Queridos hermanos sacerdotes
concelebrantes y diáconos asistentes,
Queridos
miembros de la Vida Consagrada,
Queridos miembros de la
comunidad neocatecumenal que celebráis en esta noche santa el paso final de
vuestro catecumenado,
queridos fieles laicos:
1.- Vivimos unos tiempos
en que abundan en los ámbitos sociales tanto las promesas de todo orden como
las decepciones a causa de su incumplimiento. Como reacción lógica y
espontánea, crece la desconfianza. Este acontecer hace que se dé credibilidad
casi solo a lo que se comprueba, a lo que se ve, a lo que se demuestra con
argumentos prácticamente irreversibles. Podríamos decir que vivimos en una
sociedad en la que se ha quebrado, en buena medida, la garantía de toda
relación humana que es la credibilidad de la palabra ajena. Si esto ocurre con
lo que pertenece al ámbito de lo terreno, ¿qué no ocurrirá con las verdades y
promesas que trascienden el entendimiento humano porque pertenece a la obra de
Dios? Lo que necesariamente ocurre en este caso es el enfriamiento de la virtud
de la fe. Esa tibieza va causando la pérdida de la aceptación y del
asentimiento humano ante la verdad revelada.
2.- Lo único que puede romper
ese círculo de desconfianza e increencia es la experiencia personal. Lo que no
queda a expensas de las discutibles demostraciones, sino que es aceptado
intelectual y vivencialmente, por muy misterioso que sea, constituye el
contenido de la experiencia. Y eso toca el corazón y gana el espíritu. Por eso,
la mejor escuela de la fe cristiana es procurar que jóvenes y adultos hagan la
experiencia de acercarse a Jesucristo y lleguen a experimentar personalmente su
amor, su gracia, su perdón, su magisterio cálido y convincente, la verdad de su
palabra y la fuerza arrolladora de su bondad.
3.- En esta solemne
Vigilia Pascual nos encontramos con el hecho histórico de la resurrección de
Jesucristo. Este acontecimiento es el final glorioso de un camino lleno de misterio,
de sorpresas, de milagros, de promesas divinas que se han cumplido en
Jesucristo. Un camino en el que no han faltado crueles adversidades ocasionadas
por los enemigos de Jesucristo, del Mesías cuyo estilo rompía las mundanas
expectativas que se habían forjado los escribas y fariseos.
4.- Ocurre que, entre los
hombre, cualquiera de los hechos y palabras que podamos percibir en las
actuaciones ajenas, es manipulable y manipulado de hecho por quienes no quieren
aceptar aquello que no les gusta o no les conviene, por muy claro que sea. Lo
vemos todos los días en los medios de comunicación social cuando los
adversarios ideológicos, o de cualquier otro orden, refieren actuaciones
humanas de quienes no piensan o actúan como ellos. Para esta campaña de menosprecio
o descrédito no se escatiman las tergiversaciones más forzadas y la publicidad
de las mismas. Parece que todo vale para apartar de la propuesta ajena a los
posibles seguidores.
5.- Los enemigos de
Jesucristo llegaron a decir que hacía los milagros con el poder de Belcebú, el
príncipe de los demonios. A pesar de todo lo bueno que vieron y oyeron
observando a Jesucristo, no cesaron en su empeño hasta que lograron su
crucifixión. ¿Cómo iban a creer estos hombres en la resurrección de Jesucristo?
¿Cómo iban a creer en la victoria definitiva de Jesucristo sobre el maligno,
simplemente con las armas de la verdad, del amor, de la humildad y de la
fidelidad al Padre que le había enviado?
6.- Es cierto que las
apariciones del Señor resucitado y los diálogos mantenidos con sus discípulos
eran prueba más que suficiente de que no estaba muerto. Pero siempre cabía
correr la voz de que tales cosas eran invención de sus fanáticos seguidores. Y
así se hizo, comenzando por justificar el sepulcro vacío con la mentira de que,
cuando los guardias dormían, los discípulos robaron el cuerpo.
Frente a todo esto, San
Pablo, que vivió la experiencia de Dios en el camino hacia Damasco y en la
soledad del desierto donde se retiró de inmediato, nos dice con una firmeza convincente:
“Si Cristo no ha resucitado, vana es
nuestra predicación y vana también nuestra fe; más todavía: resultamos unos
falsos testigos de Dios, porque hemos dado testimonio contra él, diciendo que
ha resucitado a Cristo a quien no ha resucitado…si es que los muertos no
resucitan…Si hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solo en esta vida, somos
los más desgraciados de toda la humanidad. Pero Cristo ha resucitado de entre
los muertos” (1 Cor. 15, 14-15. 19).
7.- La resurrección de
Jesucristo es el núcleo fundamental de nuestra fe en la redención que Dios nos
prometió inmediatamente después que Adán y Eva pecaron.
La resurrección de
Jesucristo es el motivo de la esperanza que da sentido a nuestra vida en los
momentos duros y en las circunstancias agradables.
La resurrección dio
sentido a la muerte cruenta de Jesucristo en la cruz.
La resurrección de
Jesucristo es el desafío más certero a todos los inmanentismos que encierran el
espíritu humano dentro de los muros de lo tangible, de lo sensible, de lo
material, de lo terreno y de lo perecedero.
Por todo ello, el Pregón
Pascual inicia su canto con expresiones llenas de la seguridad que da la fe, y
henchidas de gozo ante la culminación de la obra divina de Jesucristo. E invita
al cielo a que celebre tan crucial acontecimiento: “Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del
cielo, y, por la victoria de Rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la
salvación”. Y a continuación, como hemos escuchado, la invitación al gozo
se dirige a la Iglesia que es la primera beneficiaria de la resurrección: “Alégrese también nuestra madre la Iglesia,
revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del
pueblo”
8.- Nuestro deber ante
este acontecimiento salvífico es, en primer lugar, pedir a Dios la gracia de la
fe para vivir con plena convicción este acontecimiento de salvación universal.
Y, al mismo tiempo, reconocer que “es
justo y necesario aclamar con nuestras voces y con todo el afecto del corazón a
Dios invisible, el Padre todopoderoso, y a su único Hijo, nuestro Señor
Jesucristo. Porque él ha pagado por nosotros al Eterno Padre la deuda de Adán
y, derramando su sangre canceló el recibo del antiguo pecado” (Pregón
Pascual).
9.- Pidamos al Seño, por
intercesión de la Santísima Virgen María, Madre suya y madre nuestra, que nos
conceda la gracia de esforzarnos cada día en el fortalecimiento y purificación
de nuestra fe. Que seamos capaces de proclamar la resurrección de Jesucristo,
con pleno convencimiento creyente. Y que nos ayude a vivir en la tierra
esperando los bienes del cielo con plena confianza en el Señor que nos los ha
prometido y que, con su resurrección los ha hecho accesibles a nosotros, pobres
pecadores.
QUE
ASÍ SEA
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