HOMILÍA EN EL ECUENTRO DE LOS VOLUNTARIOS DE CARITAS


Sábado, 9 de Marzo de 2013


Queridos miembros del equipo de Caritas diocesana,
Queridos voluntarios en el trabajo de atender a los más necesitados:

1.- La palabra de Dios nos invita hoy, a través del profeta Oseas, a pensar en la virtud de la misericordia. Y nos advierte que el comportamiento misericordioso agrada al Señor más que los sacrificios y holocaustos. Estas son las palabras que hemos escuchado: “Quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios más que holocaustos” (Os. 6, 6). La razón es muy sencilla: al Señor le agrada aquello que nace de dentro, del corazón, de la voluntad orientada por la inteligencia, por el conocimiento y la aceptación de Dios como Señor, Maestro y Salvador nuestro.

El Rey David, pidiendo perdón al Señor por su pecado, manifiesta haber entendido este principio, que es el de la sinceridad y no el del simple rito; y dice: “Te gusta un corazón sincero” (ssal. 50, 8) … “Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto no lo querrías. El sacrificio agradable a Dios es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado, tú, oh Señor, tú no lo desprecias” (Sal. 50, 18-19).

2.- Esta enseñanza nos ha llegado, de modo muy claro e insistente, de labios del mismo Jesucristo. Hablando con la Samaritana, que juzgaba la autenticidad y el valor del culto a Dios dependiendo de quién y donde lo ofreciera. Y le dice: “Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre …los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así” (Jn.4, 21. 23).

3.- No cabe la misericordia sin amor. Se quedaría en un simple sentimiento dominado por las circunstancias y, por tanto, fluctuando según los aires del agrado, del desagrado o de la presión social. En cambio, cuando interviene el amor, los gestos misericordiosos cobran el valor y la dignidad de la virtud.

Pero el amor, que hace posible la verdadera misericordia, ha de ser el que nos enseña Jesucristo con su ejemplo lavando los pies a sus discípulos y diciéndonos luego: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros: como yo os he amado, amaos también unos a otros” (Jn. 13, 34).

4.- En este sentido, debemos entender que el amor, ejercitado en la misericordia y, por tanto, en la caridad, no puede tener una auténtica identidad cristiana si no lo aceptamos como regalo de Dios. Cuando el Señor nos manda amarnos, está sacrificándose por nosotros para que recibamos el perdón de los pecados y, consiguientemente, la gracia de Dios. La Gracia es participación en la naturaleza divina. Con ella, lógicamente, recibimos, como regalo, la semilla del amor sobrenatural. Así ocurre en el Bautismo. En adelante es tarea nuestra cultivarlo. Y los medios han de ser: acercarnos e intimar con el Señor mediante la escucha atenta y religiosa de su Palabra, mediante la oración y mediante la participación en los Sacramentos; muy especialmente en la Eucaristía. En ella se hace presente para nosotros el único y definitivo sacrificio de Jesucristo; y él mismo se nos da como alimento para ese arduo peregrinar que es la constante conversión del corazón hasta identificarnos con Él, como dice S. Pablo: “Vivo, pero no soy yo el que vive; es Cristo quien vive en mí” (Gal. 2, 20).

5.- Esta es la condición exigida por la virtud de la Misericordia es, al fin y al cabo, la misma exigencia para el ejercicio de la caridad, que nace también del amor de Dios y que está esencialmente unida a la virtud de la misericordia . De lo contrario los proyectos y las dedicaciones sufrirían el “riesgo de diluirse en una organización asistencial genérica, convirtiéndose simplemente en una de sus variantes” (Motu Prop. sobre el servicio de la caridad) .Son palabras del recordado Papa Benedicto XVI. Por eso, continuará diciéndonos: “Con el fin de garantizar el testimonio evangélico en el servicio de la caridad, el Obispo diocesano debe velar para que quienes trabajan en la pastoral caritativa de la Iglesia, además de la debida competencia profesional, den ejemplo de vida cristiana y prueba de una formación del corazón que testimonie una fe que actúa por la caridad” (o.c. Art. 7,2).

6.- Al encontrarnos en el Año de la Fe, debemos aprender la enseñanza del magisterio de la Iglesia que nos dice: “La fe sin la caridad no da fruto; y la caridad sin la fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente” (PF. 13). Esto nos lleva a sacar una conclusión muy sencilla, aunque no siempre es tenida en cuenta debidamente por todos los cristianos. Es esta: el verdadero creyente no puede vivir sin el ejercicio de la caridad para con el prójimo. Y el que practica sinceramente la virtud de la caridad, estimula su fe.

En los destinatarios de las acciones caritativas debemos ver siempre el rostro de Jesucristo. Así nos lo enseña Él cuando, al hablarnos del servicio material y espiritual a los hermanos, añade: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt. 25, 40).

7.- Concluimos las celebraciones principales programadas para la celebración del cincuenta aniversario de la institución de Caritas diocesana en nuestra Iglesia particular. Es verdaderamente providencial que lo hayamos podido celebrar unido a la memoria del Concilio ecuménico Vaticano II. Una de sus constituciones pastorales nos invita a considerar en todas su amplitud el deber del cristiano para con las personas y la sociedad en todas sus dimensiones y aspectos. Podríamos decir que nos incita y nos ayuda a formarnos y a vivir auténticamente la caridad como una misión que nace de la misma esencia de la Iglesia.

Procuremos, con verdadero interés y esfuerzo, ir adentrándonos cada vez más en el misterio del amor de Dios a todos sin distinción, y a procurar las mejores actitudes y la mayor preparación para ejercer, en nombre de la Iglesia, toda acción caritativa para con el prójimo.

8.- La Santísima Virgen María, testimonio magistral de la caridad vivida con verdadera solicitud, nos ayude a descubrir el amor de Dios, y a practicar desde él nuestro amor cristiano con los hermanos.

Vivamos la Eucaristía con toda atención e interés. Ella es sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad.

QUE ASÍ SEA

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