor que nos ha dado
Jesucristo.
4. 1.- En primer lugar elevaremos
nuestra súplica por la Iglesia, por el Papa y por todos los ministros sagrados,
para que ejerzan su ministerio con acierto y procuren que los fieles cristianos
y quienes se preparan a serlo perseveren siempre en la fe y en el bien obrar.
4. 2.- Así mismo oraremos por la unidad de los cristianos,
secundando la plegaria de Jesucristo después de la última Cena: ”para que todos sean uno, como Tú, Padre, en
mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea
que tú me has enviado” (Jn. 17, 21). Es oportuno recordar, a la luz de las
palabras de Jesucristo, que la unidad de los cristianos es obra de Dios, que
nosotros debemos procurar con todas nuestras fuerzas mediante la propia
conversión y la docilidad a los planes del Señor.
4. 3.- Oraremos también
por los Judíos, que nos han precedido en la fe de Abrahán, de Isaac y de Jacob,
pero que todavía no han reconocido en Jesucristo al Mesías redentor. Pediremos
a Dios que ayude al pueblo de la primera Alianza para que alcance la plenitud y
la redención.
4. 4.- Nuestra oración se
elevará también al Cielo para que los no creyentes en Dios y en Jesucristo
lleguen a reconocerle como Dios y Padre de todos los hombres, y así gocen de su
amor infinito.
4. 5.- Finalmente
oraremos por los gobernantes, para que logren la libertad, la justicia, la paz
y la prosperidad en todos los pueblos.
4. 5.- La sucesión de
nuestras plegarias recordará también a los que sufren, a los atribulados por
cualquier motivo, para que sientan en sus adversidades la ayuda de la
misericordia divina.
Con estas preces
cultivaremos y manifestaremos a Dios que deseamos vivir el amor de Jesucristo a
todos los hombres sin distinción de
raza, pueblo, o religión; y que le pedimos la gracia de ser apóstoles de su
Evangelio para todos los hombres y allá donde nos encontremos.
5.- El Viernes Santo es
el día en que Jesucristo murió cruelmente porque muchos de sus contemporáneos
no entendieron el lenguaje de su amor. Por eso, este día debe ser, para todos
los cristianos la gran lección de que el amor siempre vence, aunque sean duras
la pruebas que haya que superar para vivirlo con autenticidad y constancia.
Nuestra petición al Señor
será hoy la gracia de entender el misterio del amor y de la misericordia de
Dios, y de ser capaces de incorporarlos en nuestra vida.
6.- La santísima Virgen
María, que vivió directamente la muerte de Jesucristo por amor al mundo, y que,
con la espada que atravesó su corazón, participó del dolor de la fidelidad al
Señor, nos alcance la gracia de entregarnos generosamente al servicio de Dios y
de los hermanos.
QUE ASÍ SEA
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