HOMILÍA EN LA VIGILIA PASCUAL - 2013


Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes y diáconos asistentes,

            Queridos miembros de la Vida Consagrada,

Queridos miembros de la comunidad neocatecumenal que celebráis en esta noche santa el paso final de vuestro catecumenado,

queridos fieles laicos:

1.- Vivimos unos tiempos en que abundan en los ámbitos sociales tanto las promesas de todo orden como las decepciones a causa de su incumplimiento. Como reacción lógica y espontánea, crece la desconfianza. Este acontecer hace que se dé credibilidad casi solo a lo que se comprueba, a lo que se ve, a lo que se demuestra con argumentos prácticamente irreversibles. Podríamos decir que vivimos en una sociedad en la que se ha quebrado, en buena medida, la garantía de toda relación humana que es la credibilidad de la palabra ajena. Si esto ocurre con lo que pertenece al ámbito de lo terreno, ¿qué no ocurrirá con las verdades y promesas que trascienden el entendimiento humano porque pertenece a la obra de Dios? Lo que necesariamente ocurre en este caso es el enfriamiento de la virtud de la fe. Esa tibieza va causando la pérdida de la aceptación y del asentimiento humano ante la verdad revelada.

2.- Lo único que puede romper ese círculo de desconfianza e increencia es la experiencia personal. Lo que no queda a expensas de las discutibles demostraciones, sino que es aceptado intelectual y vivencialmente, por muy misterioso que sea, constituye el contenido de la experiencia. Y eso toca el corazón y gana el espíritu. Por eso, la mejor escuela de la fe cristiana es procurar que jóvenes y adultos hagan la experiencia de acercarse a Jesucristo y lleguen a experimentar personalmente su amor, su gracia, su perdón, su magisterio cálido y convincente, la verdad de su palabra y la fuerza arrolladora de su bondad.

3.- En esta solemne Vigilia Pascual nos encontramos con el hecho histórico de la resurrección de Jesucristo. Este acontecimiento es el final glorioso de un camino lleno de misterio, de sorpresas, de milagros, de promesas divinas que se han cumplido en Jesucristo. Un camino en el que no han faltado crueles adversidades ocasionadas por los enemigos de Jesucristo, del Mesías cuyo estilo rompía las mundanas expectativas que se habían forjado los escribas y fariseos.

4.- Ocurre que, entre los hombre, cualquiera de los hechos y palabras que podamos percibir en las actuaciones ajenas, es manipulable y manipulado de hecho por quienes no quieren aceptar aquello que no les gusta o no les conviene, por muy claro que sea. Lo vemos todos los días en los medios de comunicación social cuando los adversarios ideológicos, o de cualquier otro orden, refieren actuaciones humanas de quienes no piensan o actúan como ellos. Para esta campaña de menosprecio o descrédito no se escatiman las tergiversaciones más forzadas y la publicidad de las mismas. Parece que todo vale para apartar de la propuesta ajena a los posibles seguidores.

5.- Los enemigos de Jesucristo llegaron a decir que hacía los milagros con el poder de Belcebú, el príncipe de los demonios. A pesar de todo lo bueno que vieron y oyeron observando a Jesucristo, no cesaron en su empeño hasta que lograron su crucifixión. ¿Cómo iban a creer estos hombres en la resurrección de Jesucristo? ¿Cómo iban a creer en la victoria definitiva de Jesucristo sobre el maligno, simplemente con las armas de la verdad, del amor, de la humildad y de la fidelidad al Padre que le había enviado?

6.- Es cierto que las apariciones del Señor resucitado y los diálogos mantenidos con sus discípulos eran prueba más que suficiente de que no estaba muerto. Pero siempre cabía correr la voz de que tales cosas eran invención de sus fanáticos seguidores. Y así se hizo, comenzando por justificar el sepulcro vacío con la mentira de que, cuando los guardias dormían, los discípulos robaron el cuerpo.

Frente a todo esto, San Pablo, que vivió la experiencia de Dios en el camino hacia Damasco y en la soledad del desierto donde se retiró de inmediato, nos dice con una firmeza convincente: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe; más todavía: resultamos unos falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra él, diciendo que ha resucitado a Cristo a quien no ha resucitado…si es que los muertos no resucitan…Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre los muertos” (1 Cor. 15, 14-15. 19).

7.- La resurrección de Jesucristo es el núcleo fundamental de nuestra fe en la redención que Dios nos prometió inmediatamente después que Adán y Eva pecaron.

La resurrección de Jesucristo es el motivo de la esperanza que da sentido a nuestra vida en los momentos duros y en las circunstancias agradables.

La resurrección dio sentido a la muerte cruenta de Jesucristo en la cruz.

La resurrección de Jesucristo es el desafío más certero a todos los inmanentismos que encierran el espíritu humano dentro de los muros de lo tangible, de lo sensible, de lo material, de lo terreno y de lo perecedero.

Por todo ello, el Pregón Pascual inicia su canto con expresiones llenas de la seguridad que da la fe, y henchidas de gozo ante la culminación de la obra divina de Jesucristo. E invita al cielo a que celebre tan crucial acontecimiento: “Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación”. Y a continuación, como hemos escuchado, la invitación al gozo se dirige a la Iglesia que es la primera beneficiaria de la resurrección: “Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo”

8.- Nuestro deber ante este acontecimiento salvífico es, en primer lugar, pedir a Dios la gracia de la fe para vivir con plena convicción este acontecimiento de salvación universal. Y, al mismo tiempo, reconocer que “es justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Porque él ha pagado por nosotros al Eterno Padre la deuda de Adán y, derramando su sangre canceló el recibo del antiguo pecado” (Pregón Pascual).

9.- Pidamos al Seño, por intercesión de la Santísima Virgen María, Madre suya y madre nuestra, que nos conceda la gracia de esforzarnos cada día en el fortalecimiento y purificación de nuestra fe. Que seamos capaces de proclamar la resurrección de Jesucristo, con pleno convencimiento creyente. Y que nos ayude a vivir en la tierra esperando los bienes del cielo con plena confianza en el Señor que nos los ha prometido y que, con su resurrección los ha hecho accesibles a nosotros, pobres pecadores.
            QUE ASÍ SEA

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