- V Domingo de Cuaresma -
Santa Iglesia Catedral, 17 de
marzo, 2013
Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y
diáconos asistentes.
Dignísimas autoridades autonómicas y locales,
civiles y militares,
Miembros de la vida consagrada y seglares todos:
1.- El carácter permanente de la
obra de Dios, por maravillosa que esta sea, puede acostumbrarnos a los dones
que recibimos y a considerarlos como algo ordinario, e incluso como un derecho
propio. Así ocurre con el inmenso don de la vida, de la familia, de la
naturaleza, de la posibilidad de dirigirnos al mismo Dios en la oración, de
tenerle tan cerca de nosotros como le tenemos en la Eucaristía o de formar
parte de la Iglesia en la que Jesucristo sigue actuando a través de la historia.
No siempre tratamos todas estas realidades con el respeto y el cuidado que
merecen por su origen. Reflexionando sobre esto con fe y humildad deberíamos
preguntarnos: ¿Qué caso hacemos de los dones de Dios? ¿Cómo los utilizamos?
¿Cómo los agradecemos?
2.- Cada uno de los dones recibidos
de Dios debe ser entendido no solo como un gesto de predilección divina, sino
también como una llamada a plantearnos qué es lo que Dios quiere de nosotros.
Cada regalo de Dios, si logramos entenderlo como tal, es un estímulo para
avanzar en el camino de nuestra realización personal y comunitaria o social.
Como todo lo hemos recibido de
Dios, nuestra vida debería ser un constante himno de alabanza y de gratitud a
Dios que lo obra todo en todos.
3.- En estos días hemos recibido un
don cuyo carácter extraordinario le concede un especial relieve en la sociedad:
un nuevo Papa ha tomado el timón de la Iglesia. En sus primeras palabras se ha
presentado al pueblo de Dios con la humildad de los sencillos de corazón. Se ha
dirigido a toda la Iglesia y ha comenzado pidiéndonos ayuda como un hombre
necesitado de nuestra oración. Esa petición me recordaba a Jesús que comenzó el
diálogo con la samaritana pidiéndole de beber. Al mismo tiempo, el Papa nos ha asegurado
su disposición de entregarse sin reservas al ejercicio del ministerio que el
Señor le ha encomendado al frente de su Iglesia.
Demos gracias a Dios de corazón. Atendamos la llamada que el Señor nos dirige con el regalo de un nuevo Papa, y dispongámonos a seguir sus orientaciones para trabajar por la unidad de la Iglesia y por la evangelización de los pueblos.
4.-Atendiendo la llamada de Dios
que va unida al don del Sumo Pontífice, cabeza visible de la Iglesia, es
necesario que nos replanteemos nuestro lugar en la Iglesia y, desde ella,
nuestra misión en el mundo.
La presencia y la palabra del Papa
nos convocan a una revisión del modo cómo entendemos y vivimos nuestro ser
cristiano. Todos estamos llamados desde el Bautismo a ser miembros vivos y
activos de la Iglesia como corresponde a un cuerpo orgánicamente armónico que debe
ser la comunidad Eclesial. En consecuencia, es deber nuestro el crecimiento en
la virtud, y la sincera colaboración en el seno de la Iglesia particular que es
la Diócesis, al tiempo que vivimos la fraternidad y la corresponsabilidad
cristiana en la pequeña comunidad eclesial que es la Parroquia
5.- Urge también que nos comprometamos
en la evangelización de quienes buscan al Señor cerca de nosotros, y en la
iluminación cristiana del orden temporal. Desde la propia familia, hasta las
estructuras e instituciones sociales de cualquier orden, todo ha de ser
entendido por los cristianos como el ámbito en que debemos desarrollar nuestra
propia misión puesto que somos discípulos de Jesucristo. Él ha dicho de sí
mismo: “Yo soy la luz del mundo. Quien me
sigue, no anda en tiniebla sino que tendrá la luz de la vida” (Jn. 8, 12).
Y luego, dijo a sus discípulos, a quienes consideraba íntimamente unidos a Él: “Vosotros sois la luz del mundo... Brille
así vuestra luz delante de los hombres para que viendo vuestras buenas obras
den gloria al Padre que está en el cielo”(Mt. 5, 14-15). La predicación del
mensaje de Jesucristo no significa avasallamiento espiritual ninguno, sino el
cumplimiento que brota de la conciencia de nuestra fraternidad universal y del
deber de dar gratis lo que gratis hemos recibido como regalo de sentido y de
esperanza.
6.- Todo esto no puede llevarse a
cabo si no estamos cerca de Jesucristo y si no actuamos con la humildad de
quien se siente instrumento en manos de Dios. San Pedro nos ha dicho en la
segunda lectura: “Dios resiste a los
soberbios, mas da su gracia a los humildes” (1Pe 5, 5). Nosotros no somos
los que salvamos al mundo. Es Dios quien lo salva. Nosotros somos instrumentos
en sus manos. Por tanto, debemos ser dóciles, humildes y testigos de la
misericordia de Dios a la que acudimos constantemente a causa de nuestros
pecados. De ello nos ha dado ejemplo ya el Papa Francisco I.
Pero esta condición de instrumentos
de la acción de Dios, cada uno en su ambiente, no es posible si no amamos a
Dios con todo el corazón; cosa nada fácil a causa de nuestras concupiscencias e
influencias externas. Por eso, Jesucristo, antes de entregar a Pedro la
primacía en la Iglesia, le pregunta tres veces a cerca de su amor. Y Pedro,
sorprendido por tanta insistencia, responde:“Señor,
tú conoces todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21, 17).
El Papa Francisco I ha dado
muestras de ser un hombre de Dios. Por ello, será un buen Pastor de la Iglesia
en tiempos difíciles, como los que le tocó vivir a San Pedro, el primer Papa.
7.- Demos gracias a Dios que nos ha
amado primero y nos capacita constantemente para que vivamos el amor que da
sentido a nuestra vida y nos lanza al apostolado.
Demos gracias a Dios que ha
bendecido a su Iglesia, una vez más, con un Papa que, como Pastor bueno, irá
delante de nosotros en la vivencia de la Fe, en el cultivo de la humildad, y en
el acercamiento a Dios, fuente de todo lo que somos, de todo lo que tenemos y
de todo lo que estamos llamados a ser.
8.- El Papa ha comenzado el primer
día de su ministerio poniéndose en manos de la Santísima Virgen María.
Pidámosle también nosotros que interceda ante su Hijo Jesucristo para que nunca
falten las fuerzas y el acierto a quien Él ha puesto al frente de su pueblo
santo.
QUE
ASÍ SEA
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